En 1901 se constituyó el Partido Socialista de América (SPA) liderado por el sindicalista Eugene Debs (1855-1926). Sus alas más izquierdistas -motivadas por el triunfo de la Revolución Rusa (1917), el acercamiento a la III Internacional (1919) y las pugnas partidistas internas- propiciaron el nacimiento del Partido Comunista de América y el Partido Comunista de los Trabajadores (ambos en 1919), aunque posteriormente se unificaron en el Partido Comunista de los Estados Unidos (PCUSA, 1921).
Debs fue el primer candidato del SPA a la presidencia de los EE.UU. en 1904; en la década de 1920, William Z. Foster lo fue del PCUSA, en varias ocasiones; en la década siguiente el candidato del mismo partido fue Earl Browder; en los setenta e inicios de los ochenta Gus Hall, quien lo dirigió desde 1959 hasta el año 2000, cuando murió-; lo sucedió Sam Webb hasta el 2014 y, desde entonces, John Bachtell. Desde fines de los ochenta, el PCUSA apoyó a los candidatos del Partido Demócrata.
Cuando en 1906, el economista y sociólogo alemán Werner Sombart (1863-1941) escribió su obra ¿Por qué no hay socialismo en Estados Unidos?, lo atribuyó únicamente al individualismo capitalista de ese país y a las posibilidades de mejoras salariales y empleo de las clases trabajadoras. Pero el análisis se quedó corto. Aunque Sombart no dio cuenta de ello, el SPA fue perseguido desde sus inicios; pero mucho más el PCUSA, obligado varias veces a la clandestinidad y frecuentemente infiltrado por agentes del FBI. Además de que sus líderes, militantes, e incluso simpatizantes, fueron perseguidos en todos los tiempos y, muchos de ellos, encarcelados.
Desatada tras la Segunda Guerra Mundial (1939-1945), la guerra fría alimentó una conciencia nacional anticomunista, generalizada en los EE.UU., de modo que cualquier izquierda de tipo marxista nunca adquirió un peso preocupante ni real, pese a que el fantasma de la subversión y el “comunismo” fue esgrimido continuamente para perseguir todo lo que semejara una influencia soviética o marxismo.
En América Latina la situación fue distinta. El marxismo y los partidos socialistas y comunistas crecieron en el siglo XX porque las condiciones sociales y laborales en la región, desastrosas para las amplias mayorías nacionales, unidas a la dominación de elites económicas oligárquicas y burguesas y la incursión imperialista en distintos momentos de la historia latinoamericana, tornaron favorables las ideas socialistas, pese a las represiones, persecuciones y marginaciones que también sufrieron en el tiempo los militantes y partidarios.
La tendencia social y antiimperialista, pese a las adversidades, ha sido una constante en América Latina. Los gobiernos populistas clásicos, en las décadas de 1930 y 1940, fueron atacados como “comunistas” en su tiempo, y de igual modo los gobiernos identificados con el reformismo y el nacionalismo. Ni qué decir de la Revolución Cubana (1959), del gobierno de Salvador Allende (1970-1973) o el triunfo del sandinismo en Nicaragua (1979). La guerra fría en América Latina significó intervenciones, desestabilizaciones, derrocamientos de gobiernos; y dictaduras militares fascistas y violadoras de derechos humanos, como las que se impusieron en la región a raíz del golpe de Estado de Augusto Pinochet en Chile (1973).
Parecía que el derrumbe del socialismo en el mundo también superaba la época de la guerra fría. Hasta que llegaron los gobiernos progresistas, democráticos y de nueva izquierda, que abrieron un nuevo ciclo histórico en América Latina; pero a estos le siguió el actual ciclo de gobiernos de derecha y empresariales, de modo que, con su venia o acción directa, ha emergido en la región una segunda guerra fría, en la cual es visible el ataque directo a los gobiernos de Evo Morales (Bolivia), Daniel Ortega (Nicaragua) y, sobre todo, Nicolás Maduro (Venezuela) y, desde luego, Cuba.
