Cuando el presidente Nayib Bukele anunció la construcción de «Bitcoin City», la primera metrópoli «bitcoiner» del mundo, Corbin Keegan dejó su vida en Chicago y decidió partir a El Salvador. Dos años y medio después, sigue esperando que el proyecto se haga realidad.
Sentado en una hamaca, tomando café, Keegan habla con la AFP sobre su sueño de ser el primer habitante de «Bitcoin City» en el patio de una modesta casa de pescadores en Playa Blanca, en el municipio de Conchagua, La Unión.
En Chicago (centro-norte de Estados Unidos) no tenía un empleo fijo, conducía camiones o trabajaba en granjas, así que no dudó en hacer las maletas cuando en septiembre de 2021 escuchó la noticia de que la dolarizada economía salvadoreña se convertiría en la primera del planeta en tener al bitcóin como moneda de curso legal.
«Automáticamente estuvo en mi radar el lugar donde quiero estar», cuenta en inglés el estadounidense de 42 años, rodeado de gallinas que picotean su alimento en el patio.
Entre fuegos pirotécnicos, Bukele, gran favorito a la reelección en los comicios del domingo, anunció en 2021 la creación de una ciudad circular de alta tecnología, con aeropuerto, comercios, áreas verdes y un monumento al bitcóin en su plaza central.
Entonces, Bukele explicó en inglés que esa ciudad dinamizaría la economía salvadoreña y sería construida en las faldas del volcán Conchagua, cuya energía geotérmica se usaría para alimentar la urbe y las supercomputadoras que minan bitcóin.
«Habrá Bitcoin City (…) Creo que es bueno, va a suceder. Así que me quedo», dice convencido Keegan, con el sonido de fondo de las olas rompiendo en la playa, a pocos metros de donde vive.
Le llamaron «loco»
De la «Bitcoin City» aún no hay ni un ladrillo colocado. Y según una encuesta de la Universidad Centroamericana (UCA) divulgada en enero, la moneda virtual -altamente volátil (su precio fluctuó entre 16.000 a 45.000 dólares en 2023)- no es popular entre los salvadoreños: 88% no la usó en sus transacciones el año pasado.
Pero el gobierno parece no abandonar la idea y planea financiar la construcción con parte de los fondos que obtenga de la emisión de unos 1.000 millones de dólares en bonos bitcóin, lo cual pretende efectuar en el primer trimestre de 2024.
Keegan, quien tiene un padre y un hermano en Estados Unidos, recuerda que diez años atrás la gente lo tomaba por «loco» cuando decía que algún día un país adoptaría la criptomoneda como divisa.
En la playa todos le llaman «El gringo». De piel blanca y delgado, siempre viste en camiseta, pantalones cortos, chancletas o zapatos cómodos informales.
Allí fue acogido por una familia de pescadores que le permitió construir en el patio de su casa una pequeña habitación con ladrillos de concreto y techo de lata, de 6 m2.
Un «hacelotodo»
«Decidimos adoptarlo» como parte de la familia, dice María Antonia de Carballo, de 44 años, dueña del terreno.
Su esposo, Luis Carballo, un pescador de 40 años, sostiene que Keegan, amante de los mariscos y de los frijoles, es un «hacelotodo». Un día sale en una lancha a pescar en altamar y otra jornada ayuda a un vecino a podar un árbol o a levantar una pared.
Por ello, el estadounidense recibe pagos simbólicos en dólares que le sirven para comprar alimentos y otros productos básicos.
«Ya nos puso amor como familia, dice que nosotros somos su familia», declara a la AFP el pescador, cuya vivienda está rodeada por ranchos de playa privados.
En Playa Blanca nadie usa la criptomoneda, y cuando Keegan necesita más dinero se monta en una desvencijada motocicleta que compró para ir a la ciudad de Conchagua, distante a unos 20 km, a sacar dinero de un cajero automático que acepta bitcóin y dólares.
Para el estadounidense, a quien no le gusta hablar sobre su inversión en criptomoneda, el «bitcóin es el futuro del mundo».
Y aunque dice estar mirando oportunidades «en todos lados», está convencido de que «Bitcoin City» será una realidad. Tanto que está en búsqueda de una esposa salvadoreña, aunque ya sufrió un desamor en estos dos años en el país.
«Aquí va a suceder. Será la primera ciudad bitcóin. Esperaré. Esperaré el tiempo que haga falta», asegura esperanzado.
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