“Las dictaduras no llegan con bombardeos a un palacio de gobierno, llegan con lideres elegidos democráticamente”

En el podcast Conversaciones Sin Pauta de Radio Pauta, de Valparaíso, Chile, la periodista Claudia Álamo conversó con el periodista y escritor Daniel Matamala a propósito de su nuevo libro Cómo destruir la democracia, donde analiza los patrones que comparten liderazgos como los de Nayib Bukele en El Salvador, Andrés Manuel López Obrador en México, Javier Milei en Argentina, Donald Trump en Estados Unidos y Nicolás Maduro en Venezuela.

Aunque sus contextos difieren, Matamala sostiene que todos siguen un “manual” similar para concentrar poder y debilitar la institucionalidad democrática.

Según explicó, estos líderes llegan al poder por la vía democrática y conservan altos niveles de popularidad, pero lo hacen construyendo un relato que divide a la sociedad entre un “pueblo bueno” y una “élite corrupta”.

Los caudillos y el monopolio narrativo

El caudillo se presenta como el único intérprete legítimo de ese pueblo, y para sostener esa posición, afirmó, necesita pedir cada vez más atribuciones. “Siempre van a decir que el poder que tienen no es suficiente”, señaló.

Un punto clave, agregó, es la disputa por la verdad. Matamala describió cómo estos liderazgos buscan instalar un monopolio narrativo: deslegitiman a la prensa, a la academia, a la justicia y a cualquier instancia que pueda contrastar su discurso.

“Cuando el líder logra desacreditar todas las fuentes alternativas de realidad, puede decir lo que quiera y una parte importante de la población se lo va a creer”, advirtió.

Cuando la política se vuelve fe: afectos, fidelidades y amenazas

El periodista también abordó el componente emocional de estos liderazgos, muchas veces revestidos de un tono religioso o mesiánico. No se trata solo de promesas políticas, dijo, sino de vínculos afectivos: amor incondicional hacia el líder y odio hacia quienes se consideran enemigos.

Consultado por Chile, Matamala distinguió entre fortalezas y riesgos. Valoró que el Estado de Derecho siga funcionando, que exista libertad de prensa y que las elecciones sean limpias.

Sin embargo, alertó sobre señales preocupantes: una ciudadanía crecientemente desencantada con la democracia y más dispuesta a valorar soluciones autoritarias, especialmente en materia de seguridad.

“No somos inmunes”, concluyó. “La única diferencia es si reconocemos el patrón a tiempo y ponemos frenos antes de que sea demasiado tarde.”

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