Tormentas en el paraíso

by Redacción

Por Dagoberto Gutiérrez

La reciente expulsión del alcalde de San Salvador de las filas del partido FMLN es, aparentemente, un conflicto entre un funcionario y el partido que lo postuló. También puede entenderse como una consecuencia final de conductas y hechos sucesivos del funcionario, o quizás, también, como una serie de contrariedades generadas por la lucha de potenciales candidatos presidenciales, y aunque todos estos elementos tengan racionalidad, serían, sin embargo, hijos legítimos de un proceso histórico que es en donde habremos de caminar para encontrar las explicaciones que nos den la luz que necesitamos.

Recordemos, nada más, que hace cerca de 25 años, cuando la guerra civil terminó, se construyó un acuerdo político esencial entre parte de los mandos guerrilleros y la oligarquía más lúcida. En estos entendimientos, la antigua guerrilla, la guerrilla desarmada, se transformó en clase gobernante, sustituyendo a la fuerza armada en ese papel, que ostentaba desde 1932. Al mismo tiempo, se le proporcionó un partido político bautizado con el nombre de FMLN para que, junto con el partido ARENA, y en un sistema bipartidista, gobernaran al país; mientras la oligarquía conservaba el control sobre el Estado.

Esta misma oligarquía proporcionó las herramientas iniciales para que una parte de los antiguos guerrilleros se hicieran negociantes y empresarios y, al final, ya en nuestros días, esos grupos constituyen nuevos agrupamientos capitalistas con nuevas fuentes de acumulación. Estos acuerdos políticos construyeron el escenario adecuado para la implantación desenfrenada de un modelo económico neoliberal, brutal y abarcante.

Los nuevos gobernantes, ARENA y FMLN, contaron con el respaldo constitucional que, establecido en 1983, entregó a los partidos políticos el control y el usufructo total del aparato del Estado. El Art. 85 de esa Constitución dio la propiedad absoluta del aparato estatal a los partidos políticos.

Los gobernantes construyeron la sociedad de mercado total en la que actualmente sobrevivimos; en ésta, todo es mercancía, todo se compra y todo se vende, y todo tiene precio y nada tiene valor, el mismo ser humano es una mercancía en el reino en donde la persona vale por las cosas que tiene y no por lo que es.

En este escenario, los partidos políticos, los dueños del aparato estatal, disfrutando del negocio de la política y expertos en hacer del ser humano un simple votante en las votaciones, en lugar de una persona con derechos, se transformaron inexorablemente en empresas comerciales dedicadas al negociado del funcionamiento del Estado que así se transformó en una especie de mercado persa.

Estos partidos olvidaron su función y su trabajo natural que es el de hacer política, es decir, la política del Estado, o lo que es lo mismo, la política del sector, grupo o clase que controla a ese Estado. Los partidos han de funcionar como las poleas de transmisión que suben al aparato lo que la gente piensa y requiere, y baja a la gente lo que el Estado disponga. Sin embargo, en estas circunstancias, todo esto se abandonó, y así, en medio de la desesperación social, el hambre del pueblo y el práctico desaparecimiento del Estado, el mercado neoliberal pasó a controlar a los seres humanos para transformarlos en simples consumidores. Desaparece la calidad ciudadana y ese mercado total construye una sociedad también de mercado total. Los partidos políticos llegan al total descrédito, tanto intelectual como político y moral, y las elecciones, lentamente, van perdiendo su atractivo y su valor aparente como fuente de esperanzas para la gente. Todo esto ha conducido al momento actual, en donde el pueblo se mantiene diciendo y pensando que no hay por quien votar. Esto se afirma en todos los grupos sociales y lugares donde se habla del tema, y aún más, se afirma que el pueblo no quiere que el FMLN continúe en el gobierno, pero tampoco quiere que regrese ARENA.

Este punto constituye el más alto nivel de claridad política de la sociedad que deja a estas empresas partidarias en una vitrina pública frente al pueblo.

El partido FMLN, como los otros partidos, ya no cuenta en sus filas con gente adecuada o de prestigio para aspirar a la presidencia de la República o a ciertas alcaldías, y necesita, por eso, acudir o usar a personas que como el actual alcalde de San Salvador, no milita en sus filas, aunque es, formalmente, un afiliado como requisito para poder ser candidato.

Llegados a este punto, es necesario precisar que, vinculado al actual gobierno, funciona un nuevo bloque capitalista de activos empresarios gubernamentales cuya acumulación es diferente a los originarios capitalistas cafetaleros. Este bloque todavía no goza del reconocimiento pleno de los bloques capitalistas tradicionales que intentan despojarlo a través de leyes de extinción de dominio y con investigaciones de distinto tipo que amenazan hasta la libertad de estos empresarios.

Esto significa que un nuevo gobierno del partido FMLN requiera un candidato que cuente con los apoyos internos y externos necesarios y convenientes para la seguridad del nuevo bloque capitalista, y aquí aparece el quiebre de su relación política con el alcalde capitalino que también está interesado en aspirar a la presidencia de la República, pero tal parece que no ofrece las garantías y seguridades que el bloque empresarial gubernamental requiere con urgencia.

La expulsión del alcalde es acompañada de procedimientos, acusaciones y hasta juicios orientados a expulsarlo también del escenario político, y es aquí donde la confrontación estalla con virulencia porque las críticas del alcalde, independiente de su forma, gozan del respaldo de la población, y su anuncio de contar con un nuevo partido o un movimiento político opositor, ha despertado entusiasmo, esperanzas y apoyo creciente en el pueblo.

Esta historia apenas empieza y, como podemos ver, este proceso que ha desembocado en este rompimiento genera el enfrentamiento total entre todos los sectores político-partidarios, económicos, ideológicos, con las posiciones del alcalde, a quien consideran la mayor amenaza a sus intereses.

Mientras tanto, las encuestas siguen mostrando el apoyo popular a una eventual candidatura presidencial del alcalde capitalino, en tanto que en el pueblo crece el entusiasmo y el ánimo como no se había visto en muchos años después de la guerra civil.

El momento político entraña, en medio de su torbellino, posibilidades de despertares necesarios, desengaños ineludibles y esperanzas bien fundadas en las fuerzas reales del pueblo real, en los intereses verdaderos de las mayorías y en las transformaciones largamente soñadas por el pueblo y basadas en un poder popular incontrastable.

 

Publicado originalmente en revista Voces

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