El error de la doctrina Obama y el regreso de Al-Qaeda y el Talibán

by Redacción

Por George Chaya*

La orden de aplicar “justicia directa” sobre Osama Ben Laden hace ya once años por parte del presidente Barack Obama hizo que se pierda la posibilidad histórica de deslegitimar la ideología yihadista que Osama Ben Laden y el Mullah Omar propagaron junto a sus organizaciones, las que infortunadamente han regresado -potenciadas- en el Afganistán actual.

Osama Ben Laden, el ideólogo del asesinato de miles de ciudadanos estadounidenses y el hombre más buscado por Estados Unidos durante más de una década, finalmente fue abatido once años atrás. La espectacularidad de sus ataques sobre Nueva York, Washington, Londres, Karachi y Bali dejaron en la humanidad la impronta de su ideología y la maldad personal del líder de Al-Qaeda y socio del grupo talibán afgano.

Mucho se ha dicho sobre la operación que acabo con el líder yihadista, pero pocos se han preguntado si con su muerte, Ben Laden y la ideología violenta que diseminó durante su vida ganó o perdió al no comparecer ante la justicia. Pero lo más importante, si fue políticamente acertada la decisión del entonces presidente Barak Obama al ordenar su inmediato ajusticiamiento en el marco de la operación militar.

Aunque en ese momento, Obama justificó el operativo de la misión de extracción vivo o muerto del líder de Al-Qaeda en Abbottabad, Pakistán; y habló de los riesgos que acarreaba una operación militar conjunta dados los antecedentes históricos de que no pocos oficiales paquistaníes estaban vinculados a los yihadistas. De allí que muy pocos -incluso- en Washington tenían conocimiento previo del operativo del grupo Seal´s y por lo mismo, el equipo de ese cuerpo de élite para atrapar al terrorista fue conformado solo por seis hombres.

Pasados once años de haber sido dado de baja Ben Laden, pocos analistas se preguntan si efectivamente fue el gran líder de Al-Qaeda y si su final fue el adecuado; y aunque esto ya pueda parecer irrelevante no deja de ser pertinente analizarlo.

Muchas personas sostenían -acertadamente- que Ben Laden había eludido su captura durante más de una década y era tiempo de que comparezca ante la justicia. Sin embargo, la misión ejecutada en Abbottabad no tuvo por objeto la decapitación y neutralización total de Al-Qaeda o sus relaciones con el Taliban. El blanco era Osama Ben Laden y no la organización que dirigía o sus aliados. De esa manera y no de otra, fue que el presidente Obama y su alto mando político-militar planificó la misión. A once años de la operación esto ha quedado muy claro.

Cuando el equipo de los Seal’s tuvo a Ben Laden en el punto de mira de sus armas no hubo debate sobre “vivo o muerto”. Pero después de haber asegurado la totalidad del bunker del líder terrorista, la pregunta era si Ben Laden debería haber sido capturado vivo aquel 2 de mayo de 2011. La captura y la decisión final sobre la suerte del objetivo era prerrogativa del presidente estadounidense y sólo él podía ordenar “el final” de la misión.

Los EE.UU. querían vivo o muerto a Ben Laden por lo que el comandante en jefe justificó la operación que puso fin a la vida del prófugo que había sido responsable del asesinato del mayor número de estadounidenses desde la II Guerra Mundial; por tanto, para el presidente, su ejecución no era motivo de debate. Barak Obama aplicó lo que en el ámbito militar se conoce como “justicia directa” y ordenó que el jefe de Al-Qaeda fuera ejecutado en el acto. Sin embargo, al hacerlo, el presidente impidió la necesaria y reparadora “justicia histórica” que se hubiera alcanzado mediante un juicio al líder terrorista.

Nadie duda que Ben Laden no era un discípulo de la madre Teresa, él fue un criminal de guerra y condujo en primera persona una organización terrorista que actuó explícitamente en la doctrina del terror yihadista y utilizó esa doctrina perversa e inhumana al máximo de su capacidad táctica para sembrar caos y asesinar masivamente a estadounidenses y ciudadanos de varios países. Al liderar la organización y propagar su ideología también reclutó a cientos de seguidores para hacer lo mismo. Se puede decir por tanto, que Ben Laden se había autocondenado a la “justicia directa” que aplicó el presidente Obama.

