Corría el mes de agosto de 2021 cuando los talibanes recuperaron el control de Afganistán, después de casi dos décadas de insurgencia. Han pasado seis meses desde entonces, la ayuda internacional se ha reducido a la mínima expresión y la situación para miles de personas es dramática, viviéndose incluso situaciones límites como la venta de hijos o de órganos para poder comer.
Sin embargo, hay un actor internacional que cada vez va ganando más presencia en el país y que se presenta como el gran salvador. Se trata de China, acostumbrada a acudir al rescate de naciones en problemas, especialmente en África, pero que siempre se lleva una importante contraparte. Y en el caso de Afganistán no va a ser menos.
Cabe recordar que el país ha estado en conflicto permanente las últimas cuatro décadas y que tanto la Unión Soviética como Estados Unidos terminaron saliendo de esta nación asiática sin conseguir la ansiada estabilidad. Pero China es mucho más pragmática y su estrategia no se basa tanto en el régimen político que impere ni pretende imponer sus ideas, simplemente tiene tres grandes focos de actuación: seguridad, desarrollo y acceso a los recursos energéticos de la región.
Es sintomático que en 1993, tras la llegada al poder primero de los muyahidines y luego de los talibanes, cerraran la embajada, pero que en este 2021, tras el retorno de los extremistas, haya permanecido abierta.
Ambos países comparten una pequeña frontera de 92 kilómetros y la situación interna de Afganistán es motivo de preocupación para China, ya que el gigante asiático teme las conexiones de los talibanes con los movimientos yihadistas.
En este sentido, desde Pekín se quiere evitar a toda costa que la inestabilidad cruce la frontera y afecte a la región de Xinjiang, que cuenta con varias minorías étnicas y que sufre una importante represión. Para evitar que se refuercen los movimientos separatistas, China lleva en contacto con los talibanes desde 2019.
Pero además de la seguridad, el Gobierno chino también ve en Afganistán una gran oportunidad. Su ubicación privilegiada le hace un destino muy apetecible y Pekín pretende establecer a través del corredor de Wakhan (que une ambos países) una relevante ruta comercial que conecte a China con Asia Central, Europa y las aguas del Golfo.
Conviene poner de relieve también que esta iniciativa se enmarcaría dentro de la Iniciativa de la Franja y la Ruta, un megaproyecto chino que pretende recuperar lo que en su momento fue la Ruta de la Seda, una iniciativa comercial a la que ya se han adherido países asiáticos y europeos.
Otro objetivo fundamental de China en Afganistán es la explotación de recursos minerales, ya que los informes señalan que el país cuenta con reservas de oro, litio, aluminio, uranio, cobre o petróleo que están sin explotar.
Así, la combinación de un país seguro por el que pueda transitar la ruta comercial y que se pueda explotar económicamente es una idea muy tentadora para China. ¿A cambio de qué? Lógicamente, Afganistán tiene muchas necesidades. Primeramente, le vendría muy bien el apoyo económico y la llegada de las inversiones del gigante asiático.
Pero además, hay algo relevante para los talibanes y es el reconocimiento internacional.Desde la llegada al poder de los extremistas Afganistán es un paria a nivel global y los chinos tienen las influencias y las conexiones para sacar al país del ostracismo global. Parece que es una situación en la que ganarían ambos y sería una prueba más del enorme poder que está acumulando China.