Durante décadas, el muro de Berlín partió en dos una ciudad arrasada, en pleno estado de ebullición, decadente, presa de las contradicciones históricas del siglo XX y en efervescencia cultural. Aquel símbolo de tantas y tantas cosas fue demolido piedra a piedra a partir del 9 de noviembre de 1989, y desde entonces las autoridades locales se encargaron de reducirlo a cenizas.
Pese a todo, el carácter simbólico del muro (y su larguísima extensión) permitió que algunos trozos se mantuvieran en pie repartidos por Berlín. Debían servir de memorando, de recuerdo a los horrores que marcaron a la capital alemana. Están documentados y tienen un alto componente turístico (se puede encontrar su localización aquí). El muro, pues, ya era historia. Muerto, derruido y destinado al interés museístico.
Resulta que no. Esta semana la prensa alemana se ha hecho eco de la sorprendente revelación de un historiador local, Christian Bormann: un trozo de muro no datado había sobrevivido a la purga original post-1989 y se había mantenido entre las sombras, olvidado y en estado ruinoso, a mitad de camino entre un cementerio y las vías del cercanías. Bormann afirma haber hallado sus restos ya en 1999, pero por algún motivo no ha hecho público su descubrimiento hasta ahora.
El trozo de muro en cuestión (unos cien metros) se encuentra junto a la estación de Schönholz, al norte de la ciudad, y formaba parte de la primera línea fortificada construida por las autoridades soviéticas en los primeros compases de 1961. Según explica en su propio blog, la porción amurallada fue construida con los remanentes ruinosos del vecindario aprovechando algunas casas que quedaban en pie tras la Segunda Guerra Mundial.
Fue un bosquejo, un muro transitorio, de ahí que no tenga el aspecto de panel hormigonado tan característico de la posguerra en los países comunistas. Sus pequeños tramos de ladrillo se explican por la necesidad de las autoridades comunistas de edificar una barrera rápida e inmediata mientras se ejecutaba la construcción del auténtico muro. La tesis de Bormann gana enteros gracias a las «V» de hierro instaladas en su cima que sostenían el alambre de espino.
Tal avatar histórico explica que esta sección del muro se haya mantenido hasta hoy. Cuando los ingenieros desarrollaron el muro de forma definitiva, escogieron una localización ligeramente distinta a la original (empleada por emergencia), lo que condenó a este tramo a la desmemoria. Dado que se encuentra en un rincón oscuro de Berlín (entre el paisaje urbano decadente tras el cercanías y un camposanto), poco transitado y poco vigilado, simplemente se olvidaron de él.
Superviviente del proceso de demolición de 1989 pero colocado en tierra de nadie, la pequeña porción fue hallada por Bormann hace casi veinte años. Ahora, según explica, la ha sacado a la luz dado su estado decadente y su peligro de derrumbe. Ya se ha puesto en contacto con las autoridades para, en caso de que sea necesario, restaurarlo y mantenerlo en pie. Su valor histórico es alto: es posible que sea el último trozo del muro original aún en pie.
Otro factor que ha promovido el anonimato de esta parte del muro es su aparente discreción. A primera vista no parece más que el talud de una antigua nave industrial o de una gran casa de ladrillo. Lo cierto es que el muro primitivo construido por los soviéticos era poco imponente: con escasos 3 metros y medio de alto, era técnicamente abordable. Sólo el alambre de espino planteaba dificultades reales para cualquiera que deseara cruzar.
La imagen histórica del muro no es mucho más siniestra. En realidad, la gigantesca hilera de hormigón era lo de menos: el principal problema para saltar al otro lado era la franja de la muerte, el amplio espacio entre el doble muro que hacía las veces de ratonera para quien se aventurara a saltarlo. Repleto de trampas y obstáculos y posición franca para los soldados de guardia, la altura y robustez de las paredes de hormigón y cemento eran lo de menos. La cuestión era superar la franja, mucho más complejo.
En fin, resta saber si la nueva franja sobrevivirá en su localización y se unirá al breve puñado de «muros» que aún siguen en pie. La mayor parte de ellos se han llenado de dibujos y grafitis con paneles explicativos. El recorrido museístico ha dotado de una segunda vida a los pesados paneles que componían la muralla, y sirven hoy para recorrer el Berlín dividido y un pedazo físico del siglo XX. Un rincón maravilloso, otro más, de una ciudad única.