Sin embargo, los crímenes de Al-Qaeda eran y continúan siendo once años después -hoy en Libia- demasiado grandes para ser pasados por alto con la erradicación del arquitecto de la organización. De allí que al ejecutar la orden de “justicia directa” por parte del presidente, él mismo arruinó la posibilidad histórica de deslegitimar la ideología yihadista que Ben Laden propagó junto a su organización. Ese fue el saldo negativo de la orden del comandante en jefe estadounidense de aquel momento autorizando eliminar físicamente y de inmediato al jefe yihadista. Al hacerlo, “regaló a los yihadistas” la oportunidad de someterlo a un juicio jamás visto y que desembocaría en la mayor “justicia histórica” posible a la luz de las masacres y tragedias que el terrorista ocasionó y que su ideología continúa ocasionando.

La orden de ejecución inmediata de Ben Laden fue poco inteligente en el combate contra el radicalismo, con ella se desperdició la oportunidad única de mostrar al mundo entero lo enfermizo y depravado de los fundamentos ideológicos y morales del movimiento que lideró y que continuó dando a luz nuevos liderazgos no muy distintos de Ben Laden.

En la hipótesis de haber podido asesorar en el hecho específico a los tomadores de decisiones, personalmente hubiera recomendado su captura y no su eliminación física. Ello porque en primer lugar un juicio a Ben Laden habría terminado con el mismo resultado, pero hubiera aplicado un golpe muchísimo más contundente, devastador y decisivo para desnudar y debilitar la ideología que él creó. No obstante, Obama dispuso del profesionalismo de la marina de los EE.UU. y el equipo Seal´s le ofreció la opción de capturar o eliminar al líder de Al-Qaeda. El presidente se inclinó por la decisión de eliminarlo y sepultar su cadáver rápidamente en el mar. En cualquier caso, la opción de capturar al hombre que derribó las torres del World Trade Center y parte del Pentágono existió y bien podría habérselo trasladado a EE.UU. como un criminal de guerra obligándolo a ver los sitios que destruyó y escuchar los nombres de cada persona que ordenó asesinar.

A mi juicio, Ben Laden debía ser capturado vivo (pudieron hacerlo) para posteriormente ser juzgado ante un tribunal militar estadounidense en la zona Cero. Tendría que haber sido enjuiciado junto al autor intelectual del 9/11, Khalid Sheikh Mohammed y otros terroristas detenidos en Guantánamo que asumieron colaborar en ese ataque. Para ello, el Congreso de los EE.UU. podría haber adoptado un corpus legal especial y adecuado para el inicio rápido de un juicio histórico. La sociedad estadounidense merecía que se hiciera justicia viendo en un tribunal al hombre que ordenó el asesinato de miembros de sus familias, amigos y compatriotas el 9/11.

Un tribunal especial con fiscales capacitados y abogados calificados podría haber sido creado y debió publicitarse un informe exacto de la operación militar que llevó a la detención de Ben Laden para ponerlo cara a cara con la historia de las personas cuyas vidas destruyó, él debió haber sido puesto frente a los familiares de los muertos, los heridos y los amputados. Así, ellos podrían haber encontrado una mejor forma de poner punto final a su trágica historia de dolor. Eso pudo haber sucedido al ser testigos de que Ben Laden recibiría la justicia que merecía. Los cargos contra él se hubieran podido leer públicamente para inmortalizados como un recordatorio para futuras generaciones de la barbarie del terrorismo yihadista. La acusación habría dado cuenta uno por uno de los crímenes de Ben Laden y debería haberse puesto en consideración del tribunal los discursos que el propio Osama dio a lo largo de su vida, incluida la declaración de guerra a los EE.UU. y la incitación al genocidio contra judíos y cristianos que el terrorista dio a conocer en marzo de 2002 en su discurso desde Afganistán.

Los textos de sus discursos habrían quedado claramente expuestos a la historia en exacta similitud a los crímenes del fascismo nazi cuando Ben Laden solicitaba por medio de sus videos el exterminio de los judíos y la aniquilación de los infieles occidentales. La acusación penal habría compuesto la primera parte de “la justicia histórica”. Entonces podríamos haber escuchado las respuestas de Ben Laden y sus repetidas diatribas de odio contra EE.UU., los europeos, los infieles, los apóstatas musulmanes, los judíos y el mundo entero.

