Bolivia cerró un capítulo de casi dos décadas de gobiernos de izquierda liderados por el Movimiento al Socialismo (MAS) y, en particular, por la figura de Evo Morales. Con los resultados preliminares de las elecciones presidenciales, que no otorgan una mayoría absoluta a ningún candidato, el país se encamina a una segunda vuelta, en la que se enfrentarán dos candidatos de la derecha, lo que marca un punto de inflexión histórico y una reconfiguración total del tablero político boliviano.
Las elecciones del domingo dejaron fuera de la contienda al candidato del MAS, Luis Arce, quien no logró capitalizar el legado de su partido y la popularidad que lo llevó a la presidencia en 2020. Aunque la izquierda se mantiene como una fuerza política considerable, no fue suficiente para evitar el balotaje, un escenario que no se vivía desde 2019.
La segunda vuelta se disputará entre dos figuras de la derecha que han capitalizado el descontento popular y el desgaste del MAS. Por un lado, el ex ministro de Gobierno, Carlos Mesa, quien ha sido una figura recurrente en la política boliviana. Mesa ha logrado consolidar el voto del centro y de la derecha moderada, proponiendo una agenda de reconciliación y un retorno a las instituciones democráticas que, según él, fueron debilitadas por el MAS.
Por el otro, el sorpresivo avance de Luis Fernando Camacho, líder cívico de Santa Cruz, quien ha logrado movilizar a las bases conservadoras y a la oposición más radical. Camacho, con su discurso regionalista y de defensa de la propiedad privada, ha logrado arrebatarle votos al MAS en sus propias bases, lo que muestra el profundo cambio en las preferencias de los bolivianos.
El declive del MAS puede explicarse por varios factores. En primer lugar, la figura de Evo Morales, que fue un símbolo de la lucha de clases, comenzó a ser percibida por muchos como una figura divisiva y autoritaria. Los intentos de Morales de volver al poder y su influencia en las decisiones del MAS generaron un desgaste que la candidatura de Luis Arce no pudo superar.
Además, la economía boliviana, que se había beneficiado de los altos precios de las materias primas durante el primer ciclo del MAS, se ha enfrentado a nuevos desafíos, como la inflación y la corrupción, que han minado la confianza de la población. La derecha ha sabido utilizar estos temas para ganar el apoyo del electorado y presentar su agenda como la única vía para el progreso.
La segunda vuelta, que se celebrará en las próximas semanas, será un momento definitorio para Bolivia. Independientemente de quién gane, el país tendrá un gobierno de derecha por primera vez en casi dos décadas. El desafío será para ambos candidatos, quienes deberán unificar a un país profundamente polarizado y responder a las demandas de una sociedad que ha demostrado que, si bien puede votar por la izquierda, también puede darle la espalda cuando las promesas no se cumplen.