Abracadabra es una palabra peculiar.
Quizás no recuerdas con exactitud cuándo la escuchaste por primera vez, pero probablemente fue en tu infancia.
Tal vez, te la presentaron como una palabra mágica cuando apenas estabas aprendiendo qué era la magia; pronto entendiste que apenas se pronunciaba ocurría algo inesperado: aparecían o desaparecían cosas, cambiaban de forma o color o se movían solas.
Sin ser una palabra cotidiana, se fijó en tu mente, como en la de innumerables niños en todo el mundo, pues forma parte del vocabulario de tantas lenguas que se ha dicho que precede a la bíblica Torre de Babel.
Lo que seguramente nadie te dijo fue qué significaba… porque nadie lo sabe a ciencia cierta.
Si consultas el Diccionario de la Real Academia, por ejemplo, te dice qué es, pero no qué significa: «Palabra cabalística a la que se atribuyen efectos mágicos».
Y ese no es el único enigma.
Como señala el prestigioso Oxford English Dictionary desde su primera edición de 1884, el origen de la palabra abracadabra es «desconocido».
Eso no ha evitado que a lo largo de los siglos los expertos hayan intentado develar el misterio, elaborando numerosas teorías.
De la Biblia a una constelación
Varias conjeturas sitúan el origen de abracadabra en el inicio de la tradición judeo-cristiana.
La esotérica palabra podría derivarse de frase hebreo-aramea avra gavra, que, según el Antiguo Testamento, fue lo que Dios dijo en el sexto día: «Crearé al hombre».
Pero esa es sólo una de las posibilidades.
Otra dice que quizás provenga del arameo avra c’dabrah o del hebreo abra kedobar, que significan «creo con la palabra» o «sucedió tal como fue dicho«.
Se trata de «una máxima talmúdica que expresa la creencia de que el habla tiene el poder de causar que el mundo exista”, explicó Alan Lew en su libro «This is real…» («Esto es real…»).
Así que el mero hecho de pronunciar una palabra o nombrar algo puede instigar su creación.
Otros expertos también creen que abracadabra viene del arameo y el hebreo, pero consideran que el significado es completamente distinto, como por ejemplo, «desaparece como esta palabra«(abhadda kedkabhra) o «lanza tu rayo hasta la muerte» (abreq ad habra).
Hay más búsquedas de significado que siguen la hipótesis de que abracadabra proviene de esas lenguas semíticas, pero también otras que toman rutas diferentes.
Entre las muchas recogidas por Criag Conley en el libro «Palabras mágicas: un diccionario», está desde la que sostiene que Abracadabra era la deidad suprema de los asirios, hasta la que dice que es una corrupción del nombre del padre del álgebra, Abu Abdullah abu Jafar Muhammad ibn Musa al-Khwarizmi, el matemático árabe del siglo IX.
O incluso la de que abracadabra es una frase formulada por los antiguos astrónomos para describir la constelación del Tauro, según aseguró el astrónomo Samson Arnold Mackey en 1822.
Podríamos seguir, pero al final no hay más que debate sin consenso pues, como sentencia el Oxford English Dictionary, «no se ha encontrado documentación que respalde ninguna de las diversas conjeturas».
No obstante, el que abracadabra sea una de esas palabras que se volvió «ininteligible para los herederos de la tradición, a menudo ignorantes de su sentido y lengua originales», como señaló el académico Joshua Trachtenberg, terminó siendo una virtud.
«Es tan poco necesario que la palabra mágica posea algún sentido inteligible que la mayoría de las veces se considera eficaz en la medida en la que es extraña y sin significado, y se prefieren, en particular, las palabras de lenguas extranjeras e incomprensibles», escribió el académico Benno Jacob en «Im Namen Gottes» («En nombre de Dios»).
Así, exótica y carente de significado, pero más potente por esa razón, abracadabra ha estado presente en la historia durante siglos.
Y siempre se esperó mucho de ella.
Poder trascendental
Mucho antes de que sirviera para hacer aparecer conejos en sombreros de copa vacíos, abracadabra se usaba para cosas más mundanas, como espantar a los demonios y a la muerte, y hacer frente a las enfermedades.
