La transformación de Daniel Ortega de rebelde a hombre fuerte

by Redacción

Daniel Ortega era un joven revolucionario y victorioso que vestía pantalones de color verde oliva y gafas de gran tamaño cuando, en 1979, Jimmy Carter lo recibió en la Casa Blanca y le pidió que «fuera amable» con Estados Unidos.

Para Ronald Reagan, Ortega era un marxista peligroso, un «pequeño dictador» respaldado por la Unión Soviética, y un protagonista clave en el drama de la Guerra Fría de los años ochenta. Durante la administración de Obama, Ortega fue visto como un viejo izquierdista, pero no del todo benigno, que se había acostumbrado al capitalismo y había mantenido a raya la violencia de las pandillas.

Ahora, con 72 años y en su cuarto mandato como presidente, Ortega ha perdido el uniforme y las gafas. También ha perdido cabello y cuando habla no lo hace como si estuviera susurrando. Sin embargo, para muchos, esta versión de Ortega es la más peligrosa de todas.

En los últimos cuatro meses ha llevado a cabo un ataque despiadado y sangriento contra los manifestantes que quieren que dimita, lo que ha llevado a muchos a comparar al ex comandante guerrillero con la dictadura que él ayudó a derrocar hace casi 40 años. Estados Unidos ha respondido con condenas y sanciones contra su círculo interno, y ha tratado de impulsar las elecciones anticipadas.

Ortega se ha negado a renunciar y culpa a su viejo enemigo de esos disturbios.

El presidente Jimmy Carter recibió a tres de los líderes de Nicaragua. De izquierda a derecha: Alfonso Robelo, Jimmy Carter, Daniel Ortega y Sergio Ramírez. (Charles Tasnadi/AP)
El presidente Jimmy Carter recibió a tres de los líderes de Nicaragua. De izquierda a derecha: Alfonso Robelo, Jimmy Carter, Daniel Ortega y Sergio Ramírez.

«Estados Unidos siempre nos ha echado el ojo», comentó a la CNN el mes pasado.

Mientras que muchos en Nicaragua se sorprendieron por la rápida escalada de violencia, las señales de advertencia comenzaron hace mucho tiempo. A lo largo de su carrera política, Ortega ha rechazado la democracia una y otra vez, y prefiere aprovechar cada oportunidad para que su partido sandinista se asegure el dominio perpetuo a través del fraude electoral, las instituciones repletas de simpatizantes y los cambios en la constitución.

«El Ortega de hoy no es reconocible para nadie que lo haya conocido antes», comentaba Henry Ruiz, uno de los antiguos guerrilleros de Ortega y ex miembro de su gabinete.

Ortega gobierna Nicaragua con un pequeño grupo de familiares y amigos leales. Su mujer, Rosario Murilla, es la vicepresidenta. Juntos fomentaron su imagen a través de vallas publicitarias y transmisiones televisadas, y se presentaban como padres benefactores de la nación. Su partido sandinista, que comenzó como un grupo guerrillero en la década de los sesenta, se ha convertido en el sustituto del estado: en un cruce fronterizo con Costa Rica, vuelan banderas sandinistas negras y rojas, pero no las de las rayas azules y blancas de Nicaragua.

A medida que su familia se hizo más rica y más poderosa (con tierras y negocios estratégicos en medios, energía y otros sectores), estas tendencias antidemocráticas se han acentuado aún más.

En la crisis más reciente, la policía y los atacantes enmascarados que simpatizan con sus ideas han perseguido a los líderes de la oposición y los cientos de manifestantes. Muchos han sido asesinados, arrestados o han desaparecido. Miles de personas han huido al sur por Costa Rica.

Ortega ha culpado a los golpistas apoyados por Estados Unidos de estos disturbios. Tiene cierta experiencia en el área: en la década de los ochenta, la CIA secretamente creó un ejército rebelde, conocido como «contras», para tratar de derrocar a su gobierno.

Ortega durante un discurso en Managua en 1984 (Pat Hamilton/AP)
Ortega durante un discurso en Managua en 1984

Ahora afirma que ha neutralizado la amenaza en su contra, que ha recuperado el control de todas las ciudades y que ha rechazado la celebración de unas elecciones anticipadas. Parece decidido a resistir la tormenta, diciendo que no renunciará antes de las próximas elecciones, en 2021.

