EDITORIAL
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Todos sabemos que la población esta harta del encierro que ha debido soportar durante los últimos tres meses. La angustia por la parálisis en la actividad economica del pais, la pérdida de empleos y la falta de luz al final del túnel, han empezado a desnudar las flaquezas del discurso presidencial, suficiente como para bajar un tantito el volumen de confrontación con los otros poderes del Estado.
La hipótesis presidencial de que hay que salvar vidas y pensar después en la economia, ya perdio validez. Si bien es cierto, pudo ser valida en principio, ahora ya no lo es. En una atmósfera apocalíptica de “cuarentena o muerte” nuestra gente opta por lo segundo, de eso podemos estar seguros.
La confianza inicial del pueblo en que la respuesta a la pandemia estaba a vuelta de la esquina, se ha ido resquebrajando con el paso de las semanas y a estas alturas la gente esta decidida a desafiar cualquier disposición de cuarentena obligatoria a cambio de salir a la calle en busca del sustento para la familia.
El drama se ha ido haciendo mas evidente en la medida que crecen los contagios y las muertes, y el confinamiento se cristaliza como inevitable. Bajo esa premisa, el gobierno debe buscar la forma de recobrar la confianza del pueblo y el respeto de los otros poderes, cosa que no lograra si insiste en mantener la crisis sanitaria en el marco de una elecciones que podrían resultar totalmente adversas si se insiste en la propaganda con vineta de ayuda alimentaria.
Ademas, la autoridad del Presidente, forjada en su papel en la lucha contra el virus, ha quedado minada por la corrupción a cara descubierta de algunos de sus mas cercanos colaboradores. No hay obra, por gigantesca que parezca, capaz de resolver ese problema y que en definitiva ya debe estar en manos del fiscal general de la República.
La cuarentena desnudó problemas de coordinación apenas se le quiso añadir matices politicos, como pasó el fatídico día en que una avalancha de supuestos afectados acudió en masa a los CENADES para cobrar sus 300 “bolas”. Debido a esa irreflexiva acción, se tardó más de la cuenta en organizar los operativos de testeos y rastreo de contactos estrechos que podrían haber aliviado la rigidez de las medidas. De no haber ocurrido ese desastre otro gallo nos cantara.
Otro tema que va a incidir en los problemas que esperan al gobierno, es el endeudamiento individual de los ciudadanos que dejaron de percibir ingresos desde el mes de marzo y que erradamente creyeron que el gobierno los iba a ayudar. Después de cinco meses sus acreedores están exigiendo el pago de lo acumulado, cosa que los tiene desesperados. Si el gobierno no encuentra la forma de resolver ese problema las cosas se le pondrán mas difíciles de lo que ya están. Si el gobierno dice que necesitara mas de dos años en nivelarse, hay que imaginarse cuanto tiempo necesitara el ciudadano al que se le encerró o se le obligó a permanecer en su casa para evitar la propagación del virus.
Seguir impidiendo que abran las pequeñas y comercios hacen mas desesperante la situación. El default -blando, virtual o como quiera llamárselo- que se avecina es una realidad y una trampa peligrosa en la que el presidente no debe caer.
El desempleo alcanza limites insospechados, el gasto se ha multiplicado; la recaudación se hunde. La industria registra caídas históricas y el comercio se asoma a un abismo sin precedente. Los organismos internacionales contienen la respiración a la espera del dato oficial de pobreza, que podría alcanzar niveles de los años 70s.
La confrontación entre poderes esta centrada en si se autoriza o no, otro periodo de 15 dias de encierro obligatorio, sin tomar en cuenta que el pico aparente de la crisis sanitaria no se reduce y, por el contrario, se aleja cada vez mas dificultando los pronósticos de futuro.
Sin afán de alarmar, nos atrevemos a predecir que faltan meses de aislamiento, aunque intercalados, con idas y venidas pero seguro con enormes dificultades como para decir que estamos proxmos a vivir con cierta normalidad.
El presidente Bukele y sus funcionarios deben acomodar su discurso a la búsqueda de una forma de empatía, evitar las alocuciones en vivo dada su dificultad en medir el alcance de los mensajes institucionales. Evitar las ruedas de prensa, salvo aquellas que se hacen necesarias, mientras dura la crisis para prevenir deslices inesperados o preguntas incómodas. No hablar nunca del “ultimo esfuerzo” sino de “otro esfuerzo más”.
Se teme una desobediencia, producto de la desesperación. Tristemente, el impacto mismo de la enfermedad convence más que cualquier discurso. Ya casi todos conocemos a algún infectado.
Tres meses de agarrones de pelo con la Asamblea Legislativa y con los magistrados de la Sala de lo Constitucional, desgastan a cualquier presidente, por mucho que sea su indice de aceptación popular. Con apenas un año en la silla presidencial, Bukele debe reconocer que le falta mucho para dominar el discurso conciliador y convincente. Este debe ser un gobierno de razones mas que un gobierno de pasiones.
El presidente debe ser honesto con la ciudadanía y decirle donde estamos realmente parados como sociedad, cuales son los riesgos que nos acechan y cuales las fortalezas a las que podemos recurrir para poder avanzar. No utilizar el discurso del miedo y la amenaza para ejercer presión en otros poderes de los que espera obediencia.
Los riesgos que nos acechan se agravan conforme pasa el tiempo. La recesión, el ancla de la deuda, la presión inflacionaria, la falta de competitividad, la desconfianza empresarial, la grieta política que se abre cada vez que habla, no pueden conducirnos a ninguna parte. Se impone una nueva “agenda”, una recomposición de su gabinete y sobre todo, que lime asperezas con los otros organos del Estado. Estos merecen respeto y no se les puede llamar con calificativos indignantes.
Las terapias intensivas. Los testeos. La curva que no termina de aplanarse, con su sombra destructiva, pero sobre todo, la intolerancia; esos son nuestros verdaderos problemas.
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Por Eduardo Vazquez Becker