Por Luis Vazquez-Becker.
Los crímenes conyugales o de pareja (mal llamados «pasionales») son generalmente el resultado de relaciones de violencia que culminan con la muerte. Por eso muchas veces se define estos crímenes como «violencia de género llevada al extremo».
Se usa el terminó «femicidio» para hacer visible que se trata de un tipo particular de crímen, es decir que son crímenes sexuales y de género.
Lo que importa, más allá de las las circunstancias y los contextos de los femicidios, es que son muertes que podrían haberse evitado.
En los homicidios conyugales el crimen suele ser el resultado de un crescendo de violencia fuera de control, en los que se pone en juego la dominación, el sentido de propiedad o control de los varones sobre las mujeres.
Justamente, como puede haber sido el caso en el crimen de Karla Turcios, ocurren cuando la mujer pone límites, porque no puede seguir soportando el abuso y el maltrato, y toma decisiones como por ejemplo separarse o tener una aventura fuera de su relación formal.
Es todavía frecuente escuchar que se trata de crímenes pasionales, concepto totalmente ideológico en tanto la pasión aparece como un elemento que justifica un rapto emocional, supuestamente amoroso e incontrolable, ante una decepción, una provocación inaceptable e insoportable.
De ese modo se oculta que lo inaceptable ha sido el que una mujer haya intentado o logrado escapar al control de su pareja o intente recuperar su autonomía y libertad.
El concepto de crimen pasional no es un concepto inocente: perpetua la idea de que el criminal está poseído por fuerzas exteriores, inmanejables por él mismo, el amor o la pasión, y que ha cometido un acto que él no controla, que lo sobrepasa.
Esto lleva a que se produzca una cierta simpatía por el homicida. Incluso rodea al crimen de una cierta aureola romántica. Nada más alejado de la realidad.
Según las investigaciones previas del caso de Karla Turcios, el asesinato tiene los visos de premeditación, alevosía y ventaja, con el agravante de que el hecho fue cometido frente a los ojos inocentes de un niño.
De acuerdo a las investigaciones, Karla presentaba «signos de estrangulamiento» con «dos bolsas plásticas alrededor de la cabeza» y según una fuente, que hizo comentarios en el lugar del crimen, la periodista habría sido asesinada con una prenda íntima.
El crimen habría sido cometido en la casa que la pareja compartía con el padre de la periodista y con su hijo, un menor incapaz que padece autismo, lo que hace del crimen algo aun más horrendo.
Pero quedan las preguntas: Si la Fiscalía general de la república (FGR) y la Policía Nacional Civil (PNC) son tan eficientes, capaces y listos para utilizar la mejor de las tecnologías, tales como seguimiento por contacto con antenas celulares de una linea telefónica móvil y cámaras, tanto públicas como privadas; ¿porque no han podido dar seguimiento al caso de la agente policial Carla Ayala?
La desaparición de la agente Ayala dio inicio en la base de operaciones del extinto Grupo de Reacción Policial (GRP) de la PNC, en la Colonia Loma Linda, donde hay cámaras dentro, fuera y los alrededores.
En la huída, los agentes acusados por el Ministerio Público, se dirigieron hasta Mejicanos, con cámaras de la Alcaldía Municipal de San Salvador en las calles principales y secundarias, gasolineras (tal fue el caso de Karla Turcios) y empresas privadas. ¿Donde están esas grabaciones?
Luego de 4 meses de búsqueda e investigaciones no hay respuesta sobre la desaparición de la agente policial Carla Ayala; 9 días después del asesinato de la periodista Karla Turcios, la Fiscalía y la Policía han sido tan eficientes como el Bureau Federal de Investigaciones (FBI) de los Estados Unidos de Norteamérica o Scotland Yard en el Reino Unido y han resuelto el crimen.
La población espera respuestas.