El embajador de Nicaragua en Washington ofreció una entrevista con Ortega, pero luego se retractó. Otros miembros de su gobierno y su familia no respondieron a los correos electrónicos y llamadas telefónicas en busca de comentarios.

Muchos observadores, incluidos sus antiguos camaradas sandinistas, creen que sus días como líderes de Nicaragua están contados.

«Cuando a un animal le disparan en la pierna, corre y corre, pero tiene que caerse», comentó Sergio Ramírez, un famoso novelista nicaragüense que sirvió como vicepresidente en la década de los ochenta, con Ortega al frente del gobierno.»Creo que Ortega ha recibido un golpe en la pierna. El mundo que creó se está cayendo de forma muy rápida».

Daniel Ortega nunca fue el líder sandinista más carismático. Él no era un gran estratega militar. Su hermano menor, Humberto, que llegó a ser Ministro de Defensa, era conocido por eso. Tampoco era el ideólogo marxista más celoso entre sus camaradas. Tenía una reputación como un pragmático constructor de consenso.

Ortega creció en un barrio de clase trabajadora en la capital y fue el hijo de un hombre que luchó contra el Cuerpo de Marines de Estados Unidos y que le inculcó una fuerte opinión antiimperialista. Cuando era adolescente, él se unió a la resistencia contra la dictadura de Anastasio Somoza Debayle, cuya familia había gobernado Nicaragua durante décadas.

Daniel Ortega y su esposa, Rosario Murillo, durante un acto de campaña en 2006 (Miguel Alvarez/AFP/Getty Images)
Daniel Ortega y su esposa, Rosario Murillo, durante un acto de campaña en 2006

Tras robar bancos para financiar la revolución, Ortega pasó la mayor parte de sus 20 en prisión, donde soportó la tortura y el abuso. El hombre que emergió en 1974 fue brusco, retraído y desconfiado, según personas que lo conocieron entonces.

«Parece que este período influyó mucho en su personalidad», comentaba Ramírez, el novelista. «Siempre ha sido un hombre muy aislado. No es alguien con muchos amigos».

Una vez que los sandinistas derrocaron al gobierno en 1979, Ortega maniobró para ingresar en la junta gobernante y ganó la presidencia en 1984. Emergió como líder, en parte, porque fue visto como alguien que no impondría su voluntad a los demás.

«No iba a poner a nadie a su sombra», indicó Ramírez.

Muchos opositores encontraron que los sandinistas no eran democráticos, ya que el gobierno censuró a los medios, apiló el consejo electoral y utilizó el control de las tarjetas de racionamiento para alentar la lealtad al partido.

En ese entonces, al igual que ahora, el presidente tenía la reputación de ser un líder despreocupado, un hombre interesado en superar a sus rivales, pero que delegaba con mucha frecuencia. En estos días, su esposa, Murillo, a menudo se reúne con los ministros del gabinete y habla en nombre del gobierno.

«Nunca fue alguien que gobernó», señala Mónica Baltodano, una ex guerrillera que luchó junto a Ortega y que, ahora, es historiadora de los sandinistas. «Estuvo mucho tiempo en el campo, y parte de la fuerza de su liderazgo reside en aquellos años y en los vínculos que desarrolló con las masas sandinistas y la gente en general».

Se siguen produciendo actos violentos en las calles de Nicaragua, a pesar de que Daniel Ortega insiste en que tiene la situación controlada (Oswaldo Rivas/Reuters)
Se siguen produciendo actos violentos en las calles de Nicaragua, a pesar de que Daniel Ortega insiste en que tiene la situación controlada

Durante su primer mandato, Ortega también tuvo que lidiar con una guerra contra él organizada por Estados Unidos. Los «contras», que volaron puentes y minaron puertos nicaragüenses, lucharon contra los sandinistas durante años en un conflicto que mató a decenas de miles de personas.

«El gobierno de Estados Unidos está auspiciando una campaña de muerte contra Nicaragua», dijo Ortega en una concentración antes de las elecciones de 1984, según el relato de Stephen Kinzer en Nicaragua, Blood of Brothers. «Dicen que somos antidemocráticos, pero sabemos lo que significa la verdadera democracia. La democracia es la alfabetización, la democracia es la reforma agraria, la democracia es educación y salud pública».

