Después de 20 años una canción latina es la más escuchada del planeta. Por qué pega tanto. Cómo se construye un hit en tiempos de la posverdad.
Despacito, el mundo se volvió latino. Europeos haciendo esfuerzos por pronunciar el castellano, japonenes animándose al característico perreo y estadounidenses coreando estribillos cuyo signficado desconocen. En camino a ser uno de los mayores éxitos comerciales del nuevo siglo, el hit del momento despertó la fiebre reggaetonera en todo el mundo. Un ritmo que nació en las barriadas del Caribe y que pasó de ser despreciado a volverse un meganegocio cultural.
Nadie puede escapar de su ritmo ni evitar quedarse prendido al pegadizo estribillo y seguir tarareando la canción después de haberla escuchado. Se canta en todos los rincones y el sensual baile se impone en todas las latitudes. El éxito “Despacito” cantado por Luis Fonsi y Daddy Yankee arrasó con el panorama musical y se volvió un suceso.
La fiebre por este tema hizo que Fonsi no sólo se convirtiera en uno de los cantantes más cotizados del momento rompiendo toda clase de récords, sino que también colocó a la música latina en el centro de la escena mundial. “Despacito” se volvió así un fenómeno que no entiende de fronteras ni idiomas y que no para de crecer y facturar.
Al contrario de lo que Fonsi pide una y otra vez en la canción –ir despacio– el ascenso de su obra fue una explosión. De hecho, en menos de cien días, el videoclip ya había sido visto por más de mil millones de personas en Youtube y actualmente roza los mil setecientos millones. En la plataforma de streaming Spotify, el éxito también fue rotundo y “Despacito” se convirtió en el tema preferido y más escuchado por los oyentes, llegando a facturar alrededor de 8 millones de dólares sólo en este soporte.
En el camino al éxito global, además, rompió un récord que parecía inalcanzable: es la primera vez, en más de dos décadas, que un tema latino se convierte en el más escuchado del mundo, igualando la proeza que logró en 1996 “La Macarena”. Fonsi pasó de ser así un cantante melódico más de la escena latina a convertirse en la punta de lanza del boom del reggaeton comercial en todo el mundo. “Sólo quería crear una canción entretenida con ‘sabor’ latino y que hiciera bailar a la gente. Uno trata de hacer la mejor canción posible, pero nunca se imagina que esto va a pasar”, reconoce Fonsi.
Hoy, su pegadiza creación es cantada en cualquier rincón del planeta y hasta un cura cordobés se animó a reversionarla e incluirla en su misa. Incluso, el tenista Novak Djokovic se animó a menar al ritmo del tema del año. Las traducciones llegan a más de diez idiomas, incluido el japonés y el guaraní.
¿Por qué pega “Despacito”? ¿Cómo se construye un hit en la era de la posverdad? ¿Por qué el reggaeton es capaz de transcender sus barreras culturales?
Calculado. El reggaeton no nació con “Despacito”. Esta canción romántica, pegadiza y con un videclip algo subido de tono nada tiene que ver con los orígenes del género. “Despacito” es más bien la conclusión de un largo período de transformación del reggaeton, que pasó de ser la música preferida de los pobres caribeños a convertirse en un ritmo bailado por todas las clases sociales, incluidas las más top del mundo.
El reggaeton nació en los barrios periféricos de Puerto Rico a principios de los ’90 y se fue expandiendo por los países limítrofes durante toda la década. Por aquellos años, el “underground” (el nombre con el que se conocía esta música) era despreciado por las clases medias y altas caribeñas que se horrizaban con sus letras y sus bailes. Estas nuevas canciones combinaban ritmos afroamericanos con salsa, merengue, rap y hip hop y hablaban de la vida en la calle, del sexo salvaje, del narcotráfico, drogas y armas. Tal era el rechazo que, incluso, el Estado puertoriqueño se encargó de tomar medidas preventivas para evitar que sus artistas tocaran este ritmo o que en los clubes pasaran las canciones por su clara apología a lo criminal. Sin embargo, nada podía detener al reggaeton.
El primero en confirmar que el reggaeton era capaz de convertirse en un producto cultural y comercial fue Daddy Yankee con su éxito mundial “Gasolina”. El tema explotó en el 2005 y los reggaetoneros comenzaron a acaparar la mirada de todas las discográficas del planeta. En el videoclip el cantante se mueve en un auto de alta gama con unas mujeres voluptuosas y se pelea con la policía.
Aunque el ritmo y la estética de “Gasolina” sedujeron a los jóvenes de todo Occidente, la industria todavía tenía un problema: el reggaeton era demasiado brutal y demasiado violento como para ser transnacional y transgeneracional. Es que en los países caribeños, esta música siempre estuvo asociada al narcotráfico (tanto que durante algunos años fue el narco quien financió la circulación de este género) y eso frenaba la capacidad de penetrar en otras clases sociales.
Fue así como comenzó un acelerado proceso de transformación del género (que abandonó los sonidos de las metralletas como cortina de sus canciones), de la estética (que se volvió más cuidada) y de las letras (que dejaron de lado la violencia y se volcaron de lleno al romance). A esta altura, con “Despacito” como máximo exponente, parece que al reggaeton solamente le quedó el sexo picante y el perreo. “Sufrió el mismo proceso que la cumbia villera en Argentina. Hay una mediación de la industria. El mercado no tolera que sean tan disruptivos, que denuncien violencia y que se haga apología de esa violencia. Entonces, se captura eso y se lo convierte en un producto”, explica a NOTICIAS la socióloga Malvina Silba.
El reggaeton quedó así edulcorado. Las letras de protesta quedaron rezagadas y sólo algunas bandas como Calle 13 siguieron esa tónica. Las historias románticas se volvieron el leit motiv y el camino al éxito global. Incluso Daddy Yankee quien acompaña a Fonsi en “Despacito”, mutó. Su particular estilo rapeado fue perdiendo lugar, año tras año, y la estética lo volvió más amigable, cambiando por un look más a la moda y no tan marginal. Sus líricas ya no interpelan a la policía ni se quejan de la realidad social, mucho menos se escuchan tiros de fondo como en sus primeros discos. La industria exige historias de amor y seducción bailables y hacia allí deben ir los que quieran triunfar.
“La mayoría se termina adaptando para sobrevivir en el mercado. Es difícil salirse de ahí, por la plata que se ofrece y porque se cierran caminos si no se negocian ciertos espacios. Hay un juego de tensión y de negociación permanente entre los artistas y los productores”, detalla Silba. En efecto, de aquel reggaeton marginal de sus orígenes sólo queda el característico “perreo”.
¡A perrear! El reggaeton, que durante más de quince años había sido despreciado por los productores musicales, se impuso a pesar de todo y ahora nadie quiere quedarse afuera del negocio. Tanto que artistas consagrados como Shakira, Ricky Martin, Marc Anthony o Justin Bieber se subieron a la ola.
La explosión del reggaeton no sólo se explica por ser un ritmo pegadizo sino que detrás hay una maquinaria comercial propia de los tiempos actuales. De ninguna manera, “Despacito” podría haber sido un hit mundial sin la existencia de dos factores fundamentales: la inmigración y las nuevas tecnologías. Según escribe Jorge Duany, antropólogo del Instituto de Estudios del Caribe, este “género híbrido es un producto de la incesante circulación de personas, mercancías, prácticas e identidades entre el Caribe y los Estados Unidos”.
Hacia el primer mundo. Fueron los jóvenes de origen latino en los suburbios de ciudades como Nueva York o Londres los que llevaron el reggaeton al Primer Mundo a través de las plataformas de streaming. En la actualidad, los propios CEOs de sellos internacionales como Afo Verde (Sony) y Jorge Ferrada (Univisión Communication) admiten ya no son las discrográficas ni las radios las que imponen la música o los artístas de moda sino que las audiencias comenzaron a hacer valer sus gustos. “Con el streaming sabemos lo que la gente quiere escuchar sin mediaciones”, explica Verde.
De hecho, según los últimos números de Spotify, el 41% de la música escuchada por esta vía es latina. “Despacito” fue el tema más escuchado en países como Rusia y Japón.
“Con la globalización y más aún con la revolución en las comunicaciones surgida a partir de la difusión masiva de la internet, la llamada generación de los millennials elige, comparte, clasifica y recomienda creando fenómenos virales que se vuelven modas en el mundo entero, surgen comunidades translocalizadas que se vinculan por afinidades. Si bien estos fenómenos globales hacen parecer que todos estamos aprehendiendo lo escuchado al unísono y del mismo modo, la percepción según cultura, clase y comunidad local, entre otros factores, hace que los sentidos por los que estamos atravesados no sea iguales en Japón, en Argentina o en Puerto Rico”, afirma la socióloga e investigadora Vanina Paiva.
En este contexto, las grandes bandas, los recitales multitudinarios y el álbum musical dejaron de ser fundamentales para la industria musical. Las redes sociales y las plataformas de streaming trasformaron el mercado y se convirtieron en tierra fértil para la vuelta del single y el videoclip. “Después de MTV, hubo un período en el que los videos dejaron de circular pero hoy ya no se puede pensar una canción sin imágenes. Es un hecho estético perfecto, no hay una escena de más. ‘Despacito’ no es una canción sólo de Daddy Yankee o Luis Fonsi. De hecho, en el programa de Tinelli se vio que no baila ni canta tan bien como en el video, pero el producto es perfecto y por eso pega”, sostiene Silba.
La perfección del producto cultural es tal que los detalles no importan. En tiempos de posverdad, donde el valor de la palabra y los hechos objetivos están infravalorados, la cultura acompaña privilegiando su rol de entretenimiento.
“Despacito” encarna así el paradigma de este tiempo. Un fenómeno de la globalización producido y pensado dentro de las nuevas tecnologías. Un hit que puso a todo el mundo a perrear pero que no fue fortuito, sino que interpretó el sentido exprés de esta época.