Juana Inés de Asbaje Ramírez de Santillana, mejor conocida como Sor Juana Inés de la Cruz, ha sido un símbolo que atraviesa no solo la religión sino también la cultura en México; su imagen se encuentra desde la moneda nacional hasta las imágenes religiosas, e incluso hay una escuela en el convento donde estuvo viviendo. Sin embargo, pocas veces la historia retoma las dificultades e incluso la persecución que sufrió por ser una de las mujeres más inteligentes de la Nueva España.
La más grande exponente de las letras mexicanas no tuvo una niñez normal. Antes de los tres años ya sabía leer, esto no solo fue un problema para ella, sino que marcaría su futuro.
Su fecha de nacimiento es un misterio, no hay registro alguno que diga la fecha exacta de cuando nació, la cual se calcula entre 1648 y 1651; aunque no mostró, al principio, signos de rebeldía si mostraba que era más inteligente de lo que se creía.
A la edad de 8 años escribió una eucaristía, este sacramento o ritual que la Iglesia considera que canaliza la gracia divina. Se pensaba que estaba perdida, pero en el 2001 Salvador Díaz Cíntora escribió en la revista Letras Libres un artículo titulado “La loa de Juana Inés”, explicando que podía ser la ceremonia perdida y dando detalles de este manuscrito del siglo XVIII.
Sor Juana Inés de la Cruz de joven
Además, el acercamiento que tuvo a la literatura fue gracias a su abuelo quien tenía una pequeña biblioteca en la Hacienda de Panoaya de la cual empezó a aumentar su conocimiento.
Se sabe que mientras Sor Juana crecía tenía más curiosidad, pero también buscaba una manera de reconocer tanto a los indios como al derecho a la mujer a estudiar. Ya más grande tuvo gusto por la metafísica, latín, tenía conocimiento del idioma azteca y griego.
A partir de los 15 años y ya después de haber escrito varios libros se negó al matrimonio, por lo cual nada más había pocas opciones para las mujeres en esa época: casarse o ser novicia, razón por la cual entró al convento de San Jerónimo, en 1669.
Este convento sigue estando de pie en la Ciudad de México y ahora tiene el nombre del Claustro de Sor Juana, pues el edificio se utiliza como una Universidad en donde retoman desde la filosofía hasta la gastronomía.
Amado Nervo la llamó “Mártir del conocimiento”, quien siempre luchó por el derecho intelectual hacia las mujeres, pero esta libertad no la hubiera tenido si entre sus amigos no estuviera la virreina María Luisa Manrique de Lara y Gonzaga, condesa de Paredes, de la que supuestamente existió un amorío.
“En el convento Sor Juana hizo vida pública; como le caía bien a los virreyes y a las virreinas, le toleraban muchas cosas”, mencionó Dalmacio Rodríguez Hernández, coordinador de la Hemeroteca Nacional de México (HNM), a cargo de la UNAM.
Mientras más se juntaba con los virreyes tenía más seguridad y protección, esto llevó a que muchos de los textos como la lírica, prosa y teatro se llevaran a Europa en donde tuvo mucho reconocimiento, pero tanto fue el desprecio que se tuvo hacia ella que le prohibieron el estudio y su biblioteca, de la cual se dice que logró reunir más de 4 mil ejemplares, convirtiéndola en la más extensa de América Latina, en ese momento.
Al final, Sor Juana tuvo que renunciar al estudio al escribir en aquella arcada de piedra “Yo, la peor de todas” con sangre. Con darle fin a sus estudios, ocasionando que meses después muriera y hecho que rescata Mónica Lavín en su libro del mismo nombre.