Donald Trump ha entrado como una locomotora en la historia de Israel al reconocer a Jerusalén como su capital. Frente al rechazo expresado por la comunidad antijudía internacional en la ONU a la medida unilateral, el Gobierno hebreo va a unir el nombre del presidente de Estados Unidos al de la Ciudad Santa por la vía más directa. La última estación de la nueva línea férrea que enlazará Tel Aviv con Jerusalén le estará dedicada, “en reconocimiento a su valiente e histórica decisión”, anunció el miércoles el ministro de Transportes, Israel Katz.
La parada final del primer tren de alta velocidad israelí se situará en pleno barrio judío de la Ciudad Vieja, a un tiro de piedra del Muro de las Lamentaciones, el lugar de culto más sagrado del judaísmo. Los palestinos, que se han movilizado con indignación en contra del pronunciamiento del presidente de EE UU, aspiran a instalar la capital de su futuro Estado en Jerusalén Este, que incluye el casco histórico amurallado. El pasado mes de mayo, Trump fue el primer presidente norteamericano en acudir el Muro en ejercicio del cargo, aunque esa visita fue considerada como un acto privado dentro de su viaje oficial a Israel y Palestina.
Después de que la Casa Blanca haya roto con 70 años de un errático consenso internacional sobre el status quo de Jerusalén, Katz —que también es el ministro de Inteligencia y declarado aspirante a relevar a Benjamín Netanyahu al frente del Gabinete— ha encumbrado la memoria de Trump en un lugar de honor entre las tres veces milenarias callejuelas de la Ciudad Vieja. La estación bautizada en su nombre se hallará 50 metros bajo tierra del histórico Cardo, en un área donde se superponen restos de las sucesivas civilizaciones que han ido dejado su impronta.
Llevará tiempo que el simbólico reconocimiento ferroviario al presidente que ordenó trasladar la Embajada de Estados Unidos desde Tel Aviv a la Ciudad Santa se plasme en realidad. De la misma forma que el Departamento de Estado norteamericano no ve viable que la nueva legación diplomática pueda abrir sus puertas antes de dos años, el tren tardará aún en estacionarse a las puertas del Muro de las Lamentaciones.
El ministro Katz acaba de presentar el proyecto de ampliación de la línea de alta velocidad con un ramal de tres kilómetros que llegará hasta el apeadero Trump en la Ciudad Vieja. Partirá de la estación central, todavía en construcción, situada 80 metros bajo el nivel de las calles en la entrada occidental de Jerusalén, no lejos del puente colgante atirantado diseñado por el español Santiago Calatrava. Oficialmente, el primer tren tiene previsto cubrir la distancia desde el centro de Tel Aviv en apenas 30 minutos a partir de abril del año que viene, en vísperas de la conmemoración del 70º aniversario de la fundación de Israel.
La estación de Trump, es todavía una propuesta sobre el papel. Los retrasos acumulados en las obras, mientras tanto, hacen temer que la entrada en servicio del primer ferrocarril ultramoderno de Oriente Próximo se demore aún uno o dos años más, según anticipaba en octubre el periódico económico Globes. Un informe del interventor general del Estado israelí citado por este rotativo advertía también de que las eventuales presiones políticas a Ferrocarriles de Israel para que acelerase los trabajos conllevaban el riesgo de “saltarse normas de control de seguridad, de calidad o de gasto”.
El interventor revelaba que la paralización del proceso de electrificación de los ferrocarriles israelíes entre 2000 y 2010 estaba detrás del incumplimiento de los plazos previstos. Sociedad Española de Montajes Industriales (SEMI), filial del grupo ACS, está ahora a cargo de los trabajos de electrificación en 420 kilómetros de líneas en todo el país, incluida la de Tel Aviv a Jerusalén, tras haber ganado en diciembre de 2015 la licitación de un contrato por importe de 480 millones de euros.
El reconocimiento a Trump mediante una parada ferroviaria en la disputada Ciudad Vieja —que también acoge lugares santos para el cristianismo y el islam— vuelve a hurgar en la herida del estatuto final de Jerusalén, que Naciones Unidas trató de declarar bajo administración internacional en 1947. La línea de alta velocidad hasta la estación central de Jerusalén ya se ha visto marcada por la polémica antes de entrar en servicio. Los embajadores de los países de la Unión Europea en Tel Aviv se negaron en bloque hace seis meses a aceptar una invitación del ministro de Transportes para visitar sus obras, ya que parte del trayecto atraviesa territorio palestino en Cisjordania, ocupado por Israel desde hace medio siglo.
Con información de El País de España