Son pocos los que se animan a hablar de la MS-13 en Brentwood, un pueblo de casas de madera y pequeños jardines al frente que parece un refugio de paz frente al frenesí de Manhattan, pero donde reina el miedo a la sanguinaria pandilla hispana.
Esta localidad de clase media está en Long Island, a solo 70 kilómetros del centro de Nueva York y a otros tantos de Los Hamptons, donde veranean famosos y multimillonarios. Casi el 70% de sus 60.000 habitantes son hispanos, la mayoría centroamericanos.
«No conozco a los pandilleros. No me junto con ellos», dice en español a la salida de un instituto público de Brentwood una estudiante de 15 años, y se apresura a seguir su camino sin dar su nombre.
Sin embargo, dos carteles policiales clavados a un árbol en la esquina del instituto no dejan olvidar. Son las fotos de sus compañeras asesinadas hace nueve meses a machetazos y golpes con bates de béisbol en plena calle: Nisa Mickens y Kayla Cuevas.
Hace una década que la pandilla Mara Salvatrucha, o MS-13, nacida entre inmigrantes salvadoreños en las calles de Los Ángeles en los 80 y exportada luego a Centroamérica, aterroriza a Brentwood.
En menos de dos años la pandilla ha cometido 17 salvajes asesinatos en el condado de Suffolk, donde tiene unos 400 miembros, sobre todo aquí y en el barrio vecino, Central Islip.
– «Mi mayor temor» –
En el pueblo, cualquier referencia a la pandilla genera miradas desconfiadas, sobre todo de los inmigrantes, muchos indocumentados.
Como los estudiantes, las autoridades de la escuela no quieren hablar con la AFP. La policía del condado de Suffolk, tampoco.
Uno de los pocos que se anima a quebrar el silencio es el padre de Nisa, Robert Mickens.
«Yo no tengo miedo. He vivido mi mayor temor: perder a mi hija», dice Mickens, de 40 años y empleado en un hogar de ancianos, con la voz entrecortada.
El salón de su casa, con las cortinas bajas y en penumbra en pleno día, ha sido transformado en un altar a su hija menor, asesinada el día antes de cumplir 16 años solo por estar en compañía de su amiga Kayla, que no tenía buenas relaciones con la pandilla.
Mickens muestra el trofeo que ganó en un campeonato de baloncesto, el poster del funeral firmado por sus amigos, una foto de cuando tenía seis años. «Era una niña buena, nadie la odiaba», dice.
El jefe de policía del condado, Timothy Sini, alertó recientemente a lod legisladores del Congreso que la MS-13 está creciendo, en parte por la llegada de menores no acompañados e indocumentados desde Centroamérica, que huyen escapando de la violencia pandillera en El Salvador, Honduras o Guatemala pero vuelven a caer aquí en sus garras.
La policía dice que desde 2014, más de 4.600 menores centroamericanos no acompañados han llegado al condado de Suffolk, comenzando por Brentwood.
Para Joseph Kolb, investigador del Centro para Estudios Migratorios, la decisión del Gobierno de colocar a miles de estos jóvenes en comunidades como Brentwood ha generado «una crisis de seguridad pública».
– «No hay escape» –
«La mayoría, si no todos, llegan traumatizados y los servicios de inmigración básicamente los arrojan aquí», dice Kolb.
«Estos son chicos que crecieron en una cultura de violencia» y vienen a vivir a Brentwood con un pariente que no conocen o no ven desde hace años, que está ausente todo el día, o que a veces es parte de la pandilla. Para ellos con frecuencia «no hay escape», afirma.
El experto asegura que el nivel de reclutamiento de la pandilla mediante amenazas y extorsiones es despiadado e incluye a los niños, por lo que, y a pesar de varios arrestos recientes, es imposible erradicarla.
La policía migratoria anunció el miércoles la detención de 33 pandilleros del condado de Suffolk, varios de ellos menores no acompañados. Hace unos meses fueron detenidos otros cuatro, acusados de matar a Nisa y Kayla.
El presidente de EEUU, Donald Trump, asegura que la MS-13 es una amenaza para la seguridad del país, y la señala como una de las razones para justificar más deportaciones y la construcción de un muro en la frontera con México.
La policía, en tanto, alerta de que este duro discurso solo ha acallado a las mayores víctimas de la MS-13, la propia comunidad hispana, que no se atreve a denunciar los crímenes.
El padre de Nisa Mickens dice que aunque ahora hay más policías en las calles, la gente sale menos de noche, ya no pasea tanto a sus perros y los jóvenes ya no juegan al béisbol o al baloncesto en los parques.
«Conozco a gente que se ha ido de Brentwood, por ejemplo una familia cuyo hijo fue asesinado, y a otros que se quieren ir», dice Lenny Tucker, presidente de la Asociación de Ciudadanos Preocupados de Brentwood.
«Yo mismo estoy pensando en irme de aquí», confiesa este agente inmobiliario de 50 años. «La violencia pandillera tira abajo los precios de las propiedades de la comunidad».
Con información de AFP