China es el gigante asiático en términos económicos, pero realmente, en términos poblacionales, China es el gigante mundial. Por todos es conocido el modelo híbrido de dictadura comunista en la que el capitalismo ha encontrado un hueco, y que ha hecho que el país escale, en tan sólo unos lustros, a potencia económica, ostentando en el podio una flamante segunda posición entre las mayores economías del planeta.
Y ese capitalismo no sólo encontró un hueco en las estructuras del politburó comunista chino, sino que también encontró un hueco en algunos bolsillos: aquel maná de dinero de inversión proveniente de la deslocalización de Occidente y otros países desarrollados, además de la conquista comercial de sus mercados, acabó por llegar también a los bolsillos del ciudadano chino común. Y precisamente ahí radica el (en cierta medida) afortunado problema que analizamos hoy para nuestros lectores.
De una economía ostracista con una fuerte componente colectivizada e incluso rural…
China vivió su propia revolución comunista con Mao Tse-Tung en la década de los 60, en la que también coincidió posteriormente la denominada «Revolución cultural». Este particular eufemismo significó en la práctica el aplastamiento casi toda traza de disidencia, en un régimen que aún hoy en día no tolera ni lo más mínimo las voces críticas, ejerciendo una férrea censura, y sometiendo a todo atisbo de oposición que brota mínimamente a una evidente persecución político-social. Pueden ampliar información al respecto en este enlace de la BBC.
Por que se hagan una idea de hasta qué extremo llega esta persecución de la disidencia incluso hoy por hoy, pueden leer en esta noticia del Telegraphsobre cómo el ya difunto premio nobel y disidente chino Liu Xiaobo, cuyo premio otorgado por la Academia Sueca lo recibió tristemente una silla vacía, mientras el galardonado ocupaba una hostil celda carcelaria china. El activista a favor de los derechos humanos y pro-demócracia fue condenado a 11 años de prisión en Diciembre de 2009, acusado de «Subversión» por el terrible crimen de tan sólo haber osado reclamar reformas democráticas en el gigante comunista.
Pero al contrario de lo que muchas personas suelen creer, lo cierto es que las reformas económicas (y en parte ideológicas), que han acabado resultando en un nuevo sistema hibrido con el capitalismo, en realidad empezaron en China hace décadas. Fue allá por 1978 cuando el entonces dirigente del país, Den Xiaoping, en una muestra de (relativo) aperturismo encendió la llave de ignición del llamado «Socialismo con características chinas». Aunque también es cierto que dichas políticas han alcanzado su cúspide más visible en los últimos lustros, cuando la globalización ha entrado en su época dorada de máximo esplendor, al calor de la deslocalización de producción y empresas hacia países con costes de mano de obra (y derechos laborales) literalmente en otro orden de magnitud.
… al Dictapitalismo «popular» en su más amplio sentido
Aquella nueva forma de sistema socioeconómico incipiente empezó a abrirse paso en ciertas zonas geográficas chinas que, a modo de áreas experimentales, fueron utilizadas por el gobierno chino de entonces para hacer un experimento de campo, pero bajo condiciones controladas. Se hicieron ensayos de probeta con aquel capitalismo, que hasta el momento había sido visto claramente como un sistema socioeconómico enemigo a batir.
Estas denominadas «Zonas Económicas Especiales» se crearon ya a principios de la década de los 1980s, con la intención de ser un polo de atracción para el capital extranjero: de hecho, estaban exentas de impuestos y regulaciones. Los dirigentes chinos de entonces entendieron que el futuro económico mundial estaba cada ve más en manos de las multinacionales, y no quisieron seguir aislados de ellas. El experimento de campo fue considerado todo un éxito y estas zonas especiales se ampliaron hasta abarcar toda la China costera. Las nuevas regiones, incorporadas al experimento económico ya a gran escala, fueron potentes motores de crecimiento económico que trajeron riqueza y prosperidad al país.
