Por Asbel Bohigues, Profesor de Ciencia Política, Universitat de València
El pasado 15 de septiembre se celebró el Día Internacional de la Democracia. Esta efeméride se aprobó en la Asamblea General de Naciones Unidas en 2007, hace apenas 15 años. Pero entre 2007 y 2022 han cambiado muchas cosas en el mundo, entre ellas el estado de la democracia.
Durante la primera década del siglo XXI hubo cierto optimismo sobre los avances democráticos. Estos se enmarcaban en la tercera ola democratizadora, concepto acuñado por el politólogo Samuel P. Huntington. Ese concepto refleja una época de avances de la democracia. Hasta la fecha ha habido tres:
- Durante el siglo XIX hasta los años 1920, con la ampliación del sufragio en diferentes países.
- Después de la Segunda Guerra Mundial hasta mediados de los 1960.
- Desde la caída de los regímenes dictatoriales de América Latina y el Sur de Europa en los 1970, hasta el colapso de los regímenes comunistas en Europa en los 1990.
Ese optimismo, en definitiva, fue respaldado por el hecho de que por primera vez casi la mitad de la población mundial vivía en regímenes que podían ser considerados democráticos, según los informes de Freedom House o de Economist Intelligence Unit.
No obstante, al igual que Huntington habló de “olas”, también habló de “contraolas”, periodos en los que la democracia retrocede. A toda ola sigue una contraola y cada vez son más los trabajos que señalan, con evidencias empíricas, que estamos en una contraola.
China como alternativa a la democracia
¿Qué ha cambiado en apenas 15 años? Para comenzar, aunque Francis Fukuyama se preguntaba si la historia llegaba a su fin con la caída de la URSS, ahora sabemos que no es exactamente así (incluyendo al propio Fukuyama).
Si bien el modelo democrático-capitalista mostró sus fortalezas frente a las contradicciones y debilidades del modelo soviético-comunista, actualmente ha surgido una alternativa viable a esa opción democrática: China. El país asiático ha roto esquemas y muestra cómo se puede conseguir crecimiento económico sostenido, innovación tecnológica y mejora en las condiciones de vida sin ser una democracia (obviamente esas condiciones de vida no incluyen derechos y libertades). China presenta al mundo un modelo no democrático que funciona y aparece como una alternativa seria y viable, a medio/largo plazo, al modelo democrático.
Otro aspecto a destacar en esta contraola es el modo en que la democracia está viéndose amenazada. Si en épocas pasadas (o no tanto) la democracia quebraba vía golpes de estado o revoluciones, con el papel protagónico de los militares, ahora el deterioro se da por otras vías. Actualmente la democracia, más que quebrarse, se erosiona, y esa erosión tiene la particularidad de que es interna, no externa. Los regímenes democráticos están siendo erosionados desde dentro, por las propias élites que ejercen el poder del régimen.
La democracia sigue estando bajo amenaza, nunca ha dejado de estarlo. Sin embargo, en la actualidad sus oponentes utilizan otras formas, más sutiles y lentas, pero igualmente destructoras.
Detrás de lo que se ha acuñado como democratic backsliding se encuentran las élites políticas que, con sus acciones y discursos, pueden estar socavando la democracia desde dentro, aun con apariencias democráticas.
Que haya líderes, partidos o movimientos que cuestionen abiertamente la democracia no es una novedad. Sí lo es que lo hagan presidentes y partidos que están en el gobierno, sin necesariamente cuestionar en público la democracia, pero realmente socavándola desde dentro.
Bolsonaro y Bukele, dos ejemplos
En América Latina, por ejemplo, vemos numerosos casos donde los presidentes mantienen discursos abiertamente intolerantes o que poco a poco modifican las reglas institucionales para perpetuarse en el poder. Posiblemente Brasil con Jair Bolsonaro y El Salvador con Nayib Bukele sean los casos más representativos de esta tendencia. Son élites que cuestionan la democracia, pero que juegan al juego democrático y ganan la partida. Todo desde la legalidad (aunque discutible), pero atentando contra la propia democracia.
Todo esto está llevando a la región a un escenario complejo en el que, mientras líderes fuertes se consolidan en el poder, la democracia se va fatigando. En suelo europeo el mejor ejemplo es Hungría, que oficialmente ha dejado de ser una democracia según el último informe de Varieties of Democracy y, de hecho, el Parlamento Europeo lo ha reconocido en fechas recientes. No se puede entender el retroceso democrático de Hungría sin entender el papel que han jugado Viktor Orbán y Fidesz desde dentro del sistema político.
Los estudios sobre las élites pueden darnos las claves del quehacer de ellas en las democracias contemporáneas. Afortunadamente, estos estudios son extensos y cuentan con una larga trayectoria en las disciplinas de la Ciencia Política y la Sociología. Desde el perfil sociodemográfico de los representantes y sus actitudes y opiniones hasta el reclutamiento ministerial y las primeras damas.
Son estos mismos trabajos los que nos dan las claves para entender el papel que juegan las élites en democracia y cómo pueden afectarle desde sus rasgos de personalidad hasta su preferencia normativa por la democracia o su radicalismo ideológico.
La actual contraola durará mientras haya alternativas viables al modelo democrático y las élites que cuestionan la democracia ganen elecciones y se perpetúen en el poder. Si las élites que conducen el propio régimen democrático están dispuestas a socavarlo, bien porque no creen en él o bien porque su concepción de democracia no incluye a los rivales (lo cual tiene poco de democrático), la democracia seguirá en aprietos. Siempre lo ha estado, pero ahora el problema no es tanto externo como interno.
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation.