Proyectar una vida con otro, incluida la convivencia, fue y será un paradigma difícil de romper; está asociado a los proyectos vitales y por qué no, a las responsabilidades que uno mismo traza como pauta de crecimiento. Sin embargo, la experiencia de vivir solos antes de una vida en común ejerce un atractivo que merece concretarse.
Mientras que para algunos los beneficios aparentes de estar en pareja los empujan hacia al matrimonio, otros sienten que se «pierden» cuando se casan. En el marco de la celebración del Día de los Solteros y a medida que nos acercamos al Día de San Valentín, el análisis de los expertos sobre «el mito de la felicidad conyugal».
Tan solo algunas décadas atrás, los jóvenes salían de sus casas «maternas» para casarse, siguiendo los clásicos y rígidos esquemas socio-culturales. Sólo unos pocos se animaban a permanecer solteros y a defender su autonomía.
«Sin embargo, en estos tiempos que corren de tanta urgencia, presiones, exigencias y decepciones amorosas, la soledad se presenta como un momento deseado, el espacio para estar con uno mismo, para los pensamientos, emociones, disfrutes y elaboración de proyectos personales», aseguró Walter Ghedin, médico psiquiatra y sexólogo.
Con el agregado de una soltería más prolongada en el tiempo, los jóvenes de hoy responden a las pautas burguesas de estabilidad, al refuerzo narcisista que da la autonomía y por qué no, a una alta cuota de disfrute.En estos casos estar a solas significa no sólo la posibilidad de reflexionar sobre cuestiones afectivas pasadas o presentes, sino sobre «lo que queremos, qué deseos profundos nos movilizan y con qué recursos contamos para hacerlos realidad».
“Cuando la soledad alienta a la reflexión y al cambio el ‘estar solo’ se convierte en ‘ser solo’, es decir en una instancia de transformación que compromete a todo nuestro ser”
Vivimos una época en la que a los seres humanos se nos exige gozar o sentir placer todo el tiempo. En esa línea parece que los «solos» modernos estuvieran mejor posicionados o tuvieran mayor disposición para hacer lo que les gusta.
Parece que nadie quiere ceder los espacios ganados y que lo conquistado es posesión absoluta: la seguridad personal, el estatus social, el bienestar económico, pensamiento propio y el disfrute del ocio y actividades recreativas, todo esto se resume en una palabra: paz. «Los hombres y las mujeres que han ‘ganado’ la soledad -manifestó el experto- la viven como una instancia de sosiego. Y todo aquello que la perturbe será repelido».
«En los hechos se observa la realidad. El ‘mito de la felicidad conyugal’ se trata de una idea sobrevalorada que responde a ciertos patrones sociales, como lo son asistir al jardín de infantes, a la escuela primaria, a la secundaria, a la universidad, introducirse en el mundo laboral, casarse y tener hijos. Todas estas etapas son las que exige la sociedad para ‘alcanzar la felicidad'», advirtió a Infobae Santiago Gómez, psicólogo del Centro de Psicología Cognitiva.
Un estudio longitudinal de 17 años realizado en Alemania, titulado ¿El matrimonio hace felices a las personas o las personas felices son las que se casan? investigó los patrones de matrimonio de las personas en relación con sus niveles de felicidad. Los resultados sugieren que en realidad los solteros más felices son más propensos a casarse y que los beneficios del matrimonio son más pronunciados entre los individuos que admiten vivir con mayor satisfacción.
Para la licenciada Esther Any Krieger, miembro didacta de la Asociación Psicoanalítica Argentina, «los seres humanos vivimos en una época donde la idea de felicidad ya no está estrictamente ligada al matrimonio. En la actualidad los seres humanos se reúnen por vía del deseo o la necesidad. Hay cada vez menos matrimonios, más cónyuges y muchas relaciones ‘cama afuera’, ya no hay nada establecido».
Sin embargo, Ghedin asegura que el paradigma de una vida compartidapersiste. «Los seres humanos somos gregarios por condición biológica y psicológica: necesitamos del otro y nuestra existencia se construye en relación».
Para él la vida de relación es un juego constante entre la defensa de la individualidad y la sumisión. Y es gracias a este juego que los seres humanos imponen su punto de vista o ceden ante el del otro. «La dinámica de toda relación debería estar signada por una dinámica flexible, sin imperativos ni conductas de dominación. Es posible que hoy, en el siglo XXI, el fiel de esta balanza se incline hacia la defensa del mundo propio. Donde nos cuesta ceder y el acto compartir parece implicar una traición a la individualidad», aseveró el especialista.
Para la licenciada Rosalía Álvarez, psicoanalista y coordinadora del Departamento de Pareja y Familia de la misma asociación, cierto es que estar con otro, llamémoslo novio, marido, pareja o cónyuge, significa compartir con alguien la soledad, el silencio, las charlas, los proyectos y también los sufrimientos.
«Estar con otro nos saca del narcisismo, del ostracismo y del egocentrismo. Nos enseña a dar, a resignar, a postergar y a entregar. Esto no implica que el soltero, el divorciado, el viudo o el casado deban ser estigmatizados. También poseer la capacidad de estar bien con uno mismo es loable. Y no todas las personas desean compartir sus vidas; o no han encontrado aún alguien que les despierte tal deseo», indicó la especialista.
Existe una necesidad de que los vínculos se construyan con verdad y respeto por la individualidad. La paridad debe ser la regla. Sin embargo, llegar a la pretendida paridad no parece ser fácil. Las relaciones igualitarias requieren de un equilibrio delicado entre los deseos personales y los que podrían compartirse.
Más allá de lo que a cada uno le ocurra, hay una verdad que se expresa en un firme deseo: compartir es respetar la individualidad. «Basta de parejas que asumen la forma de un receptáculo donde todo se arroja: deseos personales, capacidades, sentimientos y palabras. Las parejas de hoy ansían la paridad. Basta de postergaciones o de ceder para conformar al otro», concluyó Ghedin.