Por Gerardo Di Fazio
Según los Evangelios, el jueves por la tarde antes de Pascua, durante su última comida con los apóstoles, Jesús instituyó la Eucaristía. Era uno de los pasos de la comida ritual judía de Pesaj, y fue su última cena antes de su muerte. En los Evangelios se indica que Jesús, tomando pan y vino, los consagró como su “cuerpo” y su “sangre”. Los distribuyó a sus discípulos como “alimento” espiritual, pero también como signo de la “nueva alianza” entre Dios y los hombres. Finalmente les pidió: “hagan esto en memoria” suya y para siempre.
La teología cristiana, en todas sus confesiones, sostienen que “Cristo, el salvador” realizó entonces la “redención” definitiva de la humanidad del pecado original, a través de su sacrificio “único” que vendría al día siguiente en la cruz.
La petición de Cristo a sus discípulos fue que siguieran celebrando esta comida “en memoria” de aquel que fundó la Iglesia. Después de su muerte y resurrección, los cristianos se reunieron en secreto en las casas -o en ciertas sinagogas que habían reconocido en él al “Mesías” esperado por el pueblo judío- para reproducir esta última cena.
Jesús es un fiel devoto judío, y está celebrando junto a sus amigos uno de los Seder de Pesaj, es decir uno de los “pasos” que se realizan para llegar el culmen de la Pascua Judía, por eso el mismo Jesús dice en Lucas 22:14: “Ardientemente he deseado comer esta Pascua con vosotros, antes de padecer, porque os digo que ya no la volveré a comer hasta que se cumpla en el reino de Dios”.
Tomará el pan, el cual es un pan sin levadura llamado Matzá y pronunciará sobre él la bendición: “Bendito eres, Oh Señor, Dios nuestro, Rey del Universo, que nos has santificado con tus preceptos y nos ordenó comer Matzá…”, lo partió y se los dio diciendo: “Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros; haced esto en memoria mía”.
Luego, Jesús dió la bendición: “Y, tomando un cáliz, después de pronunciar la acción de gracias, dijo: ‘Tomad esto, repartidlo entre vosotros; porque os digo que no beberé desde ahora del fruto de la vid hasta que venga el reino de Dios… este cáliz es la nueva alianza en mi sangre, que es derramada por vosotros.’” ¿Jesús tomó una copa común de la mesa del Seder? No. Jesús tomó la copa reservada al profeta Elías, “la quinta copa”. En la práctica, no se acostumbra beber de la quinta copa, pero sí servirla. En el Seder de Pesaj se bebe cuatro veces en las cuatro copas de vino que se corresponden con las cuatro expresiones de liberación que fueron pronunciadas en la salida de Egipto: “os sacaré”, “os salvaré”, “os libraré” y “os tomaré” (Éxodo 6:6-7). Vale recordar que el profeta Elías fue raptado por un carro de fuego y volvió a la tierra para anunciar la llegada del Mesías. Jesús, al tomar de esa copa, nos indicó que los tiempos ya se habían cumplido, ya que considera que Juan el Bautista era Elías, como leemos en Mateo 17:12 “…pero yo os digo que Elías ya vino y no lo reconocieron, sino que le hicieron todo lo que quisieron”.
Estas dos acciones del pan y del vino darán lugar, posteriormente, a la institución actual de la celebración de la Eucaristía, que no es más que un Seder de Pesaj resignificado con una liturgia codificada, donde el sacerdote católico u ortodoxo reproduce esta última comida, pero donde la fe cristiana considera que el vino y el pan una vez “consagrado”, son el soporte material y sustancial de la “presencia real” de Cristo. Es la “transubstanciación”, es decir: el pan y el vino son realmente Cristo presente.
En cambio, las Iglesias reformadas (con sus diferencias teológicas entre ellas) no consideran que Cristo esté “realmente” presente en el pan consagrado, sino solo es un recuerdo simbólico de la última cena. Estas Iglesias sostienen la teoría de la “consubstanciación”.