Después de un período, una nación cansada de la guerra se pronunció para sacar a Ortega fuera del poder en 1990.

El Ortega que recuperó la presidencia en 2006 –después de perder tres elecciones consecutivas- había abandonado el marxismo, atenuado el antiamericanismo y ampliado su discurso sobre la paz y los valores cristianos. Se acercó al sector privado y cultivó inversiones extranjeras. Cientos de millones de dólares en petróleo venezolano barato proporcionados por el gobierno de Hugo Chávez rellenaron el presupuesto e impulsaron los programas sociales.

Nicaragua, que sigue siendo el segundo país más pobre del hemisferio, después de Haití, pasó a tener unas perspectivas de crecimiento del 4 por ciento anual del PIB en los siguientes diez años.

«Para mí, fue una sorpresa muy agradable que manejara la economía como yo lo hubiera hecho», apuntó Francisco Aguirre Sacasa, que fue Ministro de Relaciones Exteriores de Nicaragua en un período anterior a la vuelta de Ortega a la presidencia. «Pero lo que también notamos es que él estaba estrechando su control sobre la Asamblea Nacional, estaba presionando para controlar el poder judicial y en lo más alto del Tribunal Supremo. Había tomado completamente el control del poder electoral en ese momento».

Una manifestación en contra del gobierno de Daniel Ortega en Managua (Oswaldo Rivas/Reuters)
Una manifestación en contra del gobierno de Daniel Ortega en Managua

Hubo persistentes acusaciones de fraude en nombre de los partidarios de Ortega en la votación de 2006 y las posteriores. Cuando ganó en 2011, representantes de la Unión Europea señalaron que la elección fue «opaca y arbitraria». Antes de los comicios de 2016, los aliados de Ortega en la legislatura cambiaron la constitución, eliminando los límites de mandato y obligando a los parlamentarios a votar respondiendo a los intereses partidistas.

La Corte Suprema también bloqueó a un importante candidato de la oposición, Eduardo Montealegre, para que participara en las elecciones, y el Consejo Supremo Electoral obligó a 16 diputados de la oposición a retirarse de sus asientos. Ortega se negó a permitir observadores electorales independientes en Nicaragua.

Las protestas que estallaron en abril fueron notables, en parte, porque los disidentes fueron amordazados durante años en ese país. Incluso pequeñas manifestaciones, como las del plan de Ortega para construir un canal en todo el país con financiamiento chino, se encontraron con una represión rápida y, a veces, violenta.

«Me sorprendió lo rápido que explotó. Pero sabiendo por todo lo que hemos pasado, había una enorme insatisfacción acumulada», remarcó Montealegre, ex Ministro de Asuntos Exteriores y ex Ministro de Finanzas.

En abril, la policía y las milicias progubernamentales utilizaron gases lacrimógenos, balas de goma y convencionales para someter a la multitud. A medida que aumentaba el número de muertos, Ortega acordó un proceso de diálogo, mediado por la Iglesia Católica, para escuchar a manifestantes, ejecutivos de empresas y líderes de la sociedad civil.

Al comienzo de la crisis, Ortega expresó su disposición a considerar las elecciones anticipadas, de acuerdo con dos altos funcionarios de Estados Unidos. Pero al final optó por no seguir ese camino con los negociadores y las conversaciones con la Iglesia se rompieron.

Aquellos que se oponen a Ortega son vistos como enemigos del estado.

Si estás en contra del gobierno, «ellos te quieren fuera del país, encarcelado o muerto», indicó un alto funcionario de Estados Unidos. «Han estado trabajando activamente en esto».

Los antiguos aliados sandinistas de Ortega hablan de divisiones dentro de los niveles superiores de su gobierno y de colaboradores que permanecen leales solo por miedo.

«Para la mayoría de las personas, él es un asesino, es un criminal, es un torturador», comentó Baltodano, la historiadora sandinista y ex aliada de Ortega. «Ya ha sido derrotado estratégicamente», finalizó.

 

Reportaje original de Joshua Partlow, The Washington Post

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