Lo paradójico del momento histórico es que ya no solo inquieta loa subsistencia de gobiernos “izquierdistas” en la región, sino el avance de las ideas socialistas en los propios EE.UU.
No puede ser más sintomático el documento The Opportunity Costs of Socialism https://bit.ly/2ySJwkA, octubre, 2018), preparado por el Consejo de Asesores Económicos (CEA) del Presidente de los EE.UU, destinado a demostrar que el capitalismo norteamericano es superior al “socialismo” -al que se compara con el viejo modelo de la URSS- pero también con la economía social de los países europeos nórdicos, todo confundido como “estatismo”.
La preocupación tiene lugar ahora porque en los EE.UU. han progresado aceleradamente las propuestas del senador Bernie Sanders sobre la universalidad y gratuidad de la salud, seguridad social y educación, protección a los trabajadores, al medio ambiente y el incremento de impuestos para los ricos. Son propuestas comparables con el New Deal (tildadas de “comunistas” en su época), inaugurado por Franklin D. Roosevelt (1933-1945).
Inquieta el avance de la candidatura presidencial de Sanders para el 2020; pero, además, el renacer de ideas socialistas y hasta marxistas, particularmente entre los jóvenes de las nuevas generaciones, es un fenómeno advertido por el CEA, en ocasión del bicentenario del nacimiento de Karl Marx (1818-1883).
Los argumentos presentados en el informe del CEA, que sirven para que el presidente Donald Trump tome decisiones de política interna e internacional, refuerzan la tradicional visión antisocialista y anticomunista del oficialismo norteamericano, y han sido la base para las expresiones del propio Trump, quien en varias oportunidades se ha pronunciado contra el socialismo hasta afirmar que los EE.UU. nunca serán socialistas.
Pero la visión oficial del socialismo -o de lo que se cree que es- tiene, en las actuales condiciones históricas de América Latina, una repercusión absolutamente peligrosa: el asesor de Seguridad Nacional, John Bolton, afirma que los EE.UU. se proponen crear una coalición internacional para lograr un cambio en la administración de Venezuela (en definitiva, derrocar al presidente Nicolás Maduro), pero agregó: “seguimos con atención a Cuba y Nicaragua” y, además, revalorizó a la Doctrina Monroe (“América es para los americanos”), lo cual provocó que el ministro de Relaciones Exteriores de Rusia, Serguéi Lavrov, alertara a los países latinoamericanos sobre los alcances de semejante concepción.
En definitiva, América Latina queda advertida de que los EE.UU. no aceptan ningún gobierno de tipo “socialista”, de modo que no solo es Venezuela el país en el que se concentra la atención. Pero esta segunda guerra fría tiene su contraparte en los mismos países latinoamericanos: en casi todos gobiernan fuerzas de derecha y algunos, como en Brasil, han declarado explícitamente su deseo de frenar a toda “izquierda”; en tanto, el Grupo de Lima es una coalición al servicio de la nueva cruzada antisocialista y antiprogresista.
En Ecuador ni siquiera ha hecho falta acercarse al citado grupo, porque el gobierno de Lenín Moreno, con su giro radical enfocado a “descorreizar” a la sociedad e imponer el modelo empresarial de desarrollo, liquidó cualquier espacio para un proyecto de izquierda en el país.
Paradójicamente lo hizo contando con el respaldo de las izquierdas tradicionales, los marxistas pro-bancarios y una amplia gama de dirigentes de los movimientos sociales. Hoy todos procuran alejarse sin hacer mucho ruido. Sin esperar indicaciones, Moreno no demoró en reconocer como presidente interino de Venezuela a Juan Guaidó y lo recibió con honores en el país.
El peligro sobre América Latina está definido: no solo revive el viejo americanismo para reforzar las acciones imperialistas, sino que los gobiernos derechistas de la región han encontrado la mejor oportunidad para respaldar sus políticas contra todo izquierdismo socializante. Es una situación histórica, que obliga a repensar todas las estrategias y líneas de acción de las izquierdas latinoamericanas, si quieren sobrevivir como fuerzas alternativas al brutal desarrollo capitalista puesto en marcha en la región.