Por Ricardo H. Bloch Director de RHB Consultores
El Mayo Francés y la Primavera de Praga, los sucesos históricos de 1968 que marcaron el inicio de una nueva era política y cultural de Europa, simbolizaron para el escritor Milan Kundera una explosión de lirismo revolucionario, el primero, y una explosión del escepticismo posrevolucionario, el segundo. A punto de cumplir los treinta años el autor checo alcanzaba el éxito en su carrera literaria con la publicación de la novela “La broma”, una sátira contra el régimen soviético liderado por Leonid Brézhnev, que al poco tiempo prohibió la difusión de su obra en Checoeslovaquia.
Entre el 20 y el 21 de agosto de 1968 los tanques soviéticos, apoyados por los gobiernos de Polonia, Hungría y Bulgaria coparon la ciudad de Praga y sus alrededores, aplastando el sueño de “un socialismo con rostro humano” que había lanzado el entonces secretario general del Partido Comunista, Alexander Dubcek. La irrupción militar soviética doblegó en pocos días a las fuerzas defensivas checas, provocando la muerte de más de un centenar de civiles y miles de detenidos.
Las voces de los intelectuales críticos contra la brutal avanzada ordenada por Brézhnev no se hicieron esperar. En un discurso radial transmitido dos días después de la invasión soviética resonaron las palabras de un dramaturgo de treinta años cuyas ideas de libertad y progreso calaban hondo entre la juventud. Se llamaba Vaclav Havel. Así se expresaba: “Nuestras armas son de un tipo diferente al de las armas de nuestros enemigos: son nuestra unidad espontánea, nuestra intrépida determinación de no retirarnos de nuestros puntos de vista patrióticos e ideales morales, nuestra decisión de manifestarnos persistentemente, una y otra vez, diciendo a los ocupantes y al resto del mundo que estamos unidos en nuestro deseo de vivir en libertad y resistir la agresión.
“Estamos siendo testigos de algo asombroso: nuestras armas son más efectivas que sus armas. Esto no es exagerado: la ocupación no ha logrado nada hasta ahora, ni siquiera lo mínimo, que en estas circunstancias sería la instalación de un gobierno colaboracionista”.
No hace falta pedirle al lector que advierta la similitud de esta arenga con las que ha venido pronunciando del presidente ucraniano Volodimir Zelensky desde la invasión a su país ordenada por el dictador ruso Vladimir Putin.
Encarcelado en numerosas oportunidades por la delación de los espías de la policía secreta (dirigida desde Moscú por la KGB) enquistados en distintos organismos políticos y culturales de Praga, Havel no se rindió en su lucha contra el totalitarismo y fundó en enero de 1977 un movimiento opositor al gobierno títere soviético conocido como “Carta 77″. En su primer manifiesto público exigía al régimen comunista que respetara los acuerdos internacionales que voluntariamente había aceptado en materia de derechos humanos y libertad de expresión.
Jan Ruml, uno de los participantes principales del flamante movimiento rebelde que quince años después se convertiría en ministro del Interior durante la presidencia de Vaclav Havel, afirmó que “cada uno de los signatarios depositaba en el documento una esperanza o deseo diferente. Cuando escribí el texto en una máquina de escribir con 10 copias al carbón, me dije esto acabará con el comunismo”.
Además de Havel, los primeros portavoces de Carta 77 fueron el renombrado filósofo checoslovaco Jan Patocka, muerto tras largos interrogatorios y torturas por parte de la policía en la misma sede del ministerio del Interior, y el ex ministro de Asuntos Exteriores Jiri Hajek. Havel se enteró de la muerte de su amigo estando detenido y al poco tiempo fue condenado por atentar contra los intereses checoslovacos en el exterior.
En la semana posterior a la caída del Muro de Berlín, el 17 de noviembre de 1989, comienzan las movilizaciones políticas en Checoeslovaquia que se transforman en la génesis de la llamada “Revolución de Terciopelo”. Unos días después, la alianza opositora Foro Cívico inspirada en Havel, convoca a la formación de un nuevo gobierno en el que los comunistas ya no tienen mayoría. Al inicio de la última década del milenio, Havel se convertía en el primer presidente no comunista de Checoeslovaquia desde la dimisión forzada de Edvard Benes en 1948.
En 1993 se produjo la división en dos del país. Havel se opuso frontalmente a esta división y renunció como presidente para no participar en ella. Al poco tiempo la Asamblea Federal eligió al dramaturgo para ocupar la jefatura de gobierno de la flamante República Checa. Desde los primeros días de su gestión Havel negoció el ingreso de su país en la OTAN, que se haría efectivo en marzo de 1999. Este logro (también ingresaron Polonia y Hungría a la organización) selló para siempre la amistad entre Vaclav Havel y Madeleine Albright (recientemente fallecida), quien por entonces se desempeñaba como secretaria de Estado del presidente Bill Clinton.
