Mientras en estas semanas millones de estudiantes regresan a las clases en todo el mundo con distintos —y, en algunos casos, complicados— protocolos que apuntan a minimizar los riesgos de contagio, muchos especialistas creen que podría ser útil utilizar el método implementado hace 100 años en medio del brote de otra grave enfermedad infecciosa que se trasmitía por el aire, la tuberculosis.
A principios del siglo XX, la tuberculosis (una enfermedad infecciosa causada por microbacterias también conocida como “la plaga blanca”) se había convertido en la principal causa de muerte en Estados Unidos. La temida enfermedad pulmonar llegó a matar hasta 450 estadounidenses por día, la mayoría de ellos jóvenes.
La tuberculosis estaba asociada en ese momento con las condiciones de vida, en espacios hacinados y con escasa higiene, comunes entre los trabajadores de las ciudades de Europa y América en las décadas posteriores a la Segunda Revolución Industrial.
A falta de antibióticos adecuados y de una vacuna (se elaboró en 1921, pero pasarían muchos años antes de que fuera ampliamente adoptada), el “tratamiento al aire libre” era una de las pocas soluciones: implicaba exponer a los pacientes a la mayor cantidad de sol y aire fresco posible, lo que llevó a la apertura de centros de salud y sanatorios especializados en todo el mundo.
Los médicos y educadores creían que las aulas abarrotadas y la falta de aire fresco en ellas eran una de las principales causas de la propagación de la enfermedad entre los más jóvenes. Entonces, para mantener la salud de los niños, se decidió sacar la escuela de los edificios.
El movimiento de las “escuelas al aire libre” se inició en Alemania en 1904, cuando el doctor Bernhard Bendix y el inspector escolar Hermann Neufert abrieron la Waldschule für kränkliche Kinder, o “escuela forestal para niños enfermos” cerca de Berlín. Como sugiere el nombre, la escuela estaba ubicada en el bosque y solo tenía un edificio de madera para poder enseñar cuando llovía. Los estudiantes traídos desde la ciudad eran los que padecían síntomas que podrían sugerir un próximo inicio de tuberculosis.
El movimiento se extendió rápidamente por Europa y se abrieron escuelas de este tipo en Bélgica, Italia, Inglaterra, Suiza y España. Después de la Primera Guerra Mundial incluso hubo un congreso internacional del movimiento.
Ejemplos hubo también en América Latina, la Escuela de Aplicación al Aire Libre (EAAL) de San Pablo, que operó entre 1939 y la década de 1950, uno de los más famosos, según una nota de BBC.
En los Estados Unidos, la primera escuela de este tipo se inauguró en 1908, cuando dos de las primeras mujeres graduadas de la Escuela de Medicina Johns Hopkins, Mary Packard y Ellen Stone, adoptaron el método de la escuela al aire libre en Providence.
La junta escolar de Providence autorizó el uso de un edificio escolar de ladrillos vacío, donde se remodeló un aula del segundo piso para tener ventanas de piso a techo en un lado, que podían abrirse con una bisagra y mantenerse abiertas al aire.
Los alumnos pasaron el duro invierno de Nueva Inglaterra envueltos en mantas. Una estufa cilíndrica calentaba el ambiente circundante, aunque a no más de 10 grados.
Una artículo de 2016 publicado en el Rhode Island Medical Journal dijo que todos los estudiantes de la escuela de Providence habían estado expuestos a la tuberculosis, aunque aún no estaban enfermos.
Las noticias de la escuela se difundieron rápidamente. “Las caritas que estaban pálidas hace unas semanas tienen un rubor saludable, y los niños que estaban demasiado cansados para jugar están comenzando a mostrar cierto interés en la vida. Todo esto… es lo que ha logrado la escuela al aire libre”, se lee en los informes de la época.
Al final del año, ningún estudiante se había enfermado. De hecho, su salud había mejorado. El éxito de la iniciativa llevó a su difusión y en dos años se habían abierto hasta 65 escuelas en los Estados Unidos.
Para 1918, unas 130 ciudades estadounidenses operaban escuelas al aire libre de algún tipo, según Neil S. MacDonald, autor de un libro sobre el movimiento de escuelas al aire libre publicado ese año. “En muchos de los estados del oeste y del sur”, escribió MacDonald, “prácticamente no hay ningún problema de temperatura así que todas las escuelas deberían ser al aire libre durante todo el año”.
Algunos usaron el método de ventanas abiertas de la escuela de Providence, mientras que otros dieron clases al aire libre o en la azotea de su edificio escolar.
Gracias a los estándares mejorados de salud pública y saneamiento, y especialmente al descubrimiento de la estreptomicina y otros antibióticos efectivos, la tuberculosis retrocedió como una gran amenaza para la salud después de mediados de la década de 1940. En una década, el movimiento de escuelas al aire libre también había llegado a su fin.
Al igual que la tuberculosis, una de las pocas cosas que se saben sobre el coronavirus con cierto grado de certeza es que el riesgo de contraerlo disminuye en el exterior: una revisión de 7.000 casos en China registró solo un caso de transmisión al aire libre.
Si bien esto debería haber alentado hacia el objetivo de mover la mayor cantidad de enseñanza posible al aire libre, nada de eso ha sucedido, pese a que investigaciones recientes han mostrado los beneficios de este enfoque.
Un estudio de 2018 realizado durante un año académico analizó los desafíos emocionales, cognitivos y de comportamiento que enfrentan 161 estudiantes de quinto grado. Descubrió que los que participaban en una clase de ciencias al aire libre mostraban una mayor atención que los del grupo de control que continuaban aprendiendo de manera convencional. En la escuela John M. Patterson, una primaria en Filadelfia, las suspensiones pasaron de 50 por año a cero después de que se construyó un patio de juegos en el que los estudiantes mantienen un jardín de lluvia y toman clases de gimnasia y ciencias, según una reciente nota del New York Times obre el tema.
Durante la pandemia, varios experimentos se están realizando con resultados alentadores en lugares diversos como Estados Unidos, Dinamarca, Cachemira o Bangladesh. Pero siguen siendo ejemplos aislados, mientras las autoridades educativas y los gobiernos optan por un enfoque más tradicional. “La gente está mirando escudos de plástico que se colocan alrededor de los escritorios”, dijo ofuscada al NYT Sarah Milligan-Toffler, directora ejecutiva de una organización llamada Children & Nature Network. “¿Esa es nuestra solución creativa?”, se quejó.