Los «chalecos amarillos»: un movimiento que no sigue el manual populista clásico

by Redacción

Demasiado poco, demasiado tarde: esa fue la respuesta esta semana de los «chalecos amarillos» ante la repentina marcha atrás que dio el gobierno francés al aumento del impuesto sobre el combustible. El movimiento, que convulsiona al país con violentas protestas desde hace semanas, afirma que quieren más, mucho más. Y lo quieren ahora: impuestos más bajos, salarios más altos, liberación del continuo temor financiero y una vida mejor.

Esas exigencias más profundas, la incapacidad del gobierno de Emmanuel Macron para mantener el paso y un resentimiento feroz contra las ciudades prósperas y exitosas corre como un cable electrificado que conecta levantamientos populistas en Occidente, incluidos los de Gran Bretaña, Italia, Estados Unidos y, en un grado menor, países de Europa central.

El vínculo entre estos levantamientos, más allá de las exigencias, es un rechazo a los partidos, los sindicatos y las instituciones gubernamentales existentes, los cuales se perciben como incapaces de canalizar la profundidad de sus reclamos o de ofrecer un refugio en contra de la inseguridad económica.

Disturbios en protestas de «chalecos amarillos» en Francia
Las protestas de los «chalecos amarillos» degeneraron el sábado en enfrentamientos con la policía en París y otras ciudades de Francia, con coches y barricadas en llamas y casi 1.400 detenciones.

Sin embargo, lo que diferencia a la revuelta en Francia es que no ha seguido el manual populista de siempre. No está atada a un partido político, mucho menos a uno de derecha. No se enfoca en la raza ni en la migración, y esos puntos tampoco aparecen en la lista de exigencias de los «chalecos amarillos». No la encabeza un líder que escupe fuego por la boca. El nacionalismo no está en su agenda.

En cambio, el levantamiento es en gran parte orgánico, espontáneo y autodeterminado. Sobre todo, se trata de las clases económicas y gira en torno a la incapacidad de la gente para pagar las cuentas.

En ese aspecto, se parece más a Occupy Wall Street, las protestas en contra del sistema financiero que iniciaron los trabajadores pobres de Estados Unidos.

En París, se dio en las calles con las tiendas de lujo, la avenida Kléber y la calle Rivoli -símbolos del privilegio urbano que contrastan con las provincias anodinas de donde surgieron los «chalecos amarillos»-, donde el 1° de diciembre rompieron vidrieras.

No obstante, el movimiento también proviene de una profunda desconfianza hacia las instituciones sociales, ya que se percibe que estas funcionan en contra de los intereses de los ciudadanos, y que serán una dificultad particular para que el gobierno resuelva esta crisis. Los «chalecos amarillos» desprecian a los políticos y rechazan a los socialistas, a la extrema derecha, al movimiento político de Macron y a todos los que se encuentren en el medio.

El movimiento fue «totalmente inesperado para los partidos», analizó el politólogo Dominique Reynié.

De hecho, por lo menos hasta ahora, el movimiento de Francia sigue relativamente poco estructurado. Aún no se lo han apropiado la nacionalista de extrema derecha Marine Le Pen ni el líder de la extrema izquierda, Jean-Luc Mélenchon, por mucho que intenten reclamarlo como suyo.

Y justo eso hace único al grupo que sacude a Francia, en comparación con el Movimiento 5 Estrellas (M5E) en Italia, el cual surgió de una aversión similar hacia los partidos políticos y una desconfianza en las élites, y que se mantuvo como la expresión auténtica de la voluntad popular.

Menosprecio

Se pueden decir muchas cosas similares del Partido de la Independencia del Reino Unido (UKIP), el cual le dio voz al Brexit y al rechazo público de las estructuras de la Unión Europea (UE), así como a sus divisiones de clases con Londres. O podría decirse lo mismo del presidente norteamericano, Donald Trump , que menosprecia a las instituciones; sus simpatizantes de las zonas rurales y de más allá de los suburbios coinciden con él.

«Existe el mismo grado de miedo, ira y ansiedad en Francia, Italia y Gran Bretaña», comentó Enrico Letta, ex primer ministro italiano que ahora da clases en el Instituto de Estudios Políticos en París. «Esos tres países tienen el nivel más alto de desfase de clases», explicó.

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