Dejando a un lado las reformas político-sociales, el objetivo de esta transformación económica no era otro sino pasar de una economía planificada en China a una economía de mercado. Y vaya si lo consiguieron, puesto que, hoy por hoy, alrededor del 90% de la producción industrial china se encuentra en manos privadas: algo directamente impensable cuando esta transformación dió sus primeros pasos poco depués de aquella colectivización de la economía chinas. Había nacido el Dictapitalismo.
Y esta apertura económica, derivada de la transformación planificada desde instancias oficiales, ha traído pingües beneficios a las clases acomodadas del país. Pero la lluvia de dinero también ha acabado calando en las clases más populares. Estas clases más humildes, que ahora ya pueden ser calificadas abiertamente como de clase media, han acabado viendo cómo su bienestar, y más concretamente los ingresos por hogar, han aumentado sensiblemente hasta alcanzar (en su versión urbana) los más de 31.000 yuanes anuales en 2015. Esta cifra es especialmente significativa cuando se compara con los poco más de 1.500 yuanes en 1990 para el mismo indicador (vean la progresión en esta gráfica de Statista que deja boquiabierto).
Y es precisamente en este punto donde se originan los riesgos del asunto central del análisis de hoy: en esa característica de Dictapitalismo «popular». Donde el «popular» adquiere una especial relevancia en un país de más de 1.300 millones de habitantes, con una amplia clase media emergente, que empieza a tener capacidad económica, capacidad de ahorro y… inevitablemente también capacidad de inversión.
El popular problema que emerge de una clase media con poder económico
Ya analizamos hace algunos años en el artículo con título «La indómita naturaleza del capitalismo popular» cómo un talón de aquiles del capitalismo popular es precisamente su misma esencia: cuando un amplio sector de la sociedad adquiere capacidad económica y de inversión, la socioeconomía en su conjunto se vuelve tremendamente vulnerable a los pánicos y euforias colectivas. Y estos pánicos y euforias afectan (y se propagan) mucho más fácilmente entre una clase media amplia y, por desgracia, muchas veces con escasa formación económica (por no decir inexistente en demasiados casos).
Ésa es precisamente una de las grandes motivaciones de estas líneas, la de aportar un humilde granito de arena en una sana y necesaria divulgación y reflexión económica, que ayude a traducir la capacidad económica de la clase media en progreso socioeconómico sostenible. Y ello debe venir inevitablemente de la mano de la racionalidad y la formación económica de las clases más (y también menos) populares, incluso desde el mismo sistema educativo, porque por ejemplo aquello de «los precios de los pisos nunca bajan» se lo rebatí abiertamente a personas que provenían de todos los estratos sociales.
En el caso del gigante asiático, las proporciones de su población, de su capacidad agregada de ahorro, y de su capacidad agregada de inversión son realmente descomunales. Es por ello por lo que esa naturaleza indómita del capitalismo popular se vuelve un problema especialmente grave para las autoridades del gigante rojo (y obviamente, por extensión, también para los mercados internacionales). En sus manos queda la titánica tarea de que han de estabilizar su sistema socioeconómico ante los bandazos de los flujos de capitales espontáneos que consciente o inconscientemente provoca la población. Y como ha quedado demostrado en los últimos años con la burbuja de los mercados de acciones chinos, la burbuja inmobiliaria china, u otros ejemplos, esto también es un problema incluso para un país sobre-regulado y fuertemente intervenido económicamente como es el país comunista.
Y la gran bola de nieve de capital chino actualmente se dirige hacia…
Como les comentaba antes, allá por 2005 vimos un recrudecimiento significativo de la burbuja en los mercados de valores chinos. Fue sin duda la última (y violenta) espantada alcista de los últimos estertores de la efervescente tendencia bursátil, a la que siguió un sonoro pinchazo. En paralelo ha venido desarrollándose también una burbuja inmobiliaria, alimentada a su vez por una burbuja de sobre-endeudamiento bastante generalizado. Pues bien, esa burbuja inmobiliaria parece que vuelve a inflarse según pueden leer en este artículo de Business Insider. Y qué hablar de la burbuja de Bitcoin sobre la que ya les hemos venido alertando reiteradamente en los últimos tiempos (la última vez aquí), y que ha tenido en uno de sus vectores de ataque el ingente capital chino procedente en una proporción relevante de la clase media.
