Pompeya no deja de sorprender. Dos milenios después de la erupción del Vesubio que la redujo a cenizas, la máquina del tiempo en la que se ha convertido la vieja ciudad arrasada sigue funcionando a pleno rendimiento. Este yacimiento arqueológico a orillas del golfo de Nápoles continúa siendo una impresionante ventana a la cotidianidad de los antiguos romanos. Los arqueólogos que excavan en una nueva área de la ciudad arrasada por el volcán en el 79 d. C. han descubierto un fresco que representa una naturaleza muerta en la que aparece un plato muy similar a la pizza tal y como la conocemos.
Los expertos que están analizando el bodegón advierten de que no puede tratarse de una figuración de esta delicia de la gastronomía italiana, de la cual se desconoce el origen exacto y que fue declarada Patrimonio Inmaterial de la Humanidad en 2017, ya que le faltan los ingredientes más característicos: el tomate y la mozzarella.
Pero parece que sí podría tratarse de un antecedente de este plato moderno. Como explican los responsables del Parque Arqueológico de Pompeya, en las imágenes que se han encontrado sobre las paredes de una antigua casa pompeyana aparece, junto a una copa de vino colocada en una bandeja plateada, una focaccia, un tipo de pan plano que sirve de soporte a varias frutas. Los arqueólogos han identificado una granada y unos frutos similares a los dátiles, condimentados con especias o con una especie de pesto (moretum en latín), representado con puntos de color amarillento y ocre. Además, en la misma bandeja aparecen frutos secos y una guirnalda de madroños amarillos.
Este tipo de iconografía, conocida en la antigüedad como xenía, se inspiraba en los “obsequios hospitalarios” que se ofrecían a los invitados según una tradición griega que se remonta al periodo helenístico (siglos III-I a.C.). El tamaño de la bandeja, diseñada para transportar grandes cantidades de alimentos, es una muestra más de esta costumbre, de la que hay numerosas referencias en la literatura clásica. Como recuerda el escritor romano Vitruvio, del siglo I a. C., “cuando los griegos se volvieron más refinados y sus condiciones de vida más opulentas crearon dentro de sus viviendas pequeños pisos para invitados”, a los que acostumbraban a enviar, tras la primera velada que pasaban juntos en la cena, “pollos, huevos, verduras, frutas y otros productos de la tierra”, para hacer que los visitantes se sintieran como en casa.
Colocar en las paredes de la propia casa estas representaciones de las que tanto se habló en los libros antiguos, según los expertos, se percibía como un símbolo del refinamiento no sólo culinario sino también literario y artístico, del anfitrión. En algunos casos, como este en cuestión, algunas de las pinturas de mayor calidad eran mucho más caras que el valor real de lo que se representaba en ellas.
Aunque en las ciudades sepultadas por el Vesubio (Pompeya, Herculano y Estabia) se han encontrado unas trescientas representaciones de este tipo, relacionadas también con el ámbito sagrado además de con la hospitalidad, este nuevo fresco destaca por una “notable calidad de ejecución”, según los arqueólogos.
“Además de la identificación precisa de los alimentos representados, encontramos en este fresco algunos temas del periodo helenístico, elaborados posteriormente por autores de la época romano-imperial como Virgilio, Marcial y Philostratus. Pienso en el contraste entre una comida frugal y sencilla, que remite a un ámbito entre lo bucólico y lo sagrado, por un lado, y el lujo de las bandejas de plata y el refinamiento de las representaciones artísticas y literaria”, ha comentado el director del Parque Arqueológico de Pompeya, Gabriel Zuchtriegel. Y ha agregado, alimentando el parangón con la pizza actual: “Cómo no pensar, a este respecto, en la pizza, que también se originó como plato pobre en el sur de Italia, y que ahora ha conquistado el mundo y se sirve también en restaurantes con estrellas”.
El fresco ha aparecido en el atrio de una casa en la Ínsula 10 de la Regio IX del yacimiento arqueológico, en el límite entre la parte excavada y la parte inexplorada de la antigua ciudad, aún sepultada bajo toneladas de lapilli y cenizas. Además, en un local anexo ha aparecido una panadería ya explorada parcialmente entre 1888 y 1891 y que está en nuevo estudio desde el enero pasado. Las estructuras excavadas en el siglo XIX y parcialmente expuestas ya hacían suponer la presencia de un gran atrio con la clásica sucesión de habitaciones en el lado este y, en el lado opuesto, la entrada a la panadería.
Los arqueólogos han limpiado el atrio de material procedente de las excavaciones del siglo XIX, y de los restos del derrumbe de los tejados. Es una tarea laboriosa y delicada, porque los escombros se mezclan con el material volcánico.
En esa zona, hace unas semanas encontraron los esqueletos de dos mujeres adultas y de un niño que murieron el día de la erupción. Su caso, al igual que otros similares descubiertos recientemente, es peculiar porque no fueron alcanzados directamente por la los piroclastos que escupía con furia el volcán, sino que fallecieron sepultados sorprendidos, mientras trataban de cobijarse de la lluvia de lava, por el derrumbe de los tejados a consecuencia del terremoto que acompañó a la erupción.