El ocaso de la izquierda en América: ¿Del romanticismo al desencanto?

Hace apenas tres años, el mapa de América Latina se teñía de rojo y rosa. Desde el Río Bravo hasta la Patagonia, una nueva «Marea Rosa» parecía consolidarse con las victorias de figuras como Petro, Boric y el regreso de Lula. Sin embargo, al cierre de este 2025, el panorama es radicalmente distinto. El péndulo político no solo se ha detenido, sino que ha comenzado un violento retorno hacia la derecha y el pragmatismo outsider, marcando lo que parece ser el ocaso de una era.

La izquierda latinoamericana de este siglo ha cometido un error recurrente: prometer una redistribución de la riqueza en tiempos de vacas flacas. A diferencia de la bonanza de los commodities de la primera década de los 2000, los gobiernos actuales se enfrentaron a una inflación global persistente y a una deuda post-pandemia asfixiante. Al no haber «nada que repartir», el discurso de la justicia social chocó de frente con la realidad del bolsillo ciudadano, transformando la esperanza en una frustración electoral inmediata.

Uno de los clavos más grandes en el ataúd de la izquierda regional ha sido la crisis de seguridad. Mientras los gobiernos progresistas intentaban abordar las «causas estructurales» de la violencia (pobreza, falta de oportunidades), las poblaciones —sitiadas por el crimen organizado y la extorsión— exigían soluciones de choque.

El éxito del modelo salvadoreño y su eco en países como Ecuador y Argentina ha dejado a la izquierda sin respuesta. En 2025, el votante medio ha preferido el orden restrictivo sobre la libertad abstracta, percibiendo a la izquierda como «blanda» o incluso cómplice ante el caos criminal.

Existe una creciente brecha entre las élites intelectuales de izquierda y su base electoral histórica. Mientras las agendas progresistas se centraban en temas de identidad, lenguaje inclusivo y transiciones energéticas ambiciosas, el trabajador informal y el campesino seguían preocupados por el costo del combustible y la falta de empleo. Esta desconexión permitió que figuras de la derecha populista capturaran el voto «anti-sistema», presentándose como los verdaderos defensores del hombre común frente a una «casta» intelectual y burocrática.

El empeño de ciertos sectores de la izquierda democrática en no romper vínculos —o al menos no condenar con firmeza— a los regímenes de Venezuela, Nicaragua y Cuba, ha terminado por erosionar su credibilidad. Para las nuevas generaciones de votantes, el socialismo no es un ideal de igualdad, sino que está asociado a las imágenes de migración masiva y represión que ven diariamente en sus redes sociales.

El ocaso de la izquierda en América no se debe a una conspiración externa, sino a su propia incapacidad de evolucionar. El votante latinoamericano de 2025 es pragmático, impaciente y, sobre todo, profundamente escéptico. Si la izquierda quiere sobrevivir, deberá abandonar el romanticismo de las pancartas y aprender a gestionar la seguridad y la economía con una eficiencia que, hasta hoy, ha brillado por su ausencia.

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