En el mercado de valores las autoridades chinas intervinieron e hicieron declaraciones tanto para intentar evitar una burbuja, como posteriormente para intentar calmar los ánimos (tan caldeados) tras el pinchazo: todo a golpe de sobre-regulación como acostumbran en el país asiático. En la burbuja inmobiliaria las mismas autoridades hace unos años tomaron la radical solución de demoler rascacielos ya completamente construidos, con el fin de intentar animar el precio de las propiedades que dejaban en pie. ¡Qué les voy a contar del mercado de Bitcoin que no sepan los lectores habituales!, pues las autoridades chinas se están caracterizando por ser unas de las más retrictivas (sino persecutorias) del planeta en lo que se refiere a la adopción de las crypto-monedas. Les escribimos hace poco al respecto en el artículo «Bitcoin es ya un ‘Too big to (make it) fail’ para algunas economías, y por eso surgirá un mercado negro de Bitcoins en China«.
¿Y cuál es el nexo común de todas estas actuaciones en mercados tan dispersos? Adivinen… a base de sobre-regulación se está sometiendo a una persecución precisamente a esa gran bola de nieve de dinero chino, que se va yendo de un lado a otro según donde le sean más favorables las condiciones de inversión (o según los surcos que le van cavando delante las atareadas máquinas pisanieves del gobierno). En palabras del propio presidente Xi Jinping, China continuará fortaleciendo la regulación financiera, y defendiéndose de los riesgos sistémicos. Vamos, que es un caso claro de intentar domar esa indómita naturaleza del capitalismo popular de la que les hablaba ya hace años y que muestra en China su cara más masiva.
En este artículo de Bloomberg, en el cual se citan también parte de algunos de estos antecedentes, pueden leer sobre esta infrenable avalancha de nieve, y cómo actualmente bastantes analistas parece que se inclinan por dirigirla de nuevo hacia los mercados de valores. Los mismos analistas consideran que sopla el viento a favor de esta salida, puesto que las perspectivas de la ralentización del crecimiento económico parecen haberse estabilizado, los fundamentales de la economía y del mercado parecen volver a mostrar su cara más sólida, y hay una falta creciente de destinos alternativos de inversión. Por otro lado, volver a inflar los precios de las acciones tendría un efecto colateral que ahora mismo le vendría muy bien a China: reduciría su dependencia del endeudamiento.
Está por ver qué ocurrirá en la siguiente entrega por capítulos de esa gran burbuja china de dinero que va rodando ladera abajo, y que sólo atinan a ir rolando de un sitio a otro según donde interese más ubicarla (o según dónde menos daño potencial puede hacer). Es curioso cómo, tras las últimas fases de la globalización, ha tenido que ser precisamente un régimen adalid del Dictapitalismo el que tiene que lidiar con la cara más difícil del capitalismo a secas, al cual paradójicamente combatía sin tregua hace tan sólo unas décadas.
China es sin duda un país de grandes contrastes, y el contraste más grande que se percibe en su ultima foto es la poca distancia que separa las luces y sombras que arroja su particular concepción de la economía. Un nuevo modelo socioeconómico como el Dictapitalismo ha sido sin duda un terreno desconocido a nivel global en el que las autoridades chinas han decidido adentrarse, pero igualmente desconocido resulta ampliar al máximo terráqueo las variables de un modelo ya conocido como el capitalismo. Tal vez la sobre-regulación extrema del país asiático pueda domar a esta bestia, o tal vez la única manera de domesticarla sea dejarla suelta para coger confianza con ella. Es la eterna dicotomía entre sobre-regular o libre-regular, sólo que en China esta escala también es dramáticamente masiva, como masivas serán también sus consecuencias para todo el resto del planeta.
Publicado originalmente el El Blog del Salmón