Albright había nacido en una villa cercana a Praga en 1936, y en marzo de 1948 se trasladó con su familia a Nueva York desde Inglaterra, adonde había llegado en 1939 en los inicios de la Segunda Guerra Mundial. En 1960 le fue otorgada la ciudadanía norteamericana. Poco tiempo antes de finalizar el primer mandato de Havel, éste le ofreció a Albright la posibilidad de presentarse como candidata presidencial por su fuerza política (la ley electoral se lo permitía), pero ella rechazó la invitación de su amigo.
A mediados de 2004, Havel firmó una carta abierta alertando a los jefes de estado y de gobierno de los países de la Unión Europea y de la OTAN sobre los riesgos políticos crecientes derivados de las acciones internacionales del primer mandatario ruso. En la misiva, firmada entre otras personalidades por el entonces senador demócrata Joe Biden y su par republicano, John McCain; el exprimer ministro de Suecia; Carl Bildt, el historiador británico Timothy Garton Ash y el politólogo polaco Adam Michnik, se afirmaba que, “en la política exterior del presidente Putin se manifiesta cada vez más el intento de intimidar a sus vecinos, el retorno a la retórica militar e imperialista y el rechazo de obligaciones internacionales”. Otra vez el espejo de Ucrania reflejado en la historia europea reciente.
André Glucksmann (1937-2015) fue un ensayista y filósofo francés que tuvo activa participación en el movimiento universitario de Mayo de 1968. Autor de más de 20 libros y destacado representante de la corriente académica conocida como “Nouveaux Philosophes”, simpatizó con el marxismo y el maoísmo, hasta su ruptura total con ambas ideologías en 1975.
Desde entonces y hasta el final de sus días sus escritos fueron una voz de alarma frente a las dictaduras y los regímenes políticos que desconocían los derechos fundamentales de los ciudadanos. Nunca renegó de la posibilidad de forjar una izquierda democrática moderna alejada del dogmatismo socialista imperante durante la Guerra Fría.
Glucksmann nació en 1937 en Boulogne en el seno de una familia de judíos alemanes que habían huido a Francia perseguidos por los nazis. Discípulo de Louis Althouser, su obra estuvo influenciada en sus inicios por los escritos de Jean-Paul Sartre y Raymond Aron.
En los años posteriores a la voladura de las Torres Gemelas en 2001 el filósofo hizo públicas sus críticas contra los líderes occidentales que interpretaban la gestión del presidente Putin de una manera favorable. En 2008 apoyó decididamente la candidatura del expresidente conservador Nicolas Sarkozy, un gran crítico del movimiento estudiantil del Mayo Francés al que denostó en sus primeros discursos como jefe de estado. Gran parte de la comunidad académica de izquierda le echó en cara ese apoyo hasta el final de sus días.
“¿Qué derecho tenemos a hacer una demostración de inocencia decepcionada sobre la agresividad de Putin, que sedujo a George W. Bush con sus ojos azules, a Tony Blair con sus buenos modales, a Silvio Berlusconi con su frecuentación de la Riviera italiana, a Gerhard Schröeder con una presidencia de Gazprom, ¿Y quién recibió la Gran Cruz de la Legión de Honor de manos de Jacques Chirac? El Kremlin ha proclamado alto y claro los axiomas de la Doctrina Putin, pero ninguna sordera es tan profunda como la de aquellos que no quieren oír. ¿Elegirá Europa suicidarse con el petróleo y ceder ante la doctrina de Putin? ¿O se mantendrá firme y resistirá?” Estos interrogantes fueron respondidos lamentablemente con los tanques rusos provocando miles de muertos y millones de emigrantes en Ucrania.
Vaclav Havel murió a los 75 años el 18 de diciembre de 2011. Así lo despidió Glucksmann. “El disidente no es una noble alma indignada que vocifera desde el pedestal de su virtud presuntamente perfecta, sino que es alguien que ha sabido volver su indignación contra sí mismo y contra los sueños complacientes con los que había alimentado hasta entonces la pasividad general y la complicidad individual.
El disidente no se pliega, está locamente enamorado de la libertad. Mi amigo me ha dejado. Y es irreemplazable”.
En 2005, un año después de la carta que Havel firmara junto al entonces senador Joe Biden, Glucksmann tuvo una visión profética sobre las ambiciones imperiales de Putin. Así lo expresó: “Segunda potencia nuclear del planeta, segunda vendedora de armas mundial, segunda reserva energética del globo, la Rusia que Putin nos anuncia, en nuestras propias fronteras, es una bomba de efecto retardado. Frente a su gigantesco vecino, los ucranianos están dando a los europeos una lección de valor, un ejemplo de lucidez y un ardor que nos faltan a muchos de nosotros”. Glucksmann sabía de qué hablaba. Eka Zguladze, exesposa de su hijo Raphaël, ensayista y político de 42 años, fue la viceministra de Asuntos Internos de Ucrania entre 2014 y 2016.
Ambos intelectuales compartieron su visión sobre Putin desde que asumiera la presidencia al inicio del siglo XXI. Para ellos el dictador ruso representa lo peor del comunismo y del capitalismo. Es probable que la opción de la Tercera Vía vuelva a renacer en el viejo continente mucho antes de lo esperado.