A dos semanas de su triunfo en las elecciones y aún sin llegar a la orilla donde comienza la transición formal de gobierno, al próximo presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, ya lo rodean aires de polémica.
Una destaca particularmente: su intención de ir a contracorriente de una de las más fuertes demandas de organizaciones civiles, que exigen una transformación profunda de la Procuraduría General de la República (PGR) para convertirla en una #FiscalíaqueSirva (etiqueta que ha servido para identificar al colectivo que impulsa esta demanda). Una independiente del Poder Ejecutivo, con un titular que no dependa de la propuesta presidencial y de la elección del Senado, y con garantías legales suficientes para combatir la corrupción y revertir la impunidad.
Tampoco despertó simpatías la inclusión a su equipo de Manuel Mondragón y Kalb, quien ha desempeñado cargos en áreas de seguridad federales y de la Ciudad de México.
Sobre este funcionario recayó la responsabilidad de la represión contra la protesta social que tuvo lugar el primero de diciembre de 2012, día en que Enrique Peña Nieto asumió el cargo como presidente y a Mondragón y Kalb lo designaron secretario federal de Seguridad Pública.
Las críticas del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) también agitaron las aguas del próximo presidente. En un comunicado emitido el 4 de julio y firmado por el comandante Moisés y el comandante Galeano (antes Marcos), llaman a la gente a «pintar caracolitos a los malos gobiernos pasados, presentes y futuros». En pocas palabras, mandarlos al carajo. Incluido el que encabezará López Obrador.
También han despertado polémica anuncios como la posible creación de una policía fronteriza y las acciones para la austeridad de su gobierno. Entre ellas, la descentralización de la administración pública federal, la reorganización de dependencias públicas, y la política de comunicación social, que prevé un fuerte recorte en el gasto de publicidad de gobierno y la concentración de difusión en una sola oficina.
El pleito por la fiscalía
El debate en torno de una reforma pendiente de concretar, que convertirá la PGR en fiscalía general, viene de tiempo atrás.
Las organizaciones civiles integradas en el colectivo #FiscalíaqueSirva exigen mecanismos para la designación de un fiscal general (ahora procurador) independiente del Presidente en turno, y sobre todo transformar a fondo la inoperante estructura del PGR para revertir la impunidad mediante un nuevo diseño institucional que le permita investigar el crimen y combatir la corrupción.
Estos cambios no son una ocurrencia. Hubo una reforma constitucional que ordenó convertir la PGR en fiscalía, pero permitía trasladar tal cual toda su estructura, y aun permitía «el pase automático» del procurador en turno a fiscal. Es decir, sólo cambiaba el nombre y ordenaba crear la figura de un fiscal anticorrupción.
Las organizaciones de la sociedad civil, por lo tanto, exigieron reformar el artículo 102 de la Constitución mexicana para modificar de fondo todo el proceso de transformación de la PGR a fiscalía y los mecanismos para designar a sus titular, que están en manos del Presidente en turno y de la Cámara de Senadores.
Nada pudo concretarse y el tema quedó atrapado en la discusión política en el Congreso. Todos los partidos expresaban disposición a discutir los cambios, pero ninguno hizo nada por destrabarlos.
Ahora López Obrador hereda esta polémica. Su posición la expuso desde su campaña: no reformar el 102 constitucional y dejar las cosas como están. Es decir, transformar la PGR en fiscalía sólo de nombre, sin entrar al detalle de su operación y estructura –como exigen las organizaciones–, y proponer él mismo una terna para que el Senado elija de tres candidatos al primer fiscal del país, quien ocuparía el cargo por 9 años, así como al fiscal anticorrupción que se agrega a la estructura.
Desde enero, López Obrador dio a conocer el nombre de sus candidatos para titulares de la fiscalía. Eva Verónica de Gyves, magistrada de la Primera Sala Penal del Tribunal Superior de Justicia de la Ciudad de México; Bernardo Bátiz, quien se desempeñó como procurador durante el gobierno de López Obrador en la capital del país, y Juan Luis González Alcántara.