Su primer uso conocido aparece en los fragmentos que han llegado hasta nuestros días del «Liber medicinalis» del siglo III d.C. (también conocido como «De Medicina Praecepta Saluberrima«).
Es obra de Sereno Sammónico, de quien no se sabe mucho pero sí era considerado sabio y fue médico del emperador romano Caracalla.
Entre los tratamientos, remedios y antídotos de su libro, hay uno para «la mortal fiebre que los griegos llamaban ‘hemitritaion‘».
«La palabra nunca ha sido traducida al latín, ya sea porque la naturaleza del idioma no lo permite o porque los padres, creyendo que hacerlo sería perjudicial para sus hijos, no han querido darle un nombre», escribió Sammónico.
Se refería a lo que hoy conocemos como malaria, que devastó la antigua Roma.
Para curarla, recomendaba:
«Escribe en una hoja (de papiro) la palabra ABRACADABRA, repítela debajo, pero omite la última letra, de modo que cada vez faltarán más letras individuales en las líneas (…) hasta que quede una sola letra como el extremo estrecho de un cono.
«Recuerda sujetarlo al cuello con un hilo de lino».
La idea era que la enfermedad iría desapareciendo como desaparecía la palabra abracadabra.
Sammónico también recetó untarse el cuerpo con grasa de león o usar la piel de un gato doméstico adornada con joyas para protegerse de esas fiebres, pero lo que pervivió fue el uso de la curiosa palabra, de la que hay rastros en varias culturas y lugares.
Aparece, por ejemplo, grabada en algunas de las piedras de Abraxas que los basilideanos, la secta gnóstica del siglo II fundada por Basílides de Alejandría, usaban como talismanes.
Era parte de una fórmula mágica para invocar la ayuda de espíritus benévolos para combatir enfermedades y tener buena fortuna.
También aparece en «El árbol del conocimiento» (Etz ha-Da’at), un pequeño códice escrito por Eliseo ben Gad de Ancona en la Italia del siglo XVI.
El primero de los encantamientos que aparece en ese libro es una «cura del cielo» para «toda clase de fiebre», y comienza diciendo:
«Av avr avra avrak avraka avrakal avrakala avrakal avraka avrak avra avr av»
Como señala Zsofi Buda en el blog de la Biblioteca Británica, es fácil descubrir en este hechizo la mágica palabra “abracadabra”.
Como en muchos otros lugares, en Inglaterra, ya bien entrado el siglo XVIII, abracadabra seguía dando esperanzas de curación, como señalaba en su libro «El diario del año de la peste» de 1722 el autor de «Robinson Crusoe» Daniel Defoe.
Lamentaba que la gente confiara en engaños «como si la peste (bubónica) no fuera más que una especie de posesión de un espíritu maligno», recurriendo a supersticiones para alejarlo, entre ellas «papeles atados con tantos nudos; y ciertas palabras o figuras escritas en ellos, particularmente la palabra Abracadabra, formada en triángulo o pirámide«.
Quienes confiaban en los talismanes aún seguían las instrucciones dadas siglos atrás por Sereno Sammónico: los usaban durante nueve días y luego los desechaban, arrojándolos sobre el hombro izquierdo antes del amanecer en un arroyo que fluyera de oeste a este.
Todo en vano.
«Cuántos pobres fueron después llevados en los carros de muertos y tirados en fosas comunes con esos infernales dijes colgados de sus cuellos», escribió Defoe.
Había también quienes llevaban amuletos con la pirámide apuntando hacia arriba, para atraer a la buena fortuna.
A principios del siglo XIX, con el surgimiento de la obsesión británica por el espiritismo, el famoso ocultista inglés Aleister Crowley decidió apropiarse de la palabra mágica.
Reconstruyó abracadabra mediante una reformulación cabalística como «abrahadabra» en su obra «El Libro de la Ley», en el que esbozó los principios básicos de su nueva religión, Thelema.
Según él, abracadabra era «la Palabra del Eón, que significa La Gran Obra cumplida».
Ya para entonces, la palabra había ido perdiendo sus supuesto poder curativo, pero al mismo tiempo había ido adquiriendo otro, al ser incorporada por los magos en sus repertorios.
Así, como por arte de magia, desde las primeras décadas de 1800, abracadabra se convirtió en ese encantamiento que tantos conocemos desde niños.