“Se hundía el aguijón aquí y allá, una y mil veces, en la piel del niño sano y del niño enfermo, en la choza del hombre sano y del hombre palúdico. La sangre contaminada irrumpía en el organismo del insecto [y] cumpliendo un proceso tan complicado en tan exiguo espacio, volvía una y otra vez el mosquito en busca del hombre, de la mujer y del niño”. Así describía el venezolano Miguel Otero Silva el mortal baile del Anopheles, el ancestral rito de la malaria.
Fiebres de la jungla, palúdicas, intermitentes, veraniegas o tercianas. El paludismo coevolucionó con los seres vivos desde hace 150 millones de años. Y según algunos teóricos, nos lleva acompañando desde que nuestro linaje se separó del de los otros primates hace unos seis o siete millones de años.
Sea como sea, hace 5.000 años, según recogen los textos sagrados hindúes, el mítico médico de los Dioses, Dhanwantari, describió cinco tipos de mosquitos como culpables de la malaria. Es sorprendente porque está intuición preclara fue olvidada en muchas ocasiones. A Finlay, el médico cubano que descubrió que la fiebre amarilla se transmitía por los mosquitos, lo trataron casi de loco cuando expuso su idea en Washington. 24 siglos después de las primeras descripciones fiables, confirmamos que ese insecto era el animal más letal del mundo y desde entonces hemos intentado acabar con él.
Justicia (entomológicamente) poética
Sin mucho éxito, a decir verdad. Hoy por hoy, la malaria afecta a más de 200 millones de personas en todo el mundo. Y a pesar de nuestros esfuerzos por erradicarlo, el paludismo se resiste a morir. De hecho, hay mosquitos que se están volviendo resistentes a los insecticidas dedicados a eliminarlos.
“Desde 2015, el número de muertes anuales por malaria se ha estabilizado” explicaba Menno Smit, investigador de la Escuela de Medicina Tropical de Liverpool. Esto puede parecer una buena noticia, pero como señala el mismo Smit, “No estamos progresando más. Necesitamos nuevas herramientas»
Smit acaba de publicar una investigación de The Lancet Infectious Diseases en la que parece que ha encontrado una de ellas: la ivermectina, un fármaco que como ya señalaban algunos estudios parece afectar (mortalmente) a los mosquitos que se alimentan de personas que lo consumen.
Nuevas herramientas contra la malaria
En el experimento, hasta el 97% de los mosquitos murió en un plazo de tres semanas. Las dosis deben de ser de unos 600 miligramos (más alta del uso habitual hasta la fecha). Sin embargo, los resultados preliminares no señalan muchos efectos secundarios. Eso sí, hay que realizar más pruebas y demostrar que es segura en todas las edades.
Es un experimento muy interesante que, efectivamente, abre la puerta a nuevas herramientas para combatir la malaria. No se trata de una «solución final», pero sí parece algo capaz de cambiar el «terreno de juego». La lucha contra el paludismo parece que está resucitando.