El fin de la lucha armada
La conocida litografía de Louis Marie Bosredon de 1848 «el voto o el fusil» hacía referencia al efecto pacificador que el sufragio universal podía tener en la sociedad francesa tras la revolución de ese mismo año. Sin embargo, la tensión revolucionaria no se detendría y solo la masacre de la Comuna de París en 1871 (con al menos 25.000 comuneros asesinados por las fuerzas de Thiers y Bismarck) haría un parón que solo reiniciaría la revolución rusa de 1917. Las élites conceden derechos sólo cuando les son arrebatados y siempre esperan la revancha. Las luchas de ayer son los derechos de hoy y las luchas de hoy son los derechos de mañana. Con la democracia, como se suele repetir, nacieron sus enemigos.
La última vez que, con alguna consistencia, hubo lucha armada de izquierdas en el mundo occidental fue en el levantamiento zapatista del primero de enero de 1994. Aquella sublevación coincidió con la entrada en vigor del Tratado de Libre Comercio entre México, EEUU y Canadá, al que se definió como «una sentencia de muerte» para los indios desde el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN). El levantamiento apenas duró doce días y el verdadero éxito del EZLN, dirigido por el subcomandante Marcos, fue cuando cambiaron los rifles de hierro y acero por rifles de madera y comunicados con una alta carga lírica y una inmensa reivindicación moral.
Dos años antes, y como respuesta al Caracazo de 1989 (cuando el Presidente socialdemócrata Carlos Andrés Pérez mandó al ejército reprimir el levantamiento popular y los saqueos provocados por las medidas de ajuste del Fondo Monetario Internacional, con un resultado de entre 300 y 3000 muertos), el entonces Teniente Coronel Hugo Chávez y otros trece oficiales lideraron una rebelión contra lo que entendían era un gobierno ilegítimo que había masacrado a su pueblo. El levantamiento apenas duro unas horas. Aquel «Por ahora» de Chávez antes de su rendición implicaba un regreso, pero iba a tener otros contornos. Ya no era tiempo de revueltas de izquierda armadas.
Chávez fue juzgado y condenado. Tras dos años encerrado en el penal de Yare, saldría indultado por el Presidente Caldera. Tras dos años recorriendo el país reuniéndose con colectivos, Chávez llegó a la conclusión de que la vía armada no era una salida válida. Fue entonces cuando montó el partido Movimiento Quinta República, proveniente del Movimiento Bolivariano Revolucionario 200, que a su vez provenía del Ejército Bolivariano Revolucionario, fundado en 1982 coincidiendo con el 200 Aniversario del natalicio de Simón Bolívar (asuntos todos desconocidos, al parecer, por Felipe VI al no levantarse al entrar la espada de Bolívar en la plaza que lleva su nombre en Bogotá). Tras ese periplo por el país, donde escuchó a muchos grupos que seguían apostando por la lucha armada, Chávez convenció a toda la izquierda para que probaran por la vía electoral En 1998 ganó las elecciones, y aunque le dieron un golpe en 2002, lograron cambiar la Constitución, alfabetizar al país, ensanchar el acceso a la universidad, renovar la cúpula judicial, organizar la UNASUR, ayudar a la victoria de Lula da Silva, Evo Morales, Rafael Correa o Néstor Kirchner y sacar a millones de personas de la pobreza.
Recordando el golpe contra Salvador Allende, Chávez repetía que la revolución bolivariana era una «revolución pacífica pero armada». Tenía todo el sentido pues si con la caída de la Unión Soviética en 1991 se terminó la posibilidad de la lucha armada de izquierda, la lucha armada de derechas empezó a campar por sus respetos, a menudo dirigida por otros Estados, especialmente los Estados Unidos (guerra en Yugoslavia, «revoluciones de colores» en el Este europeo, golpe en Honduras, en Ecuador, en Bolivia, en Venezuela.
El fin de la lucha armada desde la izquierda tuvo un gran impacto en las perspectivas electorales y sociales de las fuerzas progresistas. Hasta el punto de que se puede enunciar una suerte de tendencia (tendencia porque no hay apenas leyes en las ciencias sociales): sólo cuando cesa la violencia armada pueden ganar las elecciones fuerzas políticas de izquierda más allá de la socialdemocracia. Si en España hay hoy un gobierno de coalición es porque ETA dejó de asesinar a partir de 2010. El 15M no hubiera sido posible con ETA atentando. Incluso sin violencia armada, Dolores de Cospedal, la Secretaria General del PP -esa que hoy sabemos que pactaba crear pruebas falsas con el comisario Villarejo- acusó a los acampados en la puerta del Sol de «terroristas». Difícilmente hubiera ganado López Obrador con una guerrilla muy activa, de la misma manera que el cese de la lucha armada por parte de las FARC fue condición necesaria para que Gustavo Petro ganase la Presidencia en Colombia. Aparte de una cuestión moral, es una cuestión política. Como dijo en una ocasión respecto de ETA el ex Ministro de Asuntos Exteriores del PP, José María Margallo, «Desde que no nos matan, no tenemos proyecto». Casi siempre, a quien más ha convenido la lucha armada ha sido al propio sistema que ha encontrado en la violencia la legitimidad que le faltaba. En Italia, la violencia la ejercía el estado profundo italiano cada vez que el Partido Comunista Italiano estaba a punto de entrar en el Gobierno. Sin violencia, somos más.