La Iglesia católica y algunas ortodoxas prevén dos liturgias el Jueves Santo. Por la mañana, la Misa Crismal (a menudo celebrada el miércoles por razones prácticas) donde el obispo reúne a los sacerdotes de su diócesis para renovar sus compromisos sacerdotales y bendecir los santos óleos. El término “crismal” proviene de la palabra griega khrisma que significa “aceite”.
Durante este servicio, para renovar el compromiso asumido, los sacerdotes de la diócesis visten con el color litúrgico blanco, que evoca la alegría, la pureza y la gloria de Dios. Los tres óleos que bendice el obispo se utilizarán para la celebración de los sacramentos. El primer aceite es el de los catecúmenos, que se usa durante los distintos pasos que preceden al bautismo, y que simboliza la fuerza y la lucha contra el mal. El segundo aceite es el del sacramento de los enfermos, para ser usado en el momento de la enfermedad. Como es una unción, el simbolismo es que penetra en la piel y es una manera de decir que la gracia de Dios viene a impregnar la persona y la humanidad con la dimensión de Salvación. El tercer óleo es el Santo Crisma que se utilizará para la celebración del bautismo, ordenaciones y confirmación. Se trata sin duda del más importante de los tres aceites, está perfumado de forma específica con esencias de rosa o de jazmín y simboliza nuestra comunión con Dios y Cristo.
Todo el presbiterio y los fieles están invitados a esta celebración, que demuestra la unidad de la comunidad diocesana en torno a su obispo. Allí están representados todos los componentes del pueblo de Dios.
La medida fue bien recibida por las agrupaciones cristianas de mujeres
Y por la tarde tiene lugar la misa conmemorativa de la Cena del Señor, que celebra muy solemnemente la institución de la Eucaristía, fundamento de la Iglesia. Allí el sacerdote lava los pies a doce fieles como lo hizo Cristo con sus apóstoles. Este gesto ha pasado a través de los siglos, pero es opcional. Según el Misal, “los hombres elegidos son conducidos a los asientos que les han sido preparados en el lugar más adecuado. Luego el sacerdote (después de haberse quitado la casulla si es necesario) vierte agua sobre los pies de cada persona y luego los seca, ayudado en todo esto por los ministros. (Misal Romano, Misa del Jueves Santo, n. 6). Este gesto se basa en Juan 13.1-15: “…se levantó de la cena, se quitó el manto, tomó una toalla y se la puso a la cintura. Después echó agua en una jofaina, y empezó a lavarles los pies a los discípulos y a secárselos con la toalla que se había puesto a la cintura. Llegó a Simón Pedro y éste le dijo: — Señor, ¿tú me vas a lavar a mí los pies? — Lo que yo hago no lo entiendes ahora -respondió Jesús-. Lo comprenderás después. Le dijo Pedro: — No me lavarás los pies jamás. — Si no te lavo, no tendrás parte conmigo -le respondió Jesús. Simón Pedro le replicó: — Entonces, Señor, no sólo los pies, sino también las manos y la cabeza. Jesús le dijo: — El que se ha bañado no tiene necesidad de lavarse más que los pies, porque todo él está limpio. Y vosotros estáis limpios, aunque no todos”. Esto lo dijo porque sabía quién lo iba a entregar.
Después de lavarles los pies se puso el manto, se sentó a la mesa de nuevo y les dijo: “¿Comprendéis lo que he hecho con vosotros? Vosotros me llamáis el Maestro y el Señor, y tenéis razón, porque lo soy. Pues si yo, que soy el Señor y el Maestro, os he lavado los pies, vosotros también debéis lavaros los pies unos a otros. Os he dado ejemplo para que, como yo he hecho con vosotros, también lo hagáis vosotros”.
Al finalizar esta misa de Jueves Santo, los fieles adoran, muy entrada la noche, la Eucaristía colocada en un depósito especial de la iglesia y ya no en el sagrario, en memoria de la agonía de Cristo, víspera de su pasión en el jardín de los olivos.