A pesar que el régimen cubano sofocó una marcha, la disidencia hizo oír su reclamo

by Redacción

Cuba vivió el esperado 15 de noviembre como una gran paradoja: el régimen impidió que se repitieran imágenes de protestas callejeras como las de julio gracias a la inmensa ola represiva desatada por toda la isla, pero no evitó que la jornada cívica por el cambio encontrara múltiples ventanas para emitir su grito de libertad, tal y como estaba planificado por la plataforma de acción ciudadana Archipiélago.

Fotografías, sábanas blancas y ropas del mismo color se convirtieron en la mejor herramienta para unirse al 15-N, además del centenar de manifestaciones que recorrieron el planeta.

Marchar de forma multitudinaria se hizo imposible. Fuerzas policiales y militares y las brigadas de choque de la dictadura se distribuyeron por las principales ciudades del país, comenzando por La Habana, tras el “bloqueo” del domingo contra Yunior García Aguilera, cabeza visible de Archipiélago. Hasta los temidos batallones de boinas negras regresaron a las calles para asustar a los cubanos con su violencia. El operativo contra el dramaturgo de Trébol Teatro, encerrado en su propia casa como si fuera una cárcel y cortadas sus vías de comunicación, se multiplicó por todos los rincones de la isla contra los miembros de Archipiélago, activistas de la sociedad civil y familiares de los más de 600 presos políticos, en especial los capturados desde el 11-J. El bloqueo de su calle solo fue el primero de muchos más.

“Pueden encerrarme, chantajearme con el mundo de mis afectos. Pero no podrán encerrar la libertad que vive en mi alma”, se defendió el historiador Leonardo Fernández Otaño, una de las cabezas visibles de Archipiélago.

El coraje y la profundidad de las palabras de los jóvenes de Archipiélago situaron a los cubanos en dos dimensiones diferentes, porque en la otra, la revolucionaria, solo se escuchaban insultos y amenazas. Los coordinadores de la plataforma (la actriz Iris Meriño, los activistas Saily González y Adrián Nápoles, los escritores Javier Mora y Miguel Montero, la poeta Zulema Gutiérrez, entre otros), miembros de las Damas de Blanco como Berta Soler y Ángel Moya, periodistas independientes como Luz Escobar y Yoani Sánchez y cientos más fueron retenidos en sus casas o capturados en el exterior, mientras los servicios de internet en la isla se reducían una vez más.

También dirigentes del Consejo para la Transición Democrática, como su vicepresidente, el socialdemócrata Manuel Cuesta Morúa, acabaron detenidos cuando se acercaba la hora de marchar. Hasta el hijo de José Daniel Ferrer, líder de la Unión Patriótica de Cuba (Unpacu), detenido desde julio, fue capturado de nuevo cuando salía de su casa vestido de blanco.

Muy pocos consiguieron saltar el muro, como el grupo que acompañó a dos sacerdotes católicos en su paseo por el bulevar de San Rafael.

“Los reportes que recibimos de Cuba son desoladores. El régimen ha desplegado las fuerzas de seguridad de forma masiva. Muchos periodistas y críticos están sitiados en sus casas. Algunos han sido detenidos. La intención es clara: suprimir cualquier intento de protesta”, denunció José Miguel Vivanco, director para las Américas de Human Rights Watch (HRW).

La represión llegó a semejantes niveles que hasta el rapero Maykel Osorbo, uno de los autores del himno libertario “Patria y vida”, sufrió un motín de repudio en el interior de la cárcel en la que se encuentra detenido desde hace seis meses, según la denuncia efectuada por Anamely Ramos, activista del Movimiento San Isidro (MSI). El artista Luis Manuel Otero Alcántara, líder del MSI, es otro de los prisioneros de la revolución, por participar en el estallido social de julio.

“Nada silenciará el deseo de libertad del pueblo cubano”, protestó el MSI tras viralizar la protesta de la familia de Andy García Lorenzo en Santa Clara, que al grito de “queremos libertad”, vestidos de blanco, se enfrentaron con su alegría contra una turba gubernamental. El joven García Lorenzo está condenado a siete años de cárcel por salir a protestar en junio.

Las redes sociales se convirtieron a duras penas en las “calles digitales”, con cientos de cubanos vestidos de blanco gritando “libertad”. Redes bloqueadas en parte donde hasta existen palabras “peligrosas” que la revolución ha conseguido censurar en los teléfonos celulares: dictadura, manifestación, protesta, 11-J, Archipiélago, Díaz-Canel singao, y Patria y vida.

“Ellos no pueden estar rodeándome toda la vida, así que saldré a manifestarme, y no una sola vez. No soy mercenaria, no quiero intervenciones militares, nadie me paga nada”, explicó Saily González, quien se enfrentó a un grupo de mujeres de gran volumen que gritaban alrededor de su casa.

“Han tratado de descabezar el 15-N con un patrón que incluye toda la maquinaria del Estado al servicio de la represión, que puede darse el lujo de inmovilizar a cientos de personas que de ir a la calle se pueden multiplicar en miles”, explicó a la nacion el politólogo cubano Armando Chaguaceda. “Con la represión quieren dar la idea de que la calle es del régimen, algo ya visto antes en Venezuela y Nicaragua. Los ciclos de protesta fueron abortados con una acción descomunal de represión”, agregó el también historiador, especialista en revoluciones.

“De manual del nuevo autoritarismo latinoamericano lo que pasa en Cuba. Organizas actos de repudio, bloqueas la salida de los activistas con turbas o improvisados arrestos policiacos domiciliarios y luego dices que los opositores son grupúsculos sin apoyo popular”, criticó el filósofo Rafael Rojas.

El gobierno cubano, por su lado, profundizó su tarea favorita: la propaganda. “El mundo en pie de lucha con Cuba. Nuestro agradecimiento por el apoyo y la solidaridad”, pontificó Díaz-Canel, pese a las críticas que se han generado ante la represión que él mismo encabeza.

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