El jardín de las delicias, por Jheronimus van Aken Bosco (Países Bajos 1450-1516), fue uno de los cuadros más preciados de Felipe II, quien lo colgó en el Monasterio de El Escorial para su disfrute personal o meditación. En 1939 fue trasladado al Museo del Prado y, desde entonces, millones de personas lo contemplan cada año y admiran las más de 300 figuras humanas, antropomórficas, de animales, objetos o plantas y árboles que lo componen y que en sus tres mesas describen el destino de la humanidad: de izquierda a derecha, el Paraíso Terrestre, la Tierra y el Infierno. El estudio ¿Hacia dónde miramos cuando miramos ‘El Jardín de las Delicias’ de El Bosco? realizado por el Grupo de Neuroingeniería Biomédica de la Universidad Miguel Hernández en colaboración con la pinacoteca nacional, y presentado este lunes en rueda de prensa, revela ese Infierno, y en concreto el supuesto autorretrato del pintor en esta parte del tríptico, es lo que más llama la atención de los visitantes.

La tecnología utilizada para determinar qué es lo que el observador está mirando con más cuidado -a cada uno de los 52 voluntarios se les colocaron gafas de seguimiento ocular conectadas a una computadora- permite registrar la posición de los visitantes en la Sala 56A del museo, donde se exhibe , el tiempo que cada uno dedica a mirar el cuadro y qué parte de la obra llama más su atención. Para lograrlo, también se midió el tamaño de las pupilas prestando atención al trabajo, la dirección de la cabeza, de los ojos y los llamados movimientos sacádicos, aquellos que son rápidos y simultáneos en ambos ojos, “lo que proporciona información relevante sobre las respuestas emocionales de los individuos”, según explica Eduardo Fernández Jover, director del Grupo de Neuroingeniería Biomédica de la Universidad de Elche.

El estudio revela que, en el 46% de los casos, los visitantes de El Prado inician su recorrido visual por el panel izquierdo (El Paraíso), luego continúan por el panel central (La Tierra) y terminan en el Infierno. Este seguimiento permitió a los especialistas generar, además, un mapa de calor que refleje las partes del cuadro que más llaman la atención.

Las conclusiones son que los visitantes observan 33,2 segundos cada metro cuadrado del Infierno, frente a los 26 segundos de la mesa central y los 16 del Paraíso. El tiempo promedio dedicado a ver la pintura es de 4,08 minutos. Eso sí, cuando la sala no está llena, ya que cuando está llena ―la mayor parte del día excepto entre las 14 y las 17 horas― el tiempo que se pasa frente a ella es mucho menor.Vista detallada del mapa de calor con las partes más observadas en rojo.Museo Nacional del Prado
Por elementos, además del autorretrato del pintor, las figuras más vistas son la Batalla, las Orejas, la Monja y el Monstruo sobre el panel del Infierno; la Fuente y los Pájaros, en el de la Tierra; y la Fuente y Dios en la parte del Cielo. El menos observado es un drago que se representa en el Paraíso Terrenal.
“En el Palacio de Nassau, en Bruselas, primer destino del tríptico, antes de que fuera adquirido por Felipe II, sus dueños lo mostraron a la élite de la época y hablaron del significado de las imágenes, algo que sucede a diario en la sala donde se encuentra. se expone en el Prado, que registra los datos más altos en cuanto a número y tiempo de visitas”, informan desde la pinacoteca.—De izquierda a derecha, Eduardo Fernández Jover, director del Grupo de Neuroingeniería Biomédica de la Universidad Miguel Hernández; Javier Solana, presidente del Patronato del Museo del Prado, y Carlos Chaguaceda, director de comunicación de la pinacoteca, durante la presentación del reportaje, este lunes.Álvaro García
El tríptico, a su vez, consta de dos partes. Una trasera, en tonos grises, donde se representa la creación del mundo en el momento en que se separaron las aguas de la tierra y se creó el Paraíso Terrenal. Cuando se abre la obra, aparecen las tres escenas estudiadas. El mensaje que transmite la obra es enormemente pesimista: la fragilidad y lo efímero de la felicidad y el disfrute de los placeres pecaminosos.
Aunque este tríptico del Prado no está firmado, nunca se ha cuestionado su atribución a Hieronymus Bosch, pero sí la fecha de su creación, que puede oscilar entre 1480 y 1505. Inicialmente fue adquirido por la Casa de Nassau y pasó a manos de la manos de Guillermo de Orange, líder de la rebelión holandesa contra la monarquía española. Durante la Guerra de Flandes (1568-1648), la obra fue confiscada por el duque de Alba, quien la donó a su hijo Fernando. Felipe II se lo compró a este último. Y de ahí, a la mirada de los visitantes del Prado.