El proceso de mitificación es la forma en que la historia, la política o la admiración popular purifican una figura tras su muerte trágica, elevándola a la categoría de símbolo inmaculado. En el panteón de las letras hispanoamericanas, dos nombres brillan con una luz especialmente intensa por su martirio y su genialidad: Federico García Lorca, fusilado por el franquismo en 1936, y Roque Dalton, asesinado por sus propios compañeros en la guerrilla salvadoreña en 1975.
Ambos poetas fueron víctimas de la intolerancia política y la violencia ciega, hechos que, irónicamente, cimentaron su «santidad» literaria. Sin embargo, una mirada honesta a sus biografías revela personalidades complejas, contradictorias, y en ocasiones, disruptivas, que desafían la imagen unidimensional del «buen poeta» que a menudo se proyecta.
Federico García Lorca: El genio atormentado y no conformista
El mito de Lorca se construye sobre dos pilares: su prodigiosa sensibilidad artística y su trágica ejecución. Esta mitificación tiende a obviar las complejidades de su carácter que, en su contexto histórico, eran consideradas «desviaciones» o «vicios».
Desafíos personales y sociales
Lorca poseía una personalidad vitalista y arrolladora que contrastaba con un profundo dolor existencial y una intensa frustración, elementos centrales en su obra. Sus principales «desviaciones» no eran delitos en el sentido legal moderno, sino transgresiones frontales a la moral y las costumbres de la España conservadora de los años 20 y 30:
- Su homosexualidad: Lorca vivió su sexualidad con un profundo conflicto interno y en secreto, una realidad que la familia intentó ocultar póstumamente para desvincular su asesinato de un «crimen sexual» y centrarlo en lo político. Las tensiones derivadas de su identidad y su «amor sin esperanza» (como se lee en su Libro de poemas) generaron una melancolía y un sentimiento de inadaptación que tiñen gran parte de su producción, especialmente en Poeta en Nueva York.
- Actitud ante la muerte: El dolor, la frustración y la obsesión por la muerte impregnaban su existencia. Como artista, Lorca se ligó a lo que él llamaba «lo dionisíaco», el lado turbio, pasional y transgresor de la vida, que se oponía a las normas apolíneas de la burguesía. Su afinidad con el mundo gitano o los marginados (como se ve en el Romancero Gitano) no era solo estética, sino una identificación con los seres violentos, anticonvencionales y destinados a la frustración por su falta de adaptación a la norma.
- Ambivalencia política: Mientras la izquierda lo adoptó como su mártir, sus contemporáneos señalaban la dificultad de encasillarlo. Lorca, con su carisma, tenía amigos en todas las esferas políticas, incluyendo la derecha. Su famosa «antidefinición» ideológica («católico, comunista, anarquista, libertario, tradicionalista y monárquico») muestra su rechazo a los dogmatismos. Esta fluidez y negación a ser un poeta panfletario era, para algunos militantes, un tipo de «vicio» burgués o de frivolidad intelectual que lo ponía en peligro.
Roque Dalton: El poeta de las contradicciones guerrilleras
Si la mitificación de Lorca se forja en el crimen de Estado, la de Roque Dalton se complejiza por el crimen fraticida, asesinado por sus propios camaradas del Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP). El mito lo presenta como el poeta revolucionario ideal, pero su personalidad era explosiva y profundamente crítica, incluso de su propia causa.
Vicios, crítica y el «delito» de la ironía
Dalton fue un intelectual comprometido, pero su ingenio, ironía demoledora y anticonvencionalismo chocaron frontalmente con el dogmatismo y la burocracia revolucionaria que intentó combatir:
- La ironía como arma y amenaza: Dalton utilizaba la sátira como herramienta de crítica política, pero también personal. Era conocido por su humor ácido y su capacidad para reírse de las «cosas ridículas» de la burguesía, los jesuitas y, crucialmente, de las deformaciones de su propio Partido Comunista. Esta vena crítica y el rechazo a la ortodoxia rampante (explorada en su novela Pobrecito poeta que era yo) fue mal vista en un entorno guerrillero que exigía disciplina y lealtad ciega. Su vanidad poética, su actitud de enfant terrible y su vida bohemia (que incluía la «sordidez de los burdeles,» como él mismo evocó, citando a Hemingway) eran «malas costumbres» incompatibles con la rigidez militar.
- Desviaciones de conducta y acusaciones: Su vida aventurera y su militancia política estuvieron ligadas a un «donjuanismo» o fama de mujeriego, que no encajaba con la moral espartana que algunos líderes guerrilleros promulgaban. Su asesinato fue el resultado final de una disputa interna donde se le acusó falsamente de ser «agente de la CIA» y de promover la insubordinación. El verdadero «delito» de Dalton fue su autonomía intelectual y su potencial para dividir la estructura del ERP a través de su capacidad de convencimiento y su rechazo al levantamiento armado prematuro. Su asesinato, envuelto en acusaciones infundadas, demuestra cómo su personalidad brillante y desobediente se convirtió en una amenaza mayor que la opresión externa.
- Conflictos con el dogma: Dalton quería «revolucionar incluso al mismo socialismo.» Su poesía oscilaba entre el hermetismo surrealista y la denuncia explícita, manejando la ironía para evitar el panfleto. Para los burócratas, este equilibrio, esta rebeldía intelectual, era una desviación peligrosa que minaba la seriedad del movimiento. Su muerte fue, en esencia, la purga de un intelectual brillante por parte de un sectarismo que no toleraba la disidencia ni la complejidad humana.
La mitificación, si bien asegura la inmortalidad de la obra, a menudo sacrifica la verdad humana. Tanto Lorca como Dalton fueron hombres apasionados, cuya genialidad estaba intrínsecamente ligada a su inconformidad y a sus «vicios» personales: la desesperación dionisíaca de Lorca en un mundo homófobo, y la insoportable ironía de Dalton en un contexto revolucionario dogmático.
Reconocer que no eran «buenas personas» en el sentido simplista y moralista del término, sino seres humanos complejos, conflictivos y, en el caso de Dalton, dogmático y crítico, no disminuye su legado, sino que lo amplifica. Su verdadero valor reside en haber transformado esas contradicciones y ese dolor en una literatura universal que sigue interpelando al lector, obligándonos a confrontar la crueldad de los sistemas que intentaron silenciarlos.