Eva Verónica de Gyves además es esposa del también magistrado Rafael Guerra Álvarez, quien fue abogado de López Obrador durante el proceso de desafuero que enfrentó como jefe de Gobierno en 2005. Juan Luis González Alcántara, a su vez, fue el abogado del exministro Genaro Góngora Pimentel –también cercano a al ahora próximo presidente–, durante un escándalo de pensión familiar.
Esta terna no es definitiva, pues la ley advierte que el Senado debe elegir primero a 10 candidatos que presentará al presidente. De estos elegirá tres, que deberán someterse a la votación de los senadores, y solo entonces designar al fiscal.
Para las organizaciones esta posición es inaceptable, pues consideran que no habrá cambio de fondo que garantice la independencia de la próxima fiscalía si la propuesta de su titular viene del propio presidente y aun del Congreso.
Razones tienen. Hasta ahora los vínculos de los procuradores con el presidente y la clase política han impedido, por ejemplo, investigaciones satisfactorias en casos de corrupción, y la palabra de López Obrador no basta para garantizar la independencia.
López Obrador, por su parte, ha desacreditado a organizaciones civiles a las que llamó «fifís» y a las que acusó de intentar apoderarse sobre todo de la próxima fiscalía anticorrupción (que será parte de la estructura de la nueva fiscalía), pieza clave en su estrategia de combate a la corrupción.
Su posición la expresó recientemente en entrevista con la prensa. «Con todo respeto lo digo, cuando se postulan o se proponen de la sociedad civil, no en todos los casos –no estoy generalizando–, pero en muchos casos no son personas íntegras», dijo López Obrador.
Suavizó su posición, pero la demanda de las organizaciones sigue firme. Tanto que el equipo de transición de López Obrador tuvo que instalar una mesa de diálogo para buscar un acuerdo sobre el futuro de la fiscalía.
En un comunicado emitido por las 300 organizaciones que integran el colectivo #FiscalíaqueSirva, anotaron que «la transformación de la PGR en una nueva fiscalía requiere de disposición al diálogo entre diversos actores sociales y de gobierno. Ambas partes reconocieron la apertura y se comprometieron a mantener esta dinámica democrática».
La moneda sigue en el aire. López Obrador tiene a su favor un Congreso en el que su partido, Morena, es mayoría, lo que le permite de alguna manera controlar reformas a leyes y la Constitución. Pero las organizaciones no cederán. Ya llevan dos años en la pelea y seguramente no se darán por vencidas.
La seguridad, en entredicho
Entre la sociedad civil también hubo una reacción en contra al conocer la invitación que López Obrador, por la vía de Alfonso Durazo –propuesto como próximo secretario de seguridad pública–, extendió a personajes de dudosa reputación en ámbito de la seguridad.
Entre ellos están Manuel Modragón, quien fue jefe de la policía en la Ciudad de México de 2008 a 2012, con Marcelo Ebrard –propuesto por AMLO como próximo canciller– como jefe de Gobierno. De allí saltó a la misma posición, pero en el ámbito federal, con el gobierno de Enrique Peña Nieto.
De triste memoria fueron sus primeros minutos en el cargo, pues el 1 de diciembre de 2012, durante las protestas sociales en contra del arribo de Peña Nieto a la Presidencia, Mondragón tuvo a su cargo el operativo que concluyó con represión y fuertes enfrentamientos entre policías y ciudadanos en distintos puntos de la Ciudad de México.
El exceso en el uso de la fuerza pública dejó un saldo de una persona muerta, decenas de heridos y 14 personas procesadas y llevadas a prisión. La reputación de Mondragón como «represor» nunca pudo sobreponerse y llevó a la tumba a la SSP federal, que hoy pretende revivir López Obrador.
Mondragón, por su parte, pasó de allí a la titularidad de la Comisión Nacional de Seguridad, desde donde fue una pieza clave en la –fallida– estrategia de Peña Nieto en el combate al crimen.
En 2014 el gobierno federal lo alejó de los temas de seguridad y lo colocó al frente de la Comisión Nacional contra las Adicciones (Conadic), donde se manifestó muy en contra de la legalización de las drogas.
Renunció recientemente para incorporarse al equipo de seguridad López Obrador como asesor y colaborar en el plan nacional de seguridad. Pero su posición respecto de las drogas, por ahora, choca frontalmente con las declaraciones de la próxima secretaria de Gobernación, Olga Sánchez Cordero, quien se ha manifestado a favor de despenalizar la marihuana y la amapola, incluso.
