El año acaba de entrar oficialmente en el club de los años más calurosos de los que tenemos conocimiento. 1,1 grado por encima de la media de temperatura de la época preindustrial, está a sólo un 0,1 grado del año más cálido, 2016. Y sin la “ayuda” de El Niño, el fenómeno meteorológico que tradicionalmente impulsa las temperaturas del mundo hacia arriba, que sí «ayudó» a 2016.
Los últimos tres años han sido los años más calurosos desde 1850. Y ese es el verdadero problema. Porque, como dice la Organización Meteorológica Mundial, “la tendencia a largo plazo es mucho más importante que la competición anual”. La tendencia es ascendente y no parece que vaya a frenarse: 17 de los 18 años más calurosos han sido a partir del año 2000. 17 de 18.
El calentamiento global, más allá de toda duda razonable
De hecho, si descontamos los efectos de El Niño, el 2017 se pondría en cabeza. Y ahí está otra de las claves del problema. Como señalaba el meteorólogo holandés Stefan Rahmstorf, si examinamos los picos de temperatura de El Niño de 1998 y el de 2016 se parecen mucho. Solo hay una diferencia: 0,4 grados más.
A estas alturas del partido, la evidencia disponible del calentamiento global es abrumadora. Y lo estamos notando. Sin embargo, los efectos del cambio climático son más insidiosos de lo que parece: por ejemplo, las temperaturas del Ártico han crecido profundamente este año (y ya aumentan dos veces más rápido que en el resto del mundo), según los expertos esto tendrá un enorme impacto a medio plazo en los océanos del que aún no somos del todo conscientes.