Hace un año predije que el aspecto más distintivo del año 2017 iba a ser la incertidumbre, impulsada por, entre otras cosas, la elección de Donald Trump como presidente de Estados Unidos y la votación del Reino Unido a favor de dejar de pertenecer a la Unión Europea. Parecía que la única certeza era la incertidumbre – y que el futuro podría tornarse en un lugar muy engorroso.
Lo que en los hechos ocurrió fue que, si bien 2017 no fue un año particularmente bueno, fue un mejor año de lo que muchos temían. Trump demostró ser tan grandilocuente y errático como se esperaba. Cualquiera que presta atención a sólo sus incesantes tuits podría llegar a pensar que Estados Unidos se bambolea entre una guerra comercial y una guerra nuclear. Trump fue capaz de insultar a Suecia un día, a Australia al día siguiente, y a continuación a la UE – y, luego procedió a apoyar a los neonazis que se encuentra dentro de su propio país. Además, los miembros de su gabinete plutocrático rivalizaron entre sí en términos de tener conflictos de intereses, ser incompetentes y actuar con absoluta necedad.
Trump demostró ser tan grandilocuente y errático como se esperaba.
Hasta la fecha, sin embargo, a pesar de algunos retrocesos regulatorios preocupantes, especialmente con respecto a la protección ambiental, la combinación de las instituciones estadounidenses y la incompetencia de la administración Trump se tradujo en que existe (afortunadamente) una enorme brecha entre la fea retórica del presidente y lo que él realmente ha logrado.
Lo más importante para la economía global: no ha habido una guerra comercial. Usando el tipo de cambio entre México y EE.UU. como barómetro, los temores sobre el futuro del Tratado de Libre Comercio de América del Norte han disminuido en gran medida, incluso cuando las negociaciones comerciales se estancaron. Sin embargo, la montaña rusa en la que nos mantiene Trump nunca termina: 2018 puede ser el año en que la granada de mano que Trump lanzó al orden económico global finalmente explote.
Algunos señalan los niveles altos récord que alcanzó el mercado de valores de Estados Unidos como evidencia de que ocurre algún milagro económico trumpiano. Yo considero que esos niveles, en parte, se constituyen en evidencia de que la recuperación de la Gran Recesión, que se extiende ya por una década, finalmente se está robusteciendo. Cada desaceleración – incluso la más profunda – con el transcurso del tiempo llega a su fin; y, Trump tuvo la suerte de estar en la Casa Blanca para beneficiarse del trabajo realizado por su predecesor con miras a establecer este escenario.
Sin embargo, también considero lo antedicho como evidencia de la miopía de los participantes en el mercado – su prodigalidad ante posibles reducciones de impuestos y ante la posibilidad de que una vez más vaya a fluir dinero hacia Wall Street, si se llega a restaurar el mundo en el que se vivía el año 2007. Estos participantes ignoran lo que ocurrió en el año 2008 – es decir, se olvidan de la peor caída en tres cuartos de siglo – así como de los déficits y la creciente desigualdad que trajeron consigo en el pasado los recortes de impuestos para los súper ricos. Tratan con displicencia los riesgos asociados a la desglobalización que plantea el proteccionismo de Trump. Igualmente, estos participantes no ven que, si se promulgan los recortes de impuestos financiados por deuda que quiere Trump, la Fed elevará las tasas de interés, lo que a su vez provocará una corrección en el mercado.
En otras palabras, el mercado una vez más está mostrando su propensión por el pensamiento a corto plazo y por la codicia pura. Nada de esto es un buen augurio para el desempeño económico de Estados Unidos a largo plazo; y sugiere que, si bien es probable que el año 2018 sea un mejor año que el 2017, existen grandes riesgos en el horizonte.
Se presenta una situación similar en Europa. La decisión del Reino Unido de abandonar la UE no tuvo el efecto económico sacudidor que los que se oponían a la misma predijeron, en gran parte debido a la depreciación de la libra. Pero, cada vez se ve más patentemente que el gobierno de la primera ministra Theresa May no tiene una visión clara sobre cómo gestionar la retirada del Reino Unido, o sobre cuál será la relación post-Brexit que sostendrá el país con la UE.
Hay otros dos riesgos potenciales más para Europa. Un riesgo son los países altamente endeudados, como por ejemplo Italia, que tendrán dificultades para evitar una crisis una vez que las tasas de interés vuelvan a niveles más normales, como inevitablemente lo harán. Al fin y al cabo, ¿es realmente posible que la eurozona mantenga tasas bajas récord en el futuro previsible, incluso cuando las tasas estadounidenses aumenten?
Hungría y Polonia representan una amenaza más existencial para Europa. La UE es más que un simple acuerdo económico de conveniencia. Representa una unión de países comprometidos con valores democráticos básicos – que son los mismísimos valores que hoy en día el gobierno húngaro y el gobierno polaco menosprecian.
La UE está siendo puesta a prueba, y existen temores bien fundados de que se encontrarán deficiencias. Los efectos de estas pruebas políticas sobre el desempeño económico del próximo año pueden ser pequeños, pero los riesgos a largo plazo son claros y desalentadores.
En el otro lado del mundo, la concentración de poder del presidente chino Xi Jinping es palpable; esta concentración se constituye en un ejemplo para otros, y en uno que es respaldado por el ascenso de Trump, mismo que a su vez ha empañado el prestigio de la democracia a nivel mundial. Además, la Iniciativa del Cinturón y Ruta de la Seda de Xi está cambiando la geografía económica de Eurasia, colocando a China en el centro y proporcionando un estímulo importante para el crecimiento de toda la región.
China debe enfrentar muchos desafíos a medida que atraviesa una transición complicada desde el crecimiento impulsado por las exportaciones hacia el crecimiento impulsado por la demanda interna.
Pero China debe enfrentar muchos desafíos a medida que atraviesa una transición complicada desde el crecimiento impulsado por las exportaciones hacia el crecimiento impulsado por la demanda interna, desde una economía manufacturera hacia una basada en los servicios, y desde una sociedad rural hacia una urbana. La población está envejeciendo rápidamente. El crecimiento económico se ha desacelerado marcadamente. La desigualdad es más severa que en EE.UU, la cuarta peor desigualdad entre los países desarrollados (China se sitúa detrás de México, Turquía y Chile). Y, la degradación ambiental plantea una amenaza creciente para la salud y el bienestar de los seres humanos.
El éxito económico sin precedentes de China en las últimas cuatro décadas se ha basado en parte en un sistema mediante el cual las consultas amplias y la construcción de consenso dentro del Partido Comunista y el Estado chino respaldaron cada conjunto de reformas. ¿Funcionará bien la concentración de poder de Xi en una economía que ha crecido en tamaño y complejidad? Un sistema de comando y control centralizado es incompatible con un mercado financiero tan grande y complejo como el de China; al mismo tiempo, sabemos a dónde pueden llevar a una economía los mercados financieros insuficientemente regulados.
No obstante, todos estos son, esencialmente, riesgos a largo plazo. Para el año 2018, la apuesta segura es que China estará al mando de su propio camino, aunque con un crecimiento ligeramente más lento.
En definitiva, a medida que la recesión posterior al año 2008 en las economías avanzadas se desvanece perdiéndose en el pasado distante, las perspectivas globales para el año 2018 se vislumbran un poco mejores que aquellas para el 2017. El desplazamiento desde una postura de austeridad fiscal hacia una más estimulante reducirá la necesidad de políticas monetarias extremas, mismas que casi con seguridad han tenido efectos distorsionadores no solo en los mercados financieros, sino también en la economía real.
Sin embargo, todos los siguientes factores: la concentración del poder en China, el fracaso de la eurozona (hasta la fecha) en cuanto a reformar su estructura defectuosa y, lo más importante, el desdén que muestra Trump por el imperio de la ley a nivel internacional así como el fin de un liderazgo estadounidense confiable, plantean riesgos más profundos para la economía global. No debemos permitir que el éxito de corto plazo nos adormezca llevándonos a la complacencia.