«Dejen a Trump ser Trump», es una de las habituales proclamas de los fieles al singular presidente norteamericano, desde que su irrupción ofreciera la personalidad del primer antipolítico de la historia reciente que gobierna los Estados Unidos. Dicho y hecho. El ocupante del Despacho Oval se comporta con el mismo desapego a la institucionalidad de los cargos que aquel hombre de negocios televisivo que despedía a los concursantes desde su atalaya de presentador de un reality show: «¡You´re fired!» (¡«Estás despedido!»). Acostumbrado a hacer y deshacer al frente de su imperio, el veterano Trump, el presidente que llegó con más años al cargo, muestra la imagen de una adaptación imposible, en las antípodas de la estabilidad que requiere cualquier Gobierno. La inexperiencia y la necesidad de conformar un equipo lleno de equilibrios internos cuando desembarcó en el Despacho Oval, han hecho el resto. Siete meses después, el presidente acumula una decena de destituciones sólo en su staff de la Casa Blanca, que se elevan a catorce si se cuentan los miembros de la Administración, en el arranque de mandato más inestable que se recuerda.
Las tres semanas que duró en el cargo su Asesor de Seguridad Nacional Michael Flynn, obligado a dimitir por sus contactos rusos no confesados, podrían haber sido un hecho aislado. Sin embargo, la ruidosa llegada de Donald Trump a la presidencia no auguraba precisamente un periodo de tranquilidad. Un vistazo a las imágenes que inmortalizaron la toma de posesión del equipo del presidente, el pasado 22 de enero, muestra ya a un numeroso grupo de «caídos» en la cruenta batalla interna que aún se libra en la Casa Blanca. La salida el viernes del último de ellos, Steve Bannon, primer representante del nacionalismo de corte populista que impregna gran parte del discurso presidencial, forma parte de la «limpieza» que Trump ha encargado a su jefe de gabinete, el general John Kelly.
En este tiempo de mandato, han convivido en el entorno presidencial enfrentamientos personales con pugnas de tinte ideológico. En el equipo de asesores, Bannon representaba un discurso opuesto al de Jared Kushner, yerno y asesor del presidente (aunque sin remuneración), a quien se sitúa entre los llamados «globalistas», opuestos al discurso proteccionista y de ruptura con las grandes instituciones occidentales promovido por su enemigo ideológico. Para algunos fieles a Trump, la marcha de Bannon puede suponer su abandono definitivo de las ideas que le permitieron al presidente conectar con sus bases, con lo que él mismo bautizó como su «movimiento». El núcleo duro de ese raquítico 39% de apoyo que refleja la media de las principales encuestas de popularidad (RealClearPolitics), sólo compensado con una fidelidad casi incondicional. Sin embargo, el anunciado regreso de Bannon al mismo diario digital que sirvió de palanca ideológica para la campaña de Trump, Breitbart News, permite pensar en que su ya ex asesor va a seguir ayudando al presidente desde la plataforma mediática. En una prueba de la buena relación que aún mantienen, Trump escribía ayer en Twitter este mensaje: «Quiero dar las gracias a Bannon por sus servicios. Llegó a la campaña durante mi campaña contra la corrupta Hillary Clinton. ¡Fue grande! Gracias».
La marcha del polémico ideológo cuenta con dos interpretaciones. La primera respondería a una demanda del establishment republicano, que ha venido reclamando su salida, especialmente a raíz de los guiños que Trump lanzó al mundo de la extrema derecha, en concreto al del supremacismo blanco. La decisión del presidente obedecería también a un intento de compensar la destitución de Reince Priebus como su jefe de gabinete. El ex presidente del Partido Republicano estaba considerado la conexión de la Casa Blanca con el aparato y el establishment de la formación política. La lectura más plausible obedece al intento real de Trump de poner orden dentro de la Casa Blanca, para lo que nombró jefe de gabinete al miembro de su equipo en el que más confía, John Kelly. Tras algunas reticencias iniciales, el presidente logró convencer al general de cuatro estrellas de que era la persona idónea para imponer disciplina en el equipo, para lo que le ofreció carta blanca en sus decisiones. La destitución fulminante de Anthony Scaramucci, el fugaz director de Comunicación que Trump había nombrado apenas diez días antes, fue la primera prueba de que Kelly actuaba con mando en plaza. En el mismo movimiento, el general se cobraría la pieza del secretario de prensa, Sean Spicer, quien para entonces ya había perdido el favor del presidente.
Pese al vacío que el polémico Bannon deja en su entorno, puede que la marcha de miembros del grupo ultranacionalista no haya concluido. El polémico Sebastian Gorka, asesor en materia de seguridad, conocido por sus propuestas radicales para combatir el terrorismo, podría ser el próximo destituido, si el presidente sigue dejando hacer su labor al jefe de gabinete, John Kelly. Así lo apuntaban ayer diversos medios, que reducen a Kellyanne Conway, una de consejeras artífices de la victoria electoral de Trump, la futura presencia de los fieles a su discurso más populista.