Su defensa hubiera sido vital en la exposición y la identificación -de una vez por todas- de la matriz ideológica del terrorismo yihadista y los postulados sobre los que Al-Qaeda y otros grupos radicales basan su guerra contra la comunidad internacional. Del mismo modo sus referencias a los posiciones y dogmas yihadistas se hubieran mostrado sin ningún peso en el juicio, su doctrina política hubiera sido expuesta al mundo para que la opinión pública conozca la ideología maximalista, totalitaria, destructiva y criminal del yihadismo radical militante.

Por último y luego de haber ejercido el legítimo derecho a su defensa, él debería haber escuchado de cara al tribunal y de acuerdo a las garantías procesales y los principios legales de los EE.UU. tanto la sentencia como la pena correspondiente. Así, Ben Laden habría conocido y enfrentado su destino bajo la ley con total claridad y transparencia.

En mi opinión, EE.UU y el mundo libre no deberían desestimar de cara al futuro la idea de conformar un tribunal especial para casos similares al del líder de Al-Qaeda. Ello también debe formar parte de la lucha contra el terrorismo yihadista y la guerra de las ideas con las que esas agrupaciones deben ser enfrentadas considerando que las soluciones militares no han sido exitosas.

Ben Laden y su ideología han sido responsables del asesinato de miles de inocentes en Gran Bretaña, Canadá, Rusia, Jordania, Irak, Turquía, Afganistán, Pakistán, Indonesia, Australia, Líbano, Argelia, Kenia, Tanzania y muchos otros países. Si la Naciones Unidas hubiera formado un tribunal del tipo de Nuremberg con fiscales especializados y jueces de los países víctimas de grupos fundamentalistas como Al-Qaeda, no tengo dudas que las sociedades occidentales que aún desconocen y dudan del flagelo del terrorismo ya podrían haber identificado y destruido la legitimidad no solo de Al-Qaeda y su doctrina ideológica de falsa resistencia y de guerra contra la paz. También muchos grupos y regímenes fundamentalistas quedarían expuestos a través de fallos sólidos mediante un proceso judicial que permita aplicar “justicia histórica” y ofrezca al mundo entero la posibilidad de conocer la falsedad de esa ideología que ha jurado destruir a Occidente.

Sin embargo, la eliminación de Ben Laden de forma expedita ha dado a muchos un sentido de “justicia rápida”, pero en ningún caso ha sido un golpe fundamental a la ideología que está detrás del derramamiento de sangre inocente.

El grave problema de la clase política occidental -con contadas excepciones- es que no está en capacidad de comprender el beneficio estratégico de un juicio histórico que favorezca el conocimiento de la ideología con la que combate antes que el castigo directo a un líder terrorista. Así, gran parte del liderazgo político sigue sin comprender que no se debe limitar la lucha contra el terrorismo a la búsqueda de un autor intelectual. Este último puede ser encontrado y dado de baja como ha quedado demostrado con Ben Laden. No obstante, si no se neutraliza el arma más poderosa de esas organizaciones: “su ideología”; sólo será neutralizado físicamente un líder pero un nuevo cerebro se levantará para continuar y reanudar el terror.

Concluyendo, más de una década después de que el presidente Obama se inclinara por aplicar “justicia rápida”, se permitió que “la justicia histórica y reparadora”quedara ausente en el caso Ben Laden. A mi juicio, con el error de la decisión tomada en el Salón Oval y transcurridos once años de esos hechos derivados de una orden infortunada, se perdió una gran oportunidad. De allí, que hoy continuamos viendo que la lucha contra el terrorismo continúa transitando una espiral de violencia sin final a la vista y el terror continúa encontrando apoyo en no pocos grupos humanos de distintas sociedades occidentales.

*Es Consejero académico de la Fundación Ibero América Europa y columnista de Diario Exterior, Madrid y de la Fundación Safe Democracy como Experto por el Consejo Superior de Prensa y Relaciones Internacionales e Institucionales en asuntos económicos y políticos sobre Oriente Medio, el Magreb y América Latina.

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