El presidente de El Salvador, Nayib Bukele, es un “encantador de serpientes”. Es un político joven que llegó a autodefinirse en Twitter como “el dictador más cool del mundo”. Saltó a la fama por una selfie que se tomó en 2019 en la ONU y desde entonces su nombre no ha parado de ser popular en redes sociales.
A Bukele lo seducen las encuestas y su gran apuesta política a nivel interno tiene que ver con la implementación de una ambiciosa estrategia de seguridad que ha denominado “Plan de Control Territorial”, la cual plantea una lucha frontal contra las pandillas.
Precisamente hace unas semanas Bukele anunció, en el marco del régimen de excepción decretado en el país, que al menos 10.000 militares cercaron el municipio de Soyapango para buscar casa por casa a los pandilleros que se esconden en esa jurisdicción.
La medida es cuestionable desde todo punto de vista político, ético y legal, sobre todo porque el poder presidencial de Bukele controla todo el sistema de pesos y contrapesos, que es vital para el adecuado funcionamiento de una democracia. Es tal el nivel de cooptación de los órganos del Estado, que Bukele logró, después de expulsar a cinco magistrados de la Corte Suprema de Justicia, que sus jueces amigos expidieran una resolución para autorizar la reelección inmediata pese a que la Constitución lo prohíbe, una medida altamente cuestionable, vista con cautela desde afuera por los organismos internacionales.
¿Pero qué tiene el discurso de Bukele que logra mover las emociones de miles de personas alrededor del mundo? Básicamente conjuga algunos elementos que han utilizado varios líderes autoritarios en diferentes momentos de la historia: basa su discurso en la indignación, entendiendo claramente que es una táctica que vende; se autoproclama como un hombre del pueblo, fortaleciendo el lazo con la gente y mostrándoles que es uno de ellos; su respuesta a cualquier tipo de crítica es el ataque; concibe la ley como una barrera y por eso coopta los poderes para tener mayor margen de maniobra pese a que esas acciones debilitan las instituciones; anuncia las capturas de los pandilleros como un gran logro y los somete a humillaciones ceremoniales para demostrar fuerza.
Quizás Bukele no conjuga por ahora todos los elementos necesarios para ser calificado como un auténtico dictador, pero lo que sí es claro es que está caminando por una delgada línea que en cualquier momento puede convertir al autoproclamado “dictador más cool del mundo” en un dictador poco cool. El tiempo lo dirá.