Cuando Vladimir Putin lanzó la invasión a Ucrania, en febrero de 2022, la élite rusa actuó como si la guerra no fuese a cambiar nada en el frente interno. Pero en los últimos meses, con un conflicto que dura mucho más que los planes iniciales y no parece tener fin a la vista, la situación comienza a complicarse en el plano doméstico, con mayores presiones para el Kremlin.
La politóloga Tatiana Stanovaya, una de las analistas que conoce más de cerca los entresijos de la política de Rusia, alertó en un artículo de Foreign Affairs que el sistema muestra cada vez más grietas en un escenario complicado por la contraofensiva ucraniana.
“El inicio de la guerra ha comenzado a cambiar a Rusia, y es probable que estén en marcha cambios internos profundos en el régimen de Putin, en la percepción de Putin por parte de las élites y en la actitud del público hacia la guerra”, advirtió en el artículo, escrito semanas después del levantamiento del Grupo Wagner.
Según indicó, esa rebelión, aunque breve, “puede allanar el camino para el surgimiento de un estado más radicalizado, belicoso y despiadado”.
El frente ucraniano ha proporcionado pocas buenas noticias para Moscú, con la excepción de la toma de la ciudad ucraniana de Bakhmut en mayo. Mientras tanto, la capital tiene ataques cada vez más frecuentes de drones que mantienen la intranquilidad.
Si bien Prigozhin acabó muerto, como buena parte de los enemigos de Putin, se trata de eventos sin precedentes. “El sistema ha comenzado a aprender a operar independientemente de Putin”, aseguró la autora, aunque matiza que ello no refleja aún un sólido sentimiento anti-Putin ni la aparición de una oposición política.
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Incluso antes del levantamiento del Grupo Wagner, Rusia mostró una respuesta sorprendentemente pasiva ante las incursiones en territorio ruso, optando muchas veces por el silencio.
“La propensión del Kremlin a minimizar eventos aparentemente impactantes es coherente con la forma en que Putin vio la guerra”, explica Stanovaya, fundadora del think tank R.Politik. Según sostiene, el Kremlin tiene ahora más difícil proyectar una imagen de control imperturbable y competencia política.
El caos, sostiene, ha dado espacio a una “nueva generación de halcones”, entre los que menciona al asesor presidencial Sergei Kiriyenko o a Marat Khusnullin, vicepremier encargado de la reconstrucción de los territorios ucranianos anexados.
“El choque de halcones, viejos y nuevos, configurará la respuesta de Rusia a sus luchas en Ucrania y en su propio país. Cuantos más desafíos afronte el régimen, más rápidamente evolucionará hacia algo más oscuro”, aseveró, sosteniendo que la opinión pública rusa está “cada vez más desesperada, antioccidental y antiucraniana”.
“Algo podrido”, subraya la autora. Si bien la lealtad y la opinión favorable a la guerra se mantienen en niveles altos en Rusia, Stanovaya considera que es en gran parte por la consideración de que Putin es la única opción para mantener la estabilidad, sin una alternativa viable, pero señala que no significa que haya una opinión positiva del mandatario.
De su lado, las élites rusas se muestran “cada vez más ansiosas y díscolas”, rehenes de las ambiciones del mandamás.
En el interior, sostiene Stanovaya, “el futuro de Rusia parece sombrío”, entre divisiones, un Putin menos influyente y un régimen más ideológico. Y advierte de un caos de mayores repercusiones internacionales: “Estos cambios harán que las acciones geopolíticas de Rusia sean menos predecibles, e incluso contradictorias, a medida que el Kremlin reaccione a las cambiantes circunstancias en lugar de seguir su propia dirección y prioridades estratégicas”.