El vaciamiento de la democracia
Sin embargo, como viene sosteniendo Boaventura de Sousa Santos, la extensión de la democracia ha venido acompañada de su vaciamiento. De manera que entramos en una suerte de paradoja. Mientras la izquierda ha abrazado –y creo que es lo correcto- la vía electoral y la conquista constitucional de las instituciones, la derecha empieza a hacer trampas con las elecciones, con las instituciones, con los medios de comunicación e, incluso, con el cumplimiento de la Constitución. Y cuando todos esos elementos no bastan para garantizar el privilegio de las élites, entran en juego los factores internacionales, sea en forma de presión financiera –Fondo Monetario Internacional, Banco Mundial, Centro Internacional de Arreglo de Diferencias relativas a Inversiones), Banco de Pagos Internacionales de Basilea o el sistema SWIFT (Society for Worldwide Interbank Financial Telecommunication)– o, directamente, con agresiones militares de la OTAN, con golpes o con represión policial.
La información salida a luz en España con los audios del Comisario Villarejo y sus grabaciones con Dolores de Cospedal, entonces Ministra de Defensa del Gobierno de Mariano Rajoy y Secretaria General del Partido Popular, junto a lo que ya se conoce como el Ferrerasgate –en relación al caso Watergate, que le costó la presidencia a Nixon en 1974- resume todos estos asuntos. Es un comportamiento repetido en Argentina, en Colombia, en Ecuador, en México, en Chile, en Honduras o en Bolivia. La novedad es que ahora hay unos audios donde se escucha a los conspiradores tramar sus delitos. Por vez primera, en tiempo real se han desclasificado los documentos. No es extraño que el PSOE quiera una ley de secretos oficiales que retrase 50 años saber lo que nos pasa.
En el audio de Villarejo con la Ministra del PP se señala a los líderes más destacados en ese momento de Podemos con insultos gruesos y se dice que les van a «arruinar la vida» usando pruebas falsas. Se quejan dolidos de que otros montajes han sido torpes y no han sido útiles. Entonces, el Comisario se ofrece a mejorarlos. La Ministra del Reino de España, la cuarta economía del euro, región, cuentan, cuna de los derechos humanos, dice respecto de esas pruebas falsas: «las quiero».
Los audios de Ferreras no son menos escandalosos. El periodista explica que como La Sexta pasa por ser una televisión de izquierda, son ellos los que tienen la capacidad de «matar» a los líderes de Podemos. Además, afirma que aun sabiendo que un documento es falso –una factura de un inexistente pago en Granadinas de 270.000 dólares por parte de Nicolás Maduro a Pablo Iglesias- va a dar la información en directo y va a conectar en prime time con el falso periodista Eduardo Inda. El periodista de la izquierda -que cobra según algunas fuentes unos dos millones de euros al año- brindando pruebas falsas contra Podemos a un mes de las elecciones. Qué duda cabe que el falso pago en las islas Granadinas fue uno de los temas estrella en las elecciones. ¿No le inventaron a Evo Morales un falso hijo en la víspera electoral?
En esa reunión estaba ni más ni menos que José Luis Olivera, a quien se escucha en el audio la oferta de inventar una cuenta falsa a Pablo Iglesias para que tuviera que «salir a dar explicaciones». El problema es que Olivera había sido ni más ni menos que el Comisario Jefe de la Unidad de Delitos Económicos y Financieros (UDEF). El máximo responsable de los delitos económicos. En la reunión también había un empresario del grupo Planeta, Mauricio Casals, que encarga también a su empleado Ferreras que asuste al actual Presidente del Gobierno Pedro Sánchez: «a ver si le calzas una hostia», a lo que contesta el referente del periodismo periodismo: «muy pronto, eh, muy pronto. Yo creo que va a sufrir estas dos semanas». Cierra la conspiración el sector judicial, que consideró la información sobre la factura inventada «falsa pero veraz», porque la había entregado un Comisario. Un Comisario corrupto, habría que añadir.
En conclusión, Comisarios de policía corruptos se inventan pruebas. Jueces ajenos al Estado de derecho dan inicialmente siempre por buenas las acusaciones a la izquierda, aunque estén sostenidas en «rumores», en pruebas falsas o no tengan consistencia, al tiempo que liberan con pasmosa frecuencia cuando hace falta a los políticos de la derecha o a los empresarios que les pagan sobresueldos. Los periodistas en los informativos o en las tertulias convierten esas acusaciones a la izquierda en condenas firmes y los políticos de la derecha y la extrema derecha llevan al Parlamento esos casos como si fueran la prueba definitiva de la culpabilidad de las fuerzas de izquierda. ¿Qué hacer entonces? Si el máximo responsable de los delitos económicos y financieros inventa pruebas, si los periodistas de la supuesta izquierda los presentan como correctos, si los jueces los aceptan como válidos, si los políticos de la derecha aún sabiendo que es falso los convierten en tema de debate y si los empresarios ponen dinero para que esa maquinaria de mentiras esté bien engrasada, la democracia está herida de muerte.
