El presidente de la República, Nayib Bukele, reactivó un viejo cóctel en la política salvadoreña con una sencilla y explosiva ecuación: Dios, armas, militares, policías y populismo.
Sostenido por fuerzas castrenses y policiales, y en una secuencia que rememoró los golpes de Estado dirigidos por generales y coroneles en los siglos XIX y XX en América Latina y el Caribe y la intimidación que impusieron por décadas en El Salvador, el mandatario tomó la tarde del domingo anterior la Asamblea Legislativa.
«Esto fue un anuncio de por dónde va a ir la gestión de Bukele», que inició el 1 de junio de 2019 y concluirá el 1 de junio de 2024, alegó el reconocido abogado y politólogo comunista Benjamín Cuéllar, dirigente de Víctimas Demandantes (VIDAS), una ONG de defensa de derechos humanos.
«Bukele no tiene formación política. Se mueve y se emociona con Twitter. Al final de su gobierno va a salir mal, en caída libre, por prometer tanto e incumplir. El que más promete es el que menos cumple. Podría ser el último mesías que gobierna El Salvador», dijo Cuéllar a periodistas de la publicación costarricense EL UNIVERSAL.
A sus anchas, y con el Congreso ocupado por tropas fuertemente armadas y a sus órdenes, Bukele se acomodó en una silla que no le pertenece y que preside el pleno Legislativo. Sin inmutarse, bebió agua de una botella de plástico, encendió un micrófono e inició una sesión parlamentaria al amparo de una convocatoria que envió el 6 de este mes a la Asamblea para reunirse el 9 a tratar asuntos de interés nacional.
Al aducir que los legisladores ausentes cayeron en desacato constitucional, precisó que las decisiones que «vamos a tomar ahora las vamos a poner en manos de Dios».
Bukele apagó el micrófono y empezó a orar en el estrado, en una pose claramente musulmana. Casi dos minutos después miró hacia arriba y, sorpresivamente, se levantó de la silla, se retiró del recinto flanqueado por militares y policías y salió del edificio legislativo. Ahí se reinstaló en su podio presidencial, desde el que, antes de entrar esa tarde a la sede parlamentaria, lanzó una primera arenga encendida a una enardecida multitud molesta con los 84 diputados por negarse a aceptar un préstamo.
De regreso, ahí contó a su exaltado auditorio que conversó… con Dios. «Yo le pregunté a Dios y Dios me dijo: ‘Paciencia, paciencia, paciencia, paciencia’», narró el gobernante, con fama de actuar al filo de las orillas institucionales para imponer su voluntad ante cualquier rival o circunstancia.
La impaciente muchedumbre reaccionó inquieta cuando Bukele le comunicó que, por consejo de Dios, optó por conceder una semana a los 84 para aprobar un empréstito de 109 millones de dólares para supuestamente reforzar la labor militar y policial contra la delincuencia.
La sacudida dominical-cerrada con ultimátum y amenaza de disolver la Asamblea si el préstamo sigue entrabado-marcó un hecho sin precedentes en el orden constitucional postconflicto bélico de un país que, como joven y atribulada democracia tras una guerra civil de 1980 a 1992, marcó un signo de inestabilidad y con desenlace imprevisible. Al pactar la paz hace 28 años, el pueblo salvadoreño pagó una factura de unos 80 mil muertos, desaparecidos y cientos de miles de desplazados en la contienda armada.
El Salvador «aguantó balas y bombas por años, pero no pudo con siete meses» de Bukele, reprochó el analista político Rafael Palomo. «Es momento» de que «los diputados pongan en su lugar al megalómano, para que no vuelva a militarizar» la Asamblea ni se siente «a presidir el pleno mientras levanta falsas plegarias, como todo un fariseo», subrayó.
Bukele «dejó un mensaje clarísimo» de que, si los diputados se le resisten, «no le temblará el pulso para tomarse la Asamblea», alertó. «Intento de golpe de Estado», acusó el lunes el opositor Mario Ponce, presidente de la Asamblea.
Repudiado dentro y fuera de El Salvador por su acción del domingo, Bukele rechazó y ridiculizó los ataques en su contra, pero se replegó el lunes y aceptó acatar una orden de la Sala de lo Constitucional que ese día le prohibió usar militares y policías para intimidar a sus opositores. Aunque «no compartamos» el fallo, «acataremos», admitió.
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Con información de EL UNIVERSAL de Costa Rica, editado por LaGaceta503