Diez días faltaban para que Alemania cumpliera medio año sin Gobierno, cuando Angela Merkel juró este miércoles como canciller por cuarta vez consecutiva retomando así -al menos formalmente- las riendas de la mayor economía europea.
La siete veces elegida como la mujer más poderosa del mundo por la revista Forbes le ha dado un portazo a la crisis que había marcado uno de los picos más bajos de su popularidad, solo superando la crisis de refugiados de 2015 que significó su mínimo histórico, y comienza así su cuarto y último mandato como canciller, tras lo cual habrá permanecido nada menos que 16 años en el poder.
Sin embargo, tras la investidura del miércoles, a la mujer de 63 años criada en la República democrática alemana (RDA) le esperan cuatro años difíciles. Los especialistas coinciden en que su mandato concentrará los mayores desafíos para Alemania tanto en el frente interno como en el plano internacional.
«Este puede ser el mandato más difícil de Merkel», opinó el consultor en comunicación política radicado en Alemania, Franco Delle Donne, quien considera que la canciller se enfrenta a un contexto complejo, marcado en términos de la política doméstica por lo que algunos analistas han definido como la italianización de la política alemana.
En efecto, el país se encuentra ante una fragmentación absolutamente inédita del Bundestag, con siete partidos y seis fracciones, y con una caída en votos de los dos principales partidos – los Democristianos y la Socialdemocracia- que los equipara al resto de las formaciones.
Todos estos elementos han colaborado con la parálisis que se prolongó durante los casi seis meses en los que Merkel ensayó un frente con los liberales y los ecologistas primero y, fracasado éste, una reedición de la llamada Gran Coalición que es la que finalmente acaba de asumir el Gobierno.
«Los dos partidos mayoritarios perdieron peso específico, mientras surgen formaciones nuevas, lo que complejiza el escenario político y por lo tanto la formación de gobierno», analizó Delle Donne.
Primer desafío: un mundo distinto
«Los tiempos en los que podíamos contar completamente con otros quedaron un poco lejos», dijo Angela Merkel en mayo pasado, adelantando el que sería uno de sus mayores escollos en materia de política exterior tras la asunción de Donald Trump como presidente de Estados Unidos, y del «Brexit» en Reino Unido.
La polémica con el mandatario estadounidense se intensificó en las últimas semanas, después de que se anunciara el aumento de un arancel del 25% sobre las importaciones de acero y de 10% de sobre las de aluminio, decisión que fue enérgicamente rechazada por Alemania.
«Este proteccionismo golpea a socios cercanos como la UE y Alemania y limita el libre comercio», criticó la entonces ministra alemana de Economía, Brigitte Zypries, en relación a la alarma sembrada por sectores exportadores y los temores por un posible espiral proteccionista.
Sobre la salida del Reino Unido de la Unión Europea (UE), que ha cubierto con un manto de incertidumbre el futuro del bloque, la canciller expresó a mediados del mes de febrero, durante un encuentro en Berlín con la primer ministra británica, Theresa May, que Alemania lamentaba el «brexit», pero que trabajaría por unas negociaciones «constructivas» que permitan una relación política y económica «estrecha».
Sin embargo, un estudio publicado el lunes pasado por los consultores de Oliver Wyman reveló que las empresas alemanas perderán cerca de 9.000 millones de euros (unos 11.100 millones de dólares) por año una vez que el Reino Unido abandone la UE, lo que convertirá a Alemania en el país más afectado del bloque.
A esto se suma un proceso de reforma europea que el Gobierno alemán pretende encabezar junto con el presidente francés Emmanuel Macron, y que consistirá en una revisión de distintas cuestiones, entre ellas la bancaria y la migratoria.
El frente interno: el crecimiento del AfD en una Alemania cada vez más difícil
«El principio del fin de la era Merkel». La frase podría resumir la forma en la que los medios alemanes se refirieron a la crisis de los últimos seis meses, demostrando que el periodo de las negociaciones no fue gratuito para la canciller.
Merkel fue cuestionada por haber «entregado» ministerios clave como el de Finanzas e Interior, y por no haber puesto la impronta conservadora a la Gran Coalición en pos de mantenerse como canciller.
Además, y en tanto este será su último mandato, se ha abierto un periodo de transición tanto en el ejecutivo como en su propio partido -que dirige desde el año 2000-, que habilitó la aparición de distintas figuras con ambiciones e intereses cuya estrategia ha consistido en ataques en su contra.
Pero la política doméstica alemana se vio sacudida en las últimas elecciones por un factor más importante y que hoy ya representa el mayor desafío de la Gran Coalición: los seis millones de votos recogidos por Alternativa para Alemania (Alternativ für Deutschland, en alemán) una fuerza de extrema derecha que se ha convertido en la principal oposición del gobierno de Merkel.
Publicidad electoral de Alternativ für Deutschland (AfD), la extrema derecha alemana
«El AfD es uno de los grandes desafíos del flamante gobierno, ya que es la primera vez en muchos años que la ultraderecha tiene el poder de liderar la oposición oficialmente», explicó Delle Donne, también coautor del libro Factor AfD. El retorno de la ultraderecha a Alemania, publicado en septiembre de 2017.
Lo que sí es inédito, según el especialista, es que hoy el AfD se haya convertido en un partido con representación parlamentaria a todo nivel -federal, regional y local-, con una estructura de comunicación capaz de instalar un tema en la agenda, y con el antecedente de haberlo logrado exitosamente antes de los comicios de septiembre, cuando apenas representaba una oposición extraparlamentaria.
«Ser la oposición del Gobierno significa, más allá de los simbólico, una serie de privilegios relativos al funcionamiento parlamentario, como la posibilidad de liderar ciertas comisiones clave en el Bundestag, así como también un tratamiento especial por parte de los medios de comunicación, lo que les dará mucho más tiempo en el espacio público, discutiendo y exponiendo sus ideas», advirtió Della Donne.
La pregunta que se abre, entonces, tiene que ver con las estrategias del nuevo Gobierno para impedir el crecimiento de la ultraderecha, que ha visto legitimado su discurso político ante la continuidad encarnada por Merkel desde el año 2005. Desde su surgimiento en 2013, esta formación ha logrado instalarse en la política germana con un discurso que hasta ese momento era inédito, basado en el rechazo a los refugiados, en la precariedad laboral y el miedo.
Durante todo este tiempo, la política tradicional ha subestimado dicho mensaje habilitando su crecimiento -transversal en la sociedad alemana-, pero el cuarto mandato de Angela Merkel podría ser una oportunidad para comenzar a combatirlo, si eso es acaso posible.