Duermen poco y comen a deshora. Algunos incluso dejan de ducharse y sufren trastornos de comportamiento. A la sombra de la revolución tecnológica se está gestando una crisis social que causa estragos entre una gran parte de la población: la adicción a las pantallas. La diferencia con otras sustancias ilegales que (también) causan adicción es que, esta, todo el mundo la usa en mayor o menor medida.
Según la Clínica Recal, que ayuda en España a la reinserción en la sociedad de aquellas personas afectadas por la adicción a cualquier tipo de sustancia o comportamiento, un 2% de pacientes que ingresó en 2022 tenía adicción a las pantallas, las nuevas tecnologías y las redes sociales. “Hace una década, los teléfonos móviles eran muy diferentes a los actuales. Ofrecían muchas menos posibilidades que las que ofrecen hoy en día, lo que ha provocado que el 83% de los encuestados en un estudio reciente asegure ‘amar’ sus móviles”, apunta María Quevedo de la Peña, directora de tratamiento de la Clínica Recal de Madrid.
Es obvio que no estamos hablando de un amor romántico pero sí de la necesidad de estar en todo momento en contacto con nuestro dispositivo inteligente. Según un estudio encargado por HMD Global a Fly Research, los usuarios pasan más tiempo mirando la pantalla del móvil. En los últimos tiempos el uso del teléfono móvil ha aumentado un 90%, en todo el mundo. Los personas adultas, muchas veces, sin ni siquiera ser conscientes de ello, inverten una media de más de 16 horas en el móvil durante los 7 días que dura la semana. Esto quiere decir que tocan el teléfono casi 150 veces cada día.
Recordar cómo eran las cosas antes de Internet parece complicado en un escenario en el que todo lo hacemos desde nuestro smartphone: compras, control de nuestras finanzas e incluso ejercicio. De hecho, tal y como advierten desde Recal “el temor a usar los datos bancarios en el móvil también ha desaparecido, pues el 70% afirma que recurre a su dispositivo para hacer transacciones de dinero”.
La tecnología digital es una necesidad moderna. La televisión, la radio, los videojuegos, e incluso la letra impresa revolucionaron la sociedad por sus efectos en la cultura, el conocimiento, la creatividad. Sin embargo, con las aplicaciones sucede algo diferente porque se apoyan en algoritmos seductores. “Un importante número de estudios revelan que la adicción al smartphone puede tan real como lo es la del alcohol o a el tabaco. James A. Roberts, profesor de marketing en la Escuela de negocios de la Universidad de Baylor –Texas–, identificó seis señales que indican una adicción al teléfono. Estas mismas seis señales se podrían además aplicar a cualquier comportamiento adictivo”, dice Quevedo.
“La primera señal tendría que ver con lo primero que hacemos cuando nos despertamos. Según una investigación, el 78% de los estadounidenses adultos duermen con el teléfono móvil junto a su cama, y los españoles no creo que lo dejemos muy lejos de dónde dormimos para tenerlo a mano nada más abrir los ojos. Usamos el móvil cuando estamos aburridos, lo que provoca una euforia que no es más que la emoción de anticipación que se obtiene justo antes o después de usar el teléfono. Esto, además, produce un subidón altamente adictivo. Cada vez pasamos más y más tiempo en nuestro teléfono, lo que tendría que ver con la tolerancia y la necesidad de una dosis cada vez mayor, es decir, de dedicarle cada vez más tiempo para conseguir los mismos efectos».
«Nos sentimos ansiosos o nerviosos cuando no tenemos acceso a él. Los síntomas de abstinencia como estrés, ansiedad, irritabilidad, desesperación y pánico que ocurren cuando nos separamos de nuestro dispositivo, incluso si es por poco tiempo, son señales claras de adicción. Cuando la gente que nos rodea se queja de que usamos demasiado el móvil, es una clara señal. El conflicto es una consecuencia común de la adicción al móvil. Puede que sea nuestra pareja, compañeros o hijos los que se quejen de que siempre estamos delante de la pantalla. Por último, si a pesar de intentarlo, no podemos reducir su tiempo de uso es que hemos perdido el control y, por lo tanto, somos adictos”, enumera.
¿LA TECNOLOGÍA NOS HACE INFELICES?
Según la experta, “la tecnología por sí misma no tiene la capacidad de hacernos más o menos infelices, lo que es innegable es que un buen uso de la misma facilita la vida cotidiana, mientras que su uso (o abuso) puede generar un grave problema”, advierte. A la pregunta de si uso debería estar regulado, la experta apunta a un debate complejo que, en todo caso, no es competencia de los sanitarios, cuyo cometido es dar la alarma de lo que puede ocurrir y de hecho está ocurriendo. “Hay otros profesionales más idóneos para tomar decisiones a este respecto”, sentencia Quevedo.
Sin embargo, frente a este escenario, hay voces que arguyen que esta adicción no llega a matar como pueden hacerlo otras drogas. “Un argumento usado por muchos para mirar hacia otro lado es precisamente este, que las pantallas no maten como sí pueden hacerlo otras sustancias. Pero provocan efectos tan dañinos como el aislamiento. Algunas personas que dejan de tener comunicación con los seres humanos que les rodean y restringen todas sus actividades, tanto laborales como relacionales y de ocio, para convertirse en seres enganchados a su dispositivo inteligente 24/7, algo que no es en absoluto baladí”.
Pero, ¿cómo se tratan estas adicciones modernas? «La adicción, ya sea a comportamientos o a sustancias, es una enfermedad física, mental, emocional y espiritual por lo que hay que abordarla desde estos cuatro aspectos”, explica la sanitaria. “Recomendamos tratamiento en terapia de grupo pero tienen terapia individual con acupuntura, yoga, terapia artística… así como un plan de ejercicio individualizado y alimentación saludable».