Estados Unidos es probable que desemboque en alguna suerte de guerra civil, donde en el lado del trumpismo hay una cuerda de descerebrados que creen que la tierra es plana y están dispuestos a matar para defenderlo. Pero no nos engañemos: en ese ejército trumpista están también, dirigiendo, los sinvergüenzas que roban. Entre ellos y en primer plano, Donald Trump. Igual que Macri, Lasso, Piñera, Bolsonaro, Pinochet o Franco. Los golpistas de derechas siempre son también ladrones. El Ayusismo en Madrid adopta esa actitud matona y arrogante propia del trumpismo al tiempo que el hermano de la Presidenta se enriquece en mitad de la pandemia. Todo el PP es una estructura criminal para obtener beneficios económicos en forma de sobresueldos, obra pública, contratos, subvenciones o puestos en la administración. El penúltimo Secretario General del PP, Pablo Casado, duró diez días después de decir que era indecente que en medio de una pandemia el hermano de Ayuso se hubiera hecho rico vendiendo malos productos a la Comunidad de Madrid. No menciones la soga en casa del ahorcado.
La conclusión es que mientras que la derecha está negando su apoyo a la democracia por los hechos o en sus opiniones (más del 25% de los norteamericanos no cree en la democracia), la izquierda, a la que le han vaciado la democracia, es la que está defendiendo las instituciones de la democracia liberal. Y por eso no puede enamorar ni convencer a los desencantados de las democracias liberales. La izquierda defendiendo a la democracia vaciada. Cosas veredes amigo Sancho…
Un programa para una izquierda que deje de lamentarse
El contexto no es halagüeño. La izquierda está ganando las elecciones con frentes amplios que no tienen consistencia ideológica y, por tanto, tampoco organizativa. Enfrente, y escorándose a la extrema derecha, se articula un frente opositor que aunque no tenga el gobierno sigue teniendo el poder y cada vez menos escrúpulos. El lawfare y el mediafare han sustituido al golpismo clásico, aunque si les llegara a fallar no dudarán en regresar a la violencia propia del fascismo. Si pueden encarcelar a Lula sin pruebas como hizo Bolsonaro, todo en orden, pero si pese a todo Lula gana las siguientes elecciones, no hay duda de que algunos sectores están ya acariciando la senda golpista o la del magnicidio, igual que en Colombia.
La manipulación de los medios de comunicación se ha multiplicado y los periodistas de referencia tienen sueldos descomunales que les han hecho ascender a la clase de los poderosos. Pueden vivir en sus mismas zonas residenciales, visitar los mismos restaurantes y gozar de todos los privilegios de las clases más adineradas. Además, al recibir parte de sus sueldos por las pautas publicitarias, nunca atacarán a los que les pagan sus sobresueldos. Cierra el círculo su estrategia de atacar como políticos a la izquierda pero exigir su intangibilidad como periodistas. Son guardaespaldas del poder con muy pocos escrúpulos pero, eso sí, vestidos de ciudadanos ejemplares.
La lucha armada no es una salida porque sin apoyo popular, la violencia es terrorismo. Tiene que ver con lo que le dijo un pirata a Alejandro Magno en el conocido relato de Agustín de Hipona: «El rey en persona le preguntó: ‘¿Qué te parece tener el mar sometido al pillaje?’. ‘Lo mismo que a ti –respondió– el tener el mundo entero. Solo que a mí, como trabajo con una ruin galera, me llaman bandido, y a ti, por hacerlo con toda una flota, te llaman emperador». Si ganas, eres un estadista. Si pierdes, un terrorista.
De manera que si cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado, jueces, periodistas , empresarios que viven del privilegio de lo público, junto con el sistema financiero nacional e internacional, todos ellos con lógica patriarcal, imperial y depredadora del medio ambiente, han puesto en jaque a la democracia, ahí tiene la izquierda un programa político para salir de la postración en la que se encuentra. Porque si sigue siendo la triste defensora de unas instituciones vaciadas, le dejará a la extrema derecha todo el espacio para representar a todos los expulsados del sistema. Claro que es esencial escuchar a la calle -es lo que está haciendo Yolanda Díaz en España-, pero también es importante ayudar a la gente a que sepa cuales son las reglas de juego que nos están dejando.
Porque si pese a todas las dificultades, se gana, se tendrá igualmente enfrente una batería de neogolpistas en los medios, la judicatura, la policía y las instancias financieras internacionales que difícilmente se podrán frenar si no se tiene la calle tomada por los que quieren defender la democracia. Y para tener la calle hay que ganarse la calle. Es tiempo de volver a pensar los límites del modelo democrático que tenemos. Para no paralizarnos luego con sorpresas. Para que no se nos olvide aquello de que solo el pueblo salva al pueblo.