El rechazo a Mondragón como parte del equipo de López Obrador retumbó en las redes sociales con el hashtag #MondragonNoEsElCambio. El próximo presidente de México, por su parte, tomó con serenidad las críticas. Dijo que serán tomadas en cuenta, pero no hizo más y Mondragón ya participa en las reuniones de seguridad.
Jesús Robles Maloof, activista y uno de los abogados que defendió a los 14 jóvenes detenidos el 1 de diciembre de 2012, afirma que el perfil de Mondragón representa una contradicción de López Obrador.
«El proceso de pacificación (que propone AMLO) está claramente enfocado en darle prioridad a las víctimas, pero con la invitación a Mondragón manda señales contradictorias», dice. «Mondragón es una persona del pasado, tiene una visión militar, está hecho para la confrontación, para reprimir y no para la pacificación».
Esta invitación al equipo de seguridad no es la único que ha despertado desconfianza. La prensa mexicana también ha cuestionado las invitaciones a Leonel Godoy, ex perredista y ex gobernador de Michoacán, quien se presenta como experto en sistema penal acusatorio; Joel Ortega, quien ha colaborado con Ebrard desde que este se desempeñó como secretario de Seguridad Pública de López Obrador en la Ciudad de México, y luego ocupó el cargo con Ebrard como jefe de Gobierno.
Ortega tuvo que renunciar a la SSP de la Ciudad de México por un fallido operativo policial en la discoteca News Divine, en el que murieron nueve jóvenes y tres policías. Después regresó a como director del Metro durante la administración de Miguel Ángel Mancera y su nombre suena para encabezar el órgano de inteligencia que sustituiría al Centro de Investigación y Seguridad Nacional (Cisen).
La distancia del EZLN
Identificado como un presidente de izquierda, López Obrador no ha podido salvar la distancia que durante años ha mantenido el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN), protagonista de la irrupción armada en Chiapas en 1994.
Desde su ruptura, en 2004, el EZLN y su vocero, el famoso subcomandante Marcos, han destacado y advertido sobre las contradicciones de la izquierda de partido, sus líderes y, particularmente López Obrador como candidato -y ahora próximo presidente.
El EZLN publicó, el pasado 4 de julio, un comunicado firmado por el comandante Moisés y el comandante Galeano (antes Marcos) en el que advierte que López Obrador será, en pocas palabras, más de lo mismo, y que defraudará las expectativas de sus votantes. Lo redactó en un tono futbolero, acorde con los tiempos del Mundial de Rusia.
«La gran final tan esperada concluyó y la muchedumbre no abandona el estadio», dice el comunicado. «No tardará mucho en que sea de nuevo expulsada (la muchedumbre). No importa qué equipo gane o pierda, el dueño (del balón) siempre gana».
Hace muchos años que el EZLN puso distancia con la izquierda partidista representada antes sólo por PRD, partido al que perteneció López Obrador hasta 2012.
Durante la campaña electoral de 2006, cuando el próximo presidente mexicano contendió por primera vez y a punto estuvo de ganar, los zapatistas emprendieron «la otra campaña». Fue un recorrido de seis meses por todo México para promover un proyecto alternativo a los partidos políticos.
Desde entonces, Marcos consideraba a López Obrador igual que sus contendientesFelipe Calderón (PAN) y Roberto Madrazo (PRI).n»Ningún candidato cambiará la situación de explotación», dijo entonces en un mitin.
Al perder López Obrador la elección, por una distancia mínima, sus seguidores acusaron al EZLN de haber contribuido a la derrota. Pero el EZLN nunca cambió su posición, y en esta campaña incluso tuvo a una aspirante independiente a la candidatura presidencial: Marichuy Martínez, quien no logró el número de firmas necesario para contender, pero volvió a levantar el volumen de la voz zapatista.
López Obrador, por su parte, sólo dijo que esa candidatura no hacía más que «hacerle el juego al sistema». Pero la advertencia del EZLN suena como zumbido en el ambiente, ante las primeras contradicciones y polémicas decisiones de quien será el primer presidente de izquierda en México.