Las 81 vidas del gato

by Redacción

Por: Francisco Parada Walsh*

Los gatos negros no tenemos siete vidas. Tenemos ochenta y un vidas. En ese año nos graduamos  ese grupo de jóvenes irreverentes, ocurrentes, risueños; no había pasado ni futuro sino un presente feliz, ese día alguien sacaba de la chistera algún truco para hacer parar las patas de tanta risa, ese grupo era adelantado a la época, demasiado adelantado. Recientemente nos hemos vuelto a reunir por whatsapp y qué bello es oír la voz del compañero de hace 39 años como que fue ayer que dejamos de vernos, nada ha cambiado, todo lo dejamos en el mismo lugar y así se conserva. Si el programa mejicano “La Escuelita” es gracioso, qué decir de ese grupo de gatos negros, la mejor época de nuestras vidas.

Algunos gatos negros brincaron al Cielo gatuno y descansan a la par del Dios Gato, algunos gatos decidieron dejar los colmillos de leche y en su lugar usaban fusiles, aviones y fueron liquidados en la flor de la vida. La vida es breve, demasiado breve, somos una hermandad sin tener el mismo tata y la misma nana. Como dice un gato amigo que nadie te conoce mejor que tus amigos de infancia, de la adolescencia y qué razón tiene; cada gato se emparrandó y agarró el camino que a él le pareció mejor, aquí no hay errores, cada gato nace para cumplir una misión y todos son gatos felices.

En el colegio “García Flamenco” era costumbre celebrar “el Lunes cívico” y todos los gatos a la cancha, bigotes y cola firmes, pero cómo olvidar cuando en plena clase a alguien en la dirección se le ocurre poner el himno nacional y al escucharlo, todos los gatos nos pusimos de pie, el profesor al ver tal locura nos grita “estúpidos” y al unísono le decimos: “Aaayyy”, ahí mismo cayó fulminado con un “ataque al corazón de mentiras”, esa era nuestra vida, estudiar y joder, era una oda a la jodarria infinita.

Anécdotas  y andanzas que demuestran que fuimos tan felices, cómo olvidar el viaje al parque Walter Deininger y que antes de llegar ya estábamos bien a pija, el trabajo de ecología a realizar acabó con las hojas perdidas, sucias, olvidadas y decidimos pasar por el rancho del amigo gato  y hermano Nelson Carrillo, era el San Diego de los ochenta, todos felices chapaleando en la piscina, de repente nos vamos al mar y se escucha un grito: “A bañarse chulones hijos de puta”, era mi hermano Manuel “El Camión” Rebollo que como director de la orquesta, en ese momento era la encarnación de Andreu Reus, llevando la batuta de 38 gatos chulones; ¿Cómo se olvidan tales disparates?; yo no me quedo atrás, era el primer año de bachillerato y escuché a los de segundo año que tomaban unas pastillas llamadas Rohypnol, ni lerdo ni perezoso compré una caja, repartí como si fueran mentas, medio grado totalmente dormido, fondeados, mi gato hermano José Roberto Miranda se encaprichó en miagar: “notas, notas”, no tuvimos escapatoria, era cuestión de horas para que las autoridades tomaran cartas en el asunto; al día siguiente llega Roberto Campo y empieza a decir los apellidos de los involucrados, fueron 15 días de expulsión los que me zamparon, salía de la casa como todo un elegante gato, con mi saco y corbata pero esas tardes las pasaba hablando con el portero del colegio, nadie de mi familia se dio cuenta, hoy lo sabrán que el tal hermano era un delincuente juvenil pero feliz, nada nos amilanaba, todo tenia solución, todo.

Cuando queríamos ponernos alegrones nos inventábamos algo, debíamos ir a la radio “La Femenina” a hablar con “el chele” Rucks, por supuesto que íbamos a hablar paja pero luego pasábamos por un súper mercado frente a las fuentes Beethoven, comprábamos vino de cocina y nos zampábamos de un solo la botella, algo pegaba, cuando regresábamos al aula se escuchaba: “Qué huele a níspero”, a seguir jodiendo.

Cómo olvidar un día que nos llamaron a la dirección por vulgares, sobre todo por decir malas palabras, los involucrados llegamos con nuestros padres o representantes; mientras el director explicaba la razón de esa convocatoria, por nuestro soez hablar, se voltea la madre del “Chele” Tovar y le dice: “Bueno, grandísimo hijueputa, que no te tengo estudiando semejante pendejo, ¿a qué putas venís entonces?”, en ese momento el director  prefirió suspender la reunión y al salir nos moríamos de la risa pues la jefa nos salvó de una forma inesperada.

Los gatos ya pasamos la mayor parte  del tiempo durmiendo, acicalándonos  el pelaje y siguiendo alguna gatita que decida  compadecerse de estos pobres viejos artríticos y libidinosos. Tiempos divinos, demasiado divinos. Lo mejor de mi vida se vivió en esas aulas gatunas.

*